Mala ¨ªndole (y 6)
Por Resumen de lo publicadoRoy, un joven espa?ol, es asesor de idioma en el rodaje de Fun in Acapulco, una, pel¨ªcula de Elvis Presley. Una noche se van de juerga a M¨¦xico DF Elvis, Roy, Sherry, una joven actriz, Hank, el piloto del cantante, y McGraw, un magnate pueblerino, quien con su zafiedad provoca una pelea en un tugurio de matones. Al final, los matones se quedan con Roy -que ha hecho de int¨¦rprete en la bronca como reh¨¦n.
Recuerdo que me pregunt¨®:
-?Qu¨¦ es eso de Roy? Te llam¨® as¨ª tu patr¨®n, ?verdad? ?se no es un nombre nuestro.
-Me llaman as¨ª para abreviar, me llamo Rogelio -ment¨ª-. No iba a darle el verdadero.
-Rogelio qu¨¦ m¨¢s.
-Rogelio Torres. -Pero casi nunca miente uno del todo, mi apellido completo es Ruib¨¦rriz de Torres.
-Yo he estado en Madrid una vez, hace a?os, me aloj¨¦ en el Hotel Castellana Hilton, lindo. Se pasa bien por la noche, mucha gente, muchos toreros. De d¨ªa no me gust¨®, un lugar sucio y con demasiados polic¨ªas por las calles, parece que teman a los ciudadanos.
-M¨¢s bien los ciudadanos los temen a ellos -contest¨¦-. Por eso me he marchado.
-Ah muchachos, es un rebelde.
Intentaba ser parco en mi informaci¨®n y a la vez cort¨¦s en el trato, no me daban mucha ocasi¨®n de mostrarme simp¨¢tico. Cont¨¦ alguna an¨¦cdota a ver si les resultaba ameno o chistoso, pero no estaban dispuestos a verme la gracia. Cuando alguien nos pone la proa no hay nada que hacer, nunca nos reconocer¨¢ ning¨²n m¨¦rito y antes se morder¨¢ carrillos y labios hasta hacerse sangre que re¨ªr con lo que uno dice (a menos que sea mujer, ellas s¨ª r¨ªen en todo caso). Y de vez en cuando uno u otro recordaban el motivo de mi presencia all¨ª, lo recordaban en voz alta para que nadie se enfriase:
-Ay, por qu¨¦ nos querr¨¢ tan mal el muchacho -dec¨ªa de pronto Ricardo tras fijar en m¨ª la vista-. Esperemos que no se hayan cumplido sus deseos durante nuestra ausencia y nos encontremos El Tato reducido a cenizas a nuestra vuelta. Ser¨ªa muy penoso.
O bien me dec¨ªa Julio:
-Pues que fuiste a escoger una palabrita bien fea, Rogelito, por qu¨¦ tuviste que decirme maricona, pod¨ªas haberme dicho sarasa. ?sa me habr¨ªa dolido menos, ya lo ves c¨®mo son las cosas. Las sensibilidades son un gran misterio.
Yo intentaba argumentar cada vez que me ven¨ªan con esto: no hab¨ªa sido yo, s¨®lo hab¨ªa transmitido; y ellos ten¨ªan raz¨®n, McGraw se lo hab¨ªa buscado y Mike no hab¨ªa sido nada justo. Pero era in¨²til, se acog¨ªan siempre a la idea extravagante de que era a m¨ª solo a quien hab¨ªan o¨ªdo y comprendido, qu¨¦ sab¨ªan ellos de lo que dec¨ªa en ingl¨¦s el cantante.
Las mujeres tambi¨¦n me dirig¨ªan la palabra en alg¨²n momento, pero ellas s¨®lo ten¨ªan curiosidad por Elvis. Yo me mantuve firme y no me desdije, aquel era su doble y al verdadero Elvis apenas lo hab¨ªa visto por el rodaje, era muy inaccesible. En el tercer local apareci¨® Pacheco y me sobresalt¨¦ mucho al verlo. Se acerc¨® hasta Ricardo y le cont¨® al o¨ªdo con sus ojos de indio mir¨¢ndome, el gordo Julio arrim¨® la silla y se llev¨® mano a la oreja para escuchar el informe. Luego Pacheco sali¨® a bailar, le gustaban las pistas. Ricardo y Julio no dijeron nada, pese a que yo los miraba con expresi¨®n interrogativa y seguramente aprensiva, o quiz¨¢ por eso callaron, para inquietarme. Por fin me atrev¨ª a preguntar:
-Perdone, se?or, ?sabe si llegaron sanos y salvos mis amigos? El otro se?or los acompa?aba, ?no?
Ricardo me ech¨® el humo de su cigarrillo a la frente y se sac¨® una brizna de tabaco de la lengua. Aprovech¨® para palparse el bigote y contest¨® tensando su b¨ªceps (era casi un tic aquello):
-Eso no lo podemos saber nosotros. Parece que va a haber tormenta esta noche, as¨ª que ojal¨¢ y se estrellen.
Mir¨® hacia otro lado deliberadamente y no me pareci¨® aconsejable insistir, y adem¨¢s entend¨ª lo bastante. La frase no ten¨ªa sentido si no se refer¨ªa al vuelo, as¨ª que Pacheco deb¨ªa de haberlos conducido hasta el aer¨®dromo de las afueras en que hab¨ªamos aterrizado y ahora se lo habr¨ªa contado a Ricardo: nada de hotel, un avioncito, de otro modo Ricardo no pod¨ªa estar enterado, nadie mencion¨® el aeroplano en El Tato ni tampoco yo luego. Ahora s¨ª me sent¨ª perdido, si Presley y los otros hab¨ªan despegado rumbo a Acapulco me tocaba despedirme. Tuve una sensaci¨®n de tajo y abismo, de abandono y lejan¨ªa enorme o tel¨®n echado, mis amigos ya no estaban en mi mismo territorio. Y lo que nunca se me ocurri¨® pensar, ni entonces ni a lo largo de los cinco d¨ªas siguientes, fue que el abismo se har¨ªa o se hab¨ªa hecho mucho mayor en seguida y su territorio m¨¢s remoto, que levantar¨ªan el campo inmediatamente en vista de lo sucedido, alarmados por McGraw y Sherry y Hank, convencidos de la inseguridad manifiesta de aquel pa¨ªs para Presley; ni que en Acapulco quedar¨ªa s¨®lo, cuando yo llegara maltrecho al cabo de esos cinco d¨ªas -cinco-, el equipo de segunda unidad del que a¨²n hoy hablan los folletos, en parte para rodar material inerte y en parte como destacamento por si yo aparec¨ªa; ni que a partir de aquella noche el se?or Presley jam¨¢s habr¨ªa pisado M¨¦xico sino que habr¨ªa interpretado su papel entero del trapecista Mike Windgren en un estudio, mi idea del doble fue aprovechada; ni que yo no lograr¨ªa estar presente para la escena cumbre de Guadalajara cantada, que habr¨ªa de convertirse por ello en la m¨¢s disparatada demostraci¨®n de espa?ol jam¨¢s o¨ªda en disco o vista en pantalla, Presley la canta: entera con ? toda la letra y no se le entiende nada, un lenguaje inarticulado: cuando se acab¨® de rodar la escena todos le daban palmadas y lo felicitaban hip¨®critamente seg¨²n me contaron ("Mucho, Elvis"), ¨¦l crey¨® que su ininteligible pronunciaci¨®n era perfecta y nadie lo sac¨® del error, qui¨¦n se atrev¨ªa. Elvis era Elvis. Nunca hice muchas averiguaciones, pero parece que fue as¨ª, que obligaron al se?or Presley a dejarme colgado, primero Pacheco con sus amenazas o su pistola, luego McGraw y el Coronel Tom Parker y Wallis con sus grandes p¨¢nicos. A uno no le gusta pensar que lo ha defraudado un ¨ªdolo.
Me sent¨ª perdido y ten¨ªa que largarme, escapar de all¨ª, ped¨ª permiso para ir al lavabo, me lo dieron pero vino conmigo el otro guardaespaldas, el de pistola en la axila, un tipo perezoso y rechoncho que se manten¨ªa a mi lado siempre, en los locales y tambi¨¦n en los autom¨®viles durante los trayectos entre uno y otro. En realidad me hab¨ªan arrastrado toda la noche como a un paquete vigilado, sin hacerme mucho caso y como parte de un s¨¦quito, asust¨¢ndome para divertirse un rato de vez en cuando, ni siquiera me hab¨ªa constituido en su principal entretenimiento, era un grupo algo cansino y poco imaginativo, deb¨ªan de reunirse casi todas las noches los mismos y estar¨ªan hartos. Yo era una novedad, pero seguramente me engull¨® la rutina, deb¨ªa de poder con todo.Y fue en el cuarto local, o era el quinto (se me hizo dif¨ªcil llevar la cuenta), donde se cansaron del todo y dieron por concluida la velada.Hab¨ªamos salido de la ciudad unos kil¨®metros, no supe si por sur o norte, este u oeste. Era un sitio de carretera y de ¨²ltima hora, rodeado ya de campo, se reconoce esos sitios en cualquier parte del mundo, se va s¨®lo por alargar, con desgana y de retirada. Hab¨ªa muy poca gente y al cabo de unos minutos hubo a¨²n menos, de hecho nos quedamos nosotros solos, dos chicas muy fatigadas, Pacheco, el rechoncho, Ricardo y Julio, el encargado y un camarero sirvi¨¦ndonos, parec¨ªan todos amigos o incluso subalternos los ¨²ltimos, tal vez Ricardo era tambi¨¦n propietario de aquello, o quiz¨¢ lo era su socio el gordo. Ricardo hab¨ªa bebido mucho -qui¨¦n no- y sesteaba un poco, ca¨ªdo sobre el escote de una de las mujeres. Eran hampones de poca monta, lavados, sus cr¨ªmenes no organizados.-Por qu¨¦ no acabas ya y nos vamos a dormir, ?eh Julito? -le dijo con un bostezo.
Acabar qu¨¦, pens¨¦ entonces, no hab¨ªan iniciado nada. Acaso iba a aplicarme un castigo el gordo, o quiz¨¢ me dejar¨ªan. Pero no hab¨ªan cargado conmigo la noche entera para luego nada. O quiz¨¢ me ejecutara el gordo, el pensamiento pesimista convive siempre con el optimista, el osado con el temeroso, y viceversa, nada va solo y sin mezcla.
El gordo Julio ten¨ªa manchas de sudor en la chaqueta clara, tanto sudor ten¨ªa que calaba la camisa y alcanzaba la chaqueta, el pelo planchado luc¨ªa m¨¢s gris y se le hab¨ªa rebelado durante la noche eterna, la melenita en la nuca se le hab¨ªa rizado, casi caracolillos le hac¨ªa. La tez blanca era ahora p¨¢lida, hab¨ªa hast¨ªo en sus ojos, hab¨ªa tambi¨¦n mala ¨ªndole. De pronto se levant¨® con su gran altura y dijo:
-Est¨¢ bien, como quieras. -Me puso una mano en el hombro (la suya era m¨¢s como un pescado, h¨²meda y con olor y como con chapoteo al hacer contacto) y a?adi¨® dirigi¨¦ndose a m¨ª: -Anda muchacho, vente conmigo un rato. -Y se?al¨® hacia una puerta trasera con ventanuco, a trav¨¦s de ¨¦l se adivinaba vegetaci¨®n o follaje de ¨¢rboles, parec¨ªa dar a un jardincillo o huerto.
-?D¨®nde? ?D¨®nde quiere que vayamos? -exclam¨¦ alarmado, y se me not¨® el miedo. No pude evitarlo, ten¨ªa un agotamiento nervioso, as¨ª se llamaba entonces a aquel estado.
El gordo me agarr¨® del brazo y me levant¨® de un tir¨®n violento. Me lo dobl¨® y me lo inmoviliz¨® a la espalda. Ten¨ªa fuerza, pero hab¨ªa hecho esfuerzo para ejercerla, eso se percibe siempre.
-Ah¨ª atr¨¢s, a charlar t¨² y yo un ratito m¨¢s sobre mariconadas antes de irnos todos a la cama. Tambi¨¦n t¨² has de dormir, que el d¨ªa habr¨¢ sido muy largo y la vida en cambio es corta.
El arranque de aquel d¨ªa se perd¨ªa en un tiempo remoto. Hab¨ªamos rodado escenas en Acapulco por la ma?ana, con Paul Lukas y Ursula Andress, parec¨ªa imposible. ?l no sab¨ªa cu¨¢n lejos quedaba eso.
Los otros no se movieron, ni siquiera para mirar, era cosa personal del gordo y en esas cosas no hay testigos. Con la mano izquierda me empuj¨® hasta la puerta trasera, con la otra me retorc¨ªa el brazo, una puerta de vaiv¨¦n que se qued¨® oscilando, salimos al aire libre, s¨ª se anunciaba tormenta para aquella noche, corr¨ªa ya un viento c¨¢lido y se agitaban los arbustos, m¨¢s all¨¢ la arboleda de un soto, eso me pareci¨® al pisar hierba y al sentirla contra la cara al instante, hierba seca, el gordo me derrib¨® de un pu?etazo en un costado sin m¨¢s espera, ya no iba a andarse con dilaciones. Sent¨ª en seguida su peso enorme sentado sobre mi espalda a horcajadas y a continuaci¨®n algo en el cuello, el cintur¨®n o el pa?uelo, ten¨ªa que ser el pa?uelo verde que hubo de interrumpir su tarea unas horas antes y ahora la reanudaba sobre mi garganta, el paquete por fin anudado. No era s¨®lo su mano, todo el gordo ol¨ªa a pescado y su sudor destilaba, y ahora no hab¨ªa m¨²sica ni rumba ni trompetas ni nada, s¨®lo el ruido del viento, sublev¨¢ndose o acaso huyendo de la tormenta, y el chirrido del vaiv¨¦n de la puerta por la que hab¨ªamos salido al escenario de mi muerte imprevista, un jard¨ªn trasero en las afueras de Ciudad de M¨¦xico, c¨®mo pod¨ªa ser cierto, uno entra en un garito y no imagina que ah¨ª empieza el fin y que todo acaba de forma oculta y rid¨ªcula bajo la presi¨®n de un pa?uelo arrugado y grasiento y sucio y pasado mil veces antes por la frente y el cogote y las sienes de quien nos mata, me mata, me mata, me est¨¢ matando, nadie pod¨ªa preverlo esta ma?ana y todo acaba en un segundo, uno, dos y tres y cuatro, nadie interviene y ni siquiera me mira nadie c¨®mo muero de esta muerte segura que est¨¢ sucediendo, me mata un gordo que no s¨¦ qui¨¦n es, s¨®lo que se llama Julio y es mexicano y lleva, esper¨¢ndome sin saberlo veintid¨®s a?o s, mi vida es corta y se acaba contra la hierba seca de un jard¨ªn trasero en las afueras de Ciudad de M¨¦xico, c¨®mo puede ser cierto, no puede serlo y no es porque de pronto me vi con el pa?uelo en la mano -flot¨® la seda- y lo rasgu¨¦ con rabia y hab¨ªa descabalgado al gordo con el esfuerzo de mi negra espalda y de mis desesperados codos que se clavaron como pudieron contra sus muslos, quiz¨¢ tard¨® demasiado el gordo en anudar mi garganta y se le fue la fuerza como tard¨® demasiado en atar la de McGraw para llevarlo al infierno, no basta el primer impulso para estrangular a alguien, ha de ser sostenido durante m¨¢s segundos, cinco y seis y siete y ocho y a¨²n m¨¢s, m¨¢s todav¨ªa porque cada segundo de esos es contado y cuenta y aqu¨ª sigo y respiro, uno, dos y tres y cuatro y soy yo ahora quien agarra un pico y corro con ¨¦l alzado para clav¨¢rselo en el pecho al gordo que est¨¢ ca¨ªdo y no puede levantarse r¨¢pido, como si fuera un escarabajo, las manchas de sudor me indican d¨®nde debo golpear con el pico, all¨ª hay carne y all¨ª hay vida y tengo que acabar con ellas. Y clavo el pico una y dos y tres veces con un ruido como de chapoteo, lo mato, lo mato, lo estoy matando, c¨®mo puede ser cierto, est¨¢ sucediendo y es irreversible y lo veo, ese gordo se levant¨® esta ma?ana y no me conoc¨ªa siquiera, se levant¨® esta ma?ana y no imagin¨® que no volver¨ªa ya a hacerlo porque lo mata un pico que aguardaba tirado en un jard¨ªn trasero, un pico para hendir la hierba y tambi¨¦n para cavar una tumba imprevista, un pico que quiz¨¢ no conoc¨ªa antes la sangre, esa sangre que a¨²n huele m¨¢s a pescado y es siempre h¨²meda y brota, y mancha al viento que huye de la tormenta.
Se acaba entonces tambi¨¦n el agotamiento, ya no hay cansancio ni turbiedad pero acaso tampoco conciencia, o s¨ª la hay pero no se domina ni se controla ni ordena, y mientras uno emprende la huida y empieza a contar y a mirar atr¨¢s va pensando: "He matado a un hombre, he matado a un hombre y es irreversible y no s¨¦ qui¨¦n era". Y el tiempo verbal con que piensa es sin duda ese, uno no se dice "qui¨¦n es" sino inexplicablemente ya "qui¨¦n era", y no piensa si est¨¢ bien ni mal ni justificado ni si hubo otro remedio, s¨®lo piensa en el hecho: he matado a un hombre y no s¨¦ qui¨¦n era, s¨®lo que se llamaba Julio y le dec¨ªan Julito y era mexicano, hab¨ªa estado una vez en mi ciudad natal alojado en el Castellana Hilton y ten¨ªa un pa?uelo verde, eso es todo. Y ¨¦l no sab¨ªa nada de m¨ª esta ma?ana ni tampoco ha conocido mi verdadero nombre ni yo sabr¨¦ m¨¢s de ¨¦l nunca. No sabr¨¦ de su infancia ni de c¨®mo era entonces, ni de si fue a un colegio para sus pocos estudios entre los que el Ingl¨¦s no estuvo, no sabr¨¦ qui¨¦n es su madre o si vive y le dar¨¢n la noticia de la imprevista muerte de su gordo Julio. Y uno piensa en eso aunque no quiere pensarlo porque ha de escapar y correr ahora, nadie sabe lo que es ser perseguido si no ha pasado por ello y la persecuci¨®n no ha sido constante y activa, llevado a cabo con deliberaci¨®n y determinaci¨®n y ah¨ªnco y sin pausa, con perseverancia o con fanatismo, como si los perseguidores no tuvieran otra cosa que hacer en la vida que darle a uno alcance para ajustarle las cuentas. Nadie sabe lo que es ser perseguido as¨ª durante cinco noches y cinco d¨ªas si no ha pasado por ello. Ten¨ªa veintid¨®s a?os y no volver¨¦ nunca a M¨¦xico aunque Ricardo ronde los setenta ahora y el gordo est¨¦ muerto desde hace siglos, yo lo he visto. A¨²n hoy extiendo mi mano horizontal y la miro y con ella me digo: "Cinco".
S¨ª, era mejor que no pensara y corriera, que corriera sin parar hasta donde me aguantara el alma que ya no ten¨ªa turbiedad ni cansancio, todos mis sentidos despiertos como si acabara de levantarme tras el largo sue?o, y mientras me adentraba y me perd¨ªa en el soto y sonaban los primeros truenos o¨ª con claridad a trav¨¦s del viento los pasos envenenados que se pon¨ªan en marcha con la urgencia del odio para destruirme, y la voz de Ricardo que gritaba a trav¨¦s de ese viento:
-Lo quiero ya, lo quiero ya muerto y no espero, traedme la cabeza de ese hijoputa, lo quiero ver desollado y con brea y plumas por todo el cuerpo, degollado y desollado, un despojo lo quiero, para que ya no sea nadie y as¨ª se pare mi odio que me fatiga tanto.
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