Los pegapases y los toros escachifollados
Los pegapases y los toros escachifollados. F¨¢bula.Coge Esopo los pegapases que copan la fiesta y los toros escachifollados que les echan, y monta lo que no est¨¢ en los escritos.
Moraleja: si llega a existir esta asendereada fiesta en los tiempos de Esopo, sus coet¨¢neos se iban a enterar.
Entonces no eran tan conformistas. Entonces, por menos, les daban a los interfectos una buena manta de palos o a lo mejor les pegaban fuego en la hoguera.
Ahora, en cambio, a los interfectos les premian con orejas y ramos de flores envueltos en celof¨¢n, les sacan a hombros, y los propios interfectos dicen luego, de s¨ª mismos, que estuvieron importantes.
Entre quemar al abusivo infiel (ojal¨¢ no vuelva jam¨¢s semejante brutalidad) y sacarle a hombros, existe una amplia gama de sanciones o recompensas, m¨¢s promediadas y justicieras. Por ejemplo, la que adopt¨® Madrid.
Sep¨²lveda / Caballero, Tato, Liria
Toros de Sep¨²lveda (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inv¨¢lido), bien presentados, inv¨¢lidos y aborregados. Dos de Hermanos Astolfi, P devuelto por inv¨¢lido, 5?, con trap¨ªo, noble. Sobreros: 1? y 6? de Herederos de Carlos N¨²?ez, inv¨¢lidos y mansos.Manuel Caballero: estocada, rueda de peones y dos descabellos (silencio); estocada saliendo empitonado sin consecuencias (palmas y tambi¨¦n fuertes protestas cuando saluda). El Tato: estocada y descabello (silencio); estocada (silencio). Pep¨ªn Liria: tres pinchazos y estocada ca¨ªda (silencio); pinchazo, otro saliendo volteado, estocada corta y rueda de peones (vuelta). Plaza de Las Ventas, 2 de octubre. 2? a corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Esta corrida de pegapases y toros escachifollados llega a ser en distinta plaza, y se cortan por lo menos media docena de orejas y un rabo peludo. En Madrid, en cambio, la afici¨®n dec¨ªa "Menos lobos", "A otro can con ese hueso" e incluso "Vayan ustedes a robar gallinas" cuando ve¨ªa a los artistas perpetrarles pases a los toros escachifollados.
Los toros escachifollados no se consintieron tampoco, faltar¨ªa m¨¢s. Aparec¨ªan hermos¨ªsimos, bien armados, con la cara que suelen poner los toros bravos en tarde de feria, y tan pronto emprend¨ªan media carrerita, rodaban por la arena.
?C¨®mo puede creer nadie -menos a¨²n, Esopo; menudo era- que un toro de aspecto fiero e impresionante estampa, criado de regalo para que combata sobrado de facultades en la dura brega y la cruenta lidia, le desplome el sucinto esfuerzo de emprender media carrerita?
Eso pretenden hacer creer los taurinos: que es as¨ª, que no hay remedio, que estas son lentejas; y que las reclamaciones, al maestro armero.Una desesperaci¨®n, un bochorno, un atraco constitu¨ªa ese rosario de torazos debiluchos, y un sarcasmo que los toreros pretendieran torearlos, por a?adidura mal.Manuel Caballero pas¨® sin arte al primero, al cuarto le peg¨® docenas de derechazos con pretendida temeridad, y pues result¨® empitonado en la estocada y unos cuantos aplaudieron, sali¨® al tercio a saludar. Nunca lo hiciera: le abroncaron.
El Tato, se pon¨ªa casi tumbado y largaba tela. Otro toro hermos¨ªsimo (acaso dos) cab¨ªan entre el hermoso toro inv¨¢lido al que embarcaba con el pico y su respetable persona. La afici¨®n le advert¨ªa entonces que as¨ª no es, y al concluir con desplante los arteros telonazos, la miraba con altaner¨ªa.
Muleteaba distanciado al boyante quinto y, acusando las crecientes protestas, se descar¨® con el toro y se palme¨® el muslo como ofreci¨¦ndolo en holocausto; pero, a la de citar, alargaba el brazo a un lado cuanto le daba de s¨ª y presentaba la muleta con direcci¨®n a la Meca.Algunos toreros aseguran que, con semejante p¨²blico, no se puede venir a Las Ventas. Y tienen raz¨®n: as¨ª, no.
Pep¨ªn Liria se hizo un l¨ªo con el inv¨¢lido tercero y al manso sexto, m¨¢s enterizo, le plant¨® cara en el tercio -cercana su querencia a tablas- mediante una faena llena de arrojo y rusticidad. Estaba en sus salsas: es lo suyo. Y seguramente habr¨ªa cortado oreja si llega a matar a la primera, porque sus coet¨¢neos permanecen en las ant¨ªpodas de los del severo Esopo. Una tremenda voltereta sufri¨® Pep¨ªn Lir¨ªa en uno de sus intentos toricidas y el hombre se incorpor¨® sin mirarse.
La vuelta al ruedo -sin duda merecida- que dio Pep¨ªn Liria no condonaba las dos horas largas de pegapases, de toros escachifollados, de picadores carniceros, de peones rid¨ªculos que utilizan capotes armados con varillas, de desverg¨¹enza y de aburrimiento.
Moraleja final: os vais a quedar solos. Y a quien Dios se la d¨¦, san Pedro se la bendiga.
Babelia
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