Debimos decirle todo la verdad
"No hay partido de vuelta entre el hombre y su destino " (Beekett)Le dijimos todo menos la verdad. Elogi¨¢ndolo, adul¨¢ndolo, ador¨¢ndolo, lo ascendimos al cielo y abajo, entre la gente Porriente, empez¨® muy pronto a caminar con paso distinto. ?l jugaba y en cada toque pon¨ªa a miles de su lado porque lograba el milagro (Dios) de amigar el asombro y la emoci¨®n.
?l solamente jugaba, pero a su alrededor ocurr¨ªan cosas serias. En mi pueblo hay un chico con edad de hombre al que se le llenan los ojos de l¨¢grimas cuando lo recuerda con el bal¨®n en los pies. Siempre empieza igual: "Se acuerdan de aquella jugada...", luego viene el relato minucioso que tambi¨¦n termina siempre igual: "Nunca m¨¢s, cuidemosl¨® porque algo as¨ª nunca m¨¢s". Lillo, joven entrenador de la familia de los so?adores, me lo dijo muchas veces: "Yo, por Maradona, llor¨¦ de felicidad". Ese tipo de conmoci¨®n provocaba su f¨²tbol en dos puntas del mundo y cuando el pueblo llora...
Jugaba y sub¨ªa. Tres mil escalones por su f¨ªsico parecido a una pelota, 5.000 escalones por su t¨¦cnica milim¨¦trica, un mill¨®n de escalones por sus apasionantes ocurrencias. Todo talento. Y sub¨ªa. Y desde abajo los mortales empuj¨¢bamos con palabras deslumbradas que le susurr¨¢bamos o escrib¨ªamos, y que dec¨ªan todo menos la verdad. Era irremediable, al fin y al cabo nadie tuvo la culpa de que jugara (Dios) como los ¨¢ngeles, y a todos nosotros las palabras se nos ca¨ªan de felicidad, de emoci¨®n, de alguna manera, de amor. Y as¨ª lleg¨® al cielo. Solo. ?Qui¨¦n pod¨ªa alcanzarle? Tan h¨¦roe. ?Qui¨¦n ten¨ªa el coraje de decirle la verdad? Tan importante. ?Qui¨¦n se anima a decirle que no a un negocio pr¨®spero? Tan caro.
Fue un gran producto de consumo informativo y cierto periodismo lo supo de inmediato. Lo necesitaban para el espect¨¢culo diario y si ¨¦l no pod¨ªa o no quer¨ªa, esos can¨ªbales lo despedazaban. Se comieron primero la parte visible, peto en el fondo de la mina de oro que Diego era vieron un drama, y entraron con cuchillos afilados para comer la veta de su dolorosa intimidad. Com¨ªan y vend¨ªan lo que vomitaban. Era caro por bueno y por malo, as¨ª que los buscadores de sin¨®nimos que le rend¨ªan pleites¨ªa cuando miraban embobados el cielo que habitaba se escandalizaron por sus ojos drogadictos, fueron a los ant¨®nimos y se los lanzaron con sa?a dici¨¦ndole de todo menos la verdad... Dios ganador adorado o sacrificado, pero siempre en el altar.
Y cay¨® en un precipicio hondo y oscuro con dolor y la verg¨¹enza viajando en teletipo, retransmitido en directo, convertido en espect¨¢culo de su teledolor y vendido, claro, caro. 0 muy arriba o muy abajo, siempre c¨¦lebre e inalcanzable. Siempre solo. Sus ojos, contaminados de gloria y ya de ocaso, ten¨ªan un brillo desafiante, pero al mismo tiempo suplicaban algo: ?Ayuda? ?Qu¨¦ quer¨ªan sus ojos pelearse con el mundo, o auxilio?
Los mercaderes no miran a los ojos cuando est¨¢n ocupados en sus cuentas. Hac¨ªan inventario: ?Qu¨¦ nos queda? El nombre de Maradona, un recuerdo grandioso, un poco de futbolista; no importa si gastado, confuso, herido. ?Hay mercado? Por supuesto, siempre quedan tipos, hu¨¦rfanos de ilusi¨®n, enfermos de melancol¨ªa, so?adores. Entonces, adelante. No les import¨® que fuera un paciente, ni que formara parte del pasado. Lo, necesitaban, vend¨ªa y lo sedujeron con cuentos que dec¨ªan todo menos la verdad. A Diego lo mov¨ªa una idea pura pero fant¨¢9tica porque la realidad formaba parte de la verdad que le ocult¨¢bamos... Aqu¨¦l era mal momento para feas verdades; Argentina hab¨ªa perdido cinco a cero en Buenos Aires frente a Colombia y la patria llamaba. A Diego le atra¨ªa volver tanto como a la gente reencontrarlo; lo necesitaban y no supo escapar, lo s¨¦, yo tambi¨¦n ca¨ª alguna vez en la trampa de la nostalgia. Y volvi¨®... Y todo fue milagrosamente bien, y todo fue, tambi¨¦n, espantosamente mal.
El amor y el odio siempre como acompa?antes. Otro silencio largo parecido a la desesperaci¨®n y esta vez es Boca el que le ofrece la posibilidad de vengarse y de ser querido. En medio de una gigantesca complicidad, de una monumental hipocres¨ªa de la que muy pocos son inocentes, jug¨® y muchas veces hasta bien. ?C¨®mo pod¨ªa ser? Los susurros de sus noches enmara?adas llegaban hasta Espa?a, al parecer muchos sab¨ªan que hasta su vida estaba en peligro, pero el espect¨¢culo deb¨ªa continuar y conven¨ªa callarse. Ahora lleg¨® a un nuevo cruce peligroso y alguien le debe gritar que ni siquiera para los dioses hay camino de regreso.
Alg¨²n d¨ªa Diego se mirar¨¢ a s¨ª mismo desde el incomparable balc¨®n de su memoria y recordar¨¢ con calma a la gente sencilla que lo quisol, tambi¨¦n a los babosos que lo usaron, tambi¨¦n a los traidores que un rato lo amaron y al siguiente rato lo mataron. ?se es el hombre. Todos somos m¨¢s o menos as¨ª. Tambi¨¦n ¨¦l es m¨¢s o menos as¨ª fuera de la cancha, cuando los focos se apagan. El error imperdonable o inevitable es no haberlo ayudado a descubrirlo antes. Pero, ?y los periodistas? ?Y el amor de la gente? ?Y el acoso de todos? ?Y su propia confusi¨®n? ?Y el negocio? Inevitable, fue inevitable... Sin embargo, debimos decirle toda la verdad: "Mira Diego, jug¨¢s a f¨²tbol como Dios, pero s¨®lo eres un hombre".
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