La sombra de las cartas
Est¨¢ siendo un agosto inusualmente poblado por los fantasmas a la vez carnales e improbables de los libros. Ahora, en el silencio del Madrid despoblado, lo que encuentro casi cada ma?ana en el peri¨®dico es alg¨²n nombre de la literatura, o tal vez sea que la misma quietud de ciudad fantasma de Madrid me predispone a distinguirlos. Ayer mismo la admirable Carmen Linares conjur¨® al fantasma asesinado de Federico Garc¨ªa Lorca cantando en el barranco de V¨ªznar con esa voz que parece surgida de las oscuridades terribles del Poema del cantejondo. Pero otro d¨ªa quien vuelve, quien aparece, es Lolita, la n¨ªnfula de nueve a?os de VIad¨ªmir Nabokov y la Lolita ya del todo adolescente y con el pelo cardado de la pel¨ªcula de Stanley Kubrick, cuyo esc¨¢ndalo ahora quieren repetir algunos comerciantes de Hollywood, sin darse cuenta de que lo que no puede repetirse es la maravilla, la suprema delicadeza y crueldad que est¨¢n en las palabras de la novela y en el blanco y negro de los fotogramas de Kubrick, y tambi¨¦n, sobre todo, en lo que las palabras sugieren y callan y lo que no muestran las im¨¢genes.Lolita, el amor sin consuelo y la v¨ªctima profanada de Humbert Humbert (quien tendr¨¢ siempre para m¨ª la cara y la expresi¨®n de James Mason, r¨ªgida como un espasmo de dolor), es un fantasma de la literatura que ha desbordado, sin embargo, los l¨ªmites de los libros y del cine para convertirse en parte de la realidad, en una figura que pasa, en un sustantivo y un s¨ªmbolo del deseo. A otra mujer, cuya fotograf¨ªa se ha publicado tambi¨¦n en estas semanas de agosto, le ha ocurrido justo lo contrario: fue tan real como cualquiera de nosotros, los que estamos a este lado de las p¨¢ginas escritas y de las pantallas, pero el tiempo, el azar y el amor de un hombre, Franz Kafka, hicieron de ella primero una sombra epistolar y luego un personaje de la literatura, secuestrada en gran parte por la biograf¨ªa de quien no sabemos si fue del todo su amante, la destinataria de unas cartas que para nosotros no tienen respuesta, que fueron escritas ansiosamente en noches de insomnio en habitaciones alquiladas de Berl¨ªn o de Praga, en sanatorios para tuberculosos, en una oficina de seguros donde Franz Kafka pasaba con laboriosa lentitud los d¨ªas de su vida en que no estaba demasiado enfermo.
Yo hab¨ªa le¨ªdo con una asiduidad un tanto masoquista las cartas a Milena, y recordaba vagamente haber visto alguna fotograf¨ªa suya, pero no sab¨ªa casi nada de ella, y es probable que en esa ignorancia hubiese una falta impl¨ªcita de consideraci¨®n: igual que para muchos lectores de la novela de Nabokov Lolita casi no tiene existencia por s¨ª misma, es tan s¨®lo el espejismo de lujuria y ternura modelado por la imaginaci¨®n enferma de Humbert Humbert, Milena era una ausencia y una sombra, una mujer a la que yo no atribu¨ªa una vida soberana e irreductible, sino una cualidad pasiva de objeto del amor de un hombre, destinataria silenciosa de cartas cuya urgente intensidad cobraba algo de in¨²til porque no se conservan las respuestas, una proyecci¨®n de la vida de otro, de sus recuerdos o sus sue?os. En una de las primeras cartas que le escribi¨®, Franz Kafka le dice que no sabe recordar su cara, y esa imprecisi¨®n tan dolorosa de la memoria se contagia a los rasgos de la persona amada y recordada, empieza a convertirla de antemano en el fantasma que ser¨¢ despu¨¦s: "S¨®lo recuerdo c¨®mo se alejaba usted entre las mesitas del caf¨¦; su figura, su vestido, todav¨ªa los veo". Ahora tengo yo frente a m¨ª esa cara de la que Franz Kafka no sab¨ªa acordarse, pero de pronto no la miro a trav¨¦s de la existencia de ¨¦l, y me doy cuenta de que hubo una vida real en esos ojos claros y let¨¢rgicos, en el pelo peinado con un ¨ªmpetu de negligencia y emancipaci¨®n de los a?os veinte, en la forma de los labios donde parece estar form¨¢ndose el preludio de una sonrisa. Ahora Milena adquiere una biograf¨ªa y hasta un apellido, Milena Jesenka, y la circunstancia ¨²nica en virtud de la cual hasta ahora existi¨® para m¨ª se disuelve en el tumulto generoso, temerario y tr¨¢gico de su vida personal, en el gran teatro de resplandores y cat¨¢strofes de la Europa central durante los a?os de tregua entre las dos guerras mundiales. Casi nada de lo mejor del mundo de ahora mismo existir¨ªa o ser¨ªa igual, ni en la literatura ni en la ciencia, ni en el cine, ni en la pol¨ªtica, ni en la vida diaria, sin aquella resplandeciente explosi¨®n de talento y de audacia de saber y de vivir que tuvo lugar entonces en aquellas capitales de Europa, en Berl¨ªn, en Viena, en Praga, las ciudades hacia donde viajaban las cartas de Franz Kafka y las de Milena. Tal vez nunca hubo tampoco un contraste tan grande entre la magnitud de las posibilidades y las esperanzas y los horrores de apocalipsis del resultado final.Y en medio de la efervescencia y el desastre quien pareci¨® una sombra adquiere una presencia n¨ªtida de soberan¨ªa y hero¨ªsmo, una cualidad futura de v¨ªctima que nos estremece al mirar su cara serena en las fotograf¨ªas y saber su destino. Milena Jesenka ya no ser¨¢ nunca m¨¢s una figura recordada entre las mesas de un caf¨¦, alej¨¢ndose para siempre de nosotros y desapareciendo tras el final de la ¨²ltima carta que le escribi¨® Franz Kafka. Milena es la mujer que decidi¨® vivir su vida como le diera la gana, que abraz¨® en el mismo impulso de libertad el ejercicio de la literatura y la causa de los trabajadores, que combati¨® a los nazis y fue asesinada por ellos y obtuvo de sus ex camaradas comunistas la infamia ¨²ltima de considerarla traidora porque no quiso someterse a las abyecciones del estalinismo.
En 1939, en v¨ªsperas de la entrada de las tropas alemanas en Praga, Milena Jesenka entreg¨® las cartas a su amigo Willy Haas, que fue quien las salv¨® y las public¨® m¨¢s tarde. Franz Kafka llevaba muerto quince a?os, y no podemos saber c¨®mo lo recordaba ella, qu¨¦ presencia real hab¨ªa tenido aquel hombre apasionado y enfermo en su vida tan llena de avatares y de gente. Quiz¨¢s antes de morir ¨¦l pensaba que acabar¨ªa siendo una sombra epistolar en la biograf¨ªa de Milena, ese fantasma en que se convierte quien rememora demasiado a alguien, quien escribe demasiadas cartas. "Los besos por escrito no llegan a su destino", le hab¨ªa dicho ¨¦l en una de las suyas, "se los beben por el camino los fantasmas".
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