Vidas
No creo que haya nada m¨¢s hermoso que la vida de un hombre, la vida de cualquiera, contada con sencillez o con complejidad, pero contada por alguien que muestra respeto, amor y comprensi¨®n por la historia que cuenta. En alg¨²n momento de nuestra existencia todos hemos pensado que las vidas de los dem¨¢s eran mejores que la nuestra o m¨¢s completas, por lo mismo que todos pensamos, para soportar la idea de vivir, que en alg¨²n lugar lejano ser¨ªamos felices, en uno de esos lugares a donde jam¨¢s iremos.Ni siquiera tiene que ver eso con el conocido fen¨®meno de la suplantaci¨®n. Es posible que muchos, leyendo La Cartuja de Parma, hayan querido ser Fabrizio del Dongo o la Sanseverina, pero no creo que ninguno de los miles de lectores que ha tenido el Quijote hubieran querido llevar la vida del pobre Alonso Quijano ni ser ¨¦l.
Lo que nos fascina de todos esos h¨¦roes de novela no es tanto que salgan bien o mal parados de sus aventuras, de la peripecia de su vida, como que est¨¢n vivos y arrostran el final con entereza y valor, muchas veces sin saber que son valerosos, a veces incluso pensando que son unos pobres hombres, como esos que saca Kafka en sus libros.
Hace unos a?os la secci¨®n de Necrol¨®gicas de este peri¨®dico conoci¨® un gran momento. Cada d¨ªa aparec¨ªan en aquel obituario tres o cuatro notas. Nunca sal¨ªan firmadas, pero se adivinaba detr¨¢s de ellas el alma de un novelista, de alguien que se entregaba con entusiasmo a poner en claro esas vidas, muchas veces oscuras. En general, eran notas cortas, veinte, treinta, cuarenta l¨ªneas de una columna. Sol¨ªan corresponder a gentes notables o que lo hab¨ªan sido hac¨ªa mucho, gente que hab¨ªa brillado en su tiempo, pero que se hab¨ªa apagado; en fin, esa clase de hombres y mujeres que cre¨ªamos muertos desde hac¨ªa mucho tiempo. ?Ah!, exclam¨¢bamos admirados, ¨¦se a¨²n viv¨ªa. No era raro tampoco que asisti¨¦ramos al nacimiento de un verdadero personaje de novela justo en el momento en que nos comunicaban su cese de esta vida, pues nunca antes hab¨ªamos o¨ªdo hablar de ¨¦l. Eran vidas tambi¨¦n, en su mayor¨ªa, de otras partes, de pa¨ªses lejanos, a veces de pa¨ªses extra?os o que hab¨ªan dejado de existir, como Siam, de ¨¦pocas remotas, un violinista del imperio austro-h¨²ngaro, el raj¨¢ que se gast¨® toda su fortuna con una suripanta, la pen¨²ltima amante de Mussolini, el inventor que mor¨ªa pobre mientras ve¨ªa enriquecidos a los usurpadores de su talento, o el pen¨²ltimo propietario del diamante Excelsior.
A menudo las notas eran tan breves que uno habr¨ªa querido conocer mucho m¨¢s de esas vidas fascinantes e. insuficientes. Uno pod¨ªa pensar: tambi¨¦n mi vida, contada en diez o veinte l¨ªneas, seguramente ser¨¢ mejor de lo que en realidad va a ser. Y eso era consolador.
Se preguntaba Unamuno en C¨®mo se escribe una novela: "?Es m¨¢s que una novela la vida de cada uno de nosotros? ?Hay novela m¨¢s novelesca que una autobiograf¨ªa?". La pregunta de Unamuno es esperanzadora. Supongamos, pues, que s¨ª, que todas las vidas son novelescas.
A la luz de los acontecimientos pol¨ªticos espa?oles ¨²ltimos son muchos los que piensan que viv¨ªamos una novela del esperpento. Todos estaban de acuerdo en que la vida espa?ola se hab¨ªa llenado, en unos pocos a?os, de aventureros, ladrones, p¨ªcaros, especuladores, banqueros insaciables, algunos salidos de la nada y otros de la casa real, en fin, nadie quedaba a salvo de los rumores, todos tentados por el diablo del dinero y el poder. Algunos se lamentaban y dec¨ªan: "?Ay!, es una l¨¢stima que no haya entre nosotros un Valle-Incl¨¢n para contar lo que est¨¢ pasando".
Existe en franc¨¦s una palabra terminante para definir a esa clase de codiciosos e insaciables, parvenu. Se puso de moda despu¨¦s de su c¨¦lebre Revoluci¨®n, y se la endosaban a todos aquellos que aspiraban a m¨¢s de lo que les hubiera estado consentido en el ancien r¨¦gime. A veces eran hombres audaces, de genio; a veces, sencillamente aventureros sin escr¨²pulo, y a veces una mezcla de las dos cosas. Napole¨®n fue, sin duda, ejemplo cumbre del parvenu y a Stendhal,.un bonapartista confeso, le fue dado describir en el protagonista de El rojo y el negro, Julen Sorel, un joven de personalidad contradictoria, al gran ambicioso.
Al parvenu en espa?ol se le ha llamado logrero, cuca?ista, emergente, aventurero, trepa o trepador. Salvo en Estados Unidos, la figura no ha estado bien vista en parte ninguna.
Es posible que Valle-Incl¨¢n preparase con la realidad espa?ola de ahora un buen entrem¨¦s, pues era gran caricato, pero quiz¨¢ estuviera mejor echar en falta a Gald¨®s, el Gald¨®s de Torquemada, por ejemplo.Hoy mucha gente, cuando ve a Mario Conde en la televisi¨®n o en los peri¨®dicos, dice: "No puede disimular su cara de ladr¨®n, de g¨¢nster, con esa sonrisita de asco, con la gomina; es imposible no darse cuenta de ello". Y sin embargo, hace dos o tres a?os muchos de los que hoy est¨¢n en primera fila para ver c¨®mo arman el cadalso aplaudieron cuando le impon¨ªa el claustro de la Universidad Complutense el birrete de los hombres prudentes y sabios, con el Rey a la cabeza de todos. No es, pues, lo que pasa en la vida, cosa de farsa sino de drama. La farsa resta, el drama suma, y quiz¨¢ tengamos que suspirar no por, Valle-Incl¨¢n, sino por su denostado Gald¨®s, el garbancero, que descubri¨® el principio sagrado de la literatura: todas las vidas nos incumben, de todas tenemos algo.La literatura la hacemos con los personajes complejos, con aquellos que pareciendo que suben est¨¢n clavando su propia tumba, o con aquellos otros que se alzan sobre s¨ª mismos, contra toda apariencia. Unas veces, los que suben y bajan son unos miserables; otras, en cambio, no. La literatura no busca culpables ni inocentes, sino vida, un poco de dolor y un poco de alegr¨ªa,, y siempre que haya algo de todo eso habr¨¢ novela. La primera cualidad de una novela es que se mueva. Ha de parecerse en eso a la vida y a la Tierra.
Es una l¨¢stima que los hombres con una buena biograf¨ªa sean tan a menudo incapaces de escribimos la suya, o de hacerlo de una manera tan decepcionante y mentirosa, pero hay algo y aun mucho que pueden ense?arnos las vidas que suben y bajan. Nos ense?an a buscar lo que nace y muere en nosotros mismos, lo viejo y lo nuevo, y a comprender que lo que le incumbe a la justicia no es lo mismo que lo que le incumbe a la novela, por lo mismo que lo que ata?e a la historia no siempre es coincidente con lo que ata?e a la literatura, cuya principal misi¨®n es buscar un poco de verdad, incluso donde no la hubo, y un poco de piedad en lo que no la merece.
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