El Madrid se autocensura
Los de Capello salvan en los ¨²ltimos suspiros un punto ante el Racing
A falta de ense?anzas posteriores, hoy por hoy, el Madrid de Fabio Capello s¨®lo trasluce servilismo: el de sus disciplinados futbolistas a su t¨¦cnico. Su juego es un puro ejercicio de obediencia. Todos estr¨¢bicos: un ojo en el banquillo y otro sobre el campo. Son los nuevos tiempos, en los que un pu?ado de entrenadores se han apropiado del f¨²tbol en detrimento del libre pensamiento de sus estrellas. Con semejante ejercicio castrense el Madrid perfil¨® en El Sardinero un partido tenebroso, siempre sometido al tono militarizado de su entrenador. Un militante del f¨²tbol cibern¨¦tico, aquel sin otro poder de seducci¨®n que el caprichoso vaiv¨¦n de los resultados.C¨®mo entender si no el disparatado encuentro desplegado por el Madrid: con todas sus estrellas engullidas por un entramado t¨¢ctico tan espeso como fatuo. Sin un detalle de altura, sin dos o tres pases continuados con cierta intenci¨®n, el Madrid salv¨® un punto en los ¨²ltimos suspiros a base de empujones. Por el amor propio de su plantilla, que sac¨® provecho de la exquisita vista de un ¨¢rbitro y una acci¨®n enrabietada de Mijatovic al filo del pitido final. Jam¨¢s estuvo por encima de su rival y no expuso otra cosa que el f¨²tbol encorsetado que pregona su t¨¦cnico.
Miren si no. Capello hizo debutar a Redondo en la Liga. Censur¨® su criterio en el medio campo y tir¨® al nuevo espa?ol sobre el costado izquierdo a los cinco minutos de partido. Sanchis, un enorme defensa empeque?ecido como centrocampista,se instal¨® en el eje. Ra¨²l, un tipo afilado para la media punta, con clara vocaci¨®n ofensiva, se difumin¨® en los interiores: primero, por la izquierda, y un trecho despu¨¦s, por la derecha. Con el trueque, la ¨²nica intenci¨®n del italiano fue que el mejor goleador espa?ol de la Liga colaborara con el d¨¦bil Secretario en misiones destructivas.
Y, as¨ª, la tarde discurri¨® al dictado de Capello: con Hierro, de estrella, y Suker y Mijatovic, sin tocarla. Enquistados entre los tres centrales racinguistas y de culo a Ceballos. Uno y otro viven como ermita?os, alejados de todos sus colegas, siempre preocupados del enemigo.
La escasa decisi¨®n madridista alivi¨® la noche al Racing, que equilibr¨® el partido con cierta suficiencia. Con s¨®lo el ilegible Bestchasniykh en punta, supedit¨® la jornada a la insultante superioridad de Alvaro sobre Secretario y los bombardeos de Zalazar. Uno de ellos, al filo del descanso, golpe¨® con violencia el larguero de IlIgner. Fue un toque de atenci¨®n al Madrid. Un toque de atenci¨®n a su desprecio por la pelota, a su juego industrial y de corte simpl¨®n. Incapaz de conjugar a su conspicua n¨®mina de jugadores lustrosos con un f¨²tbol al menos aparente.
De espaldas a la l¨®gica, el Madrid nunca control¨® el partido. Sobrevivi¨® con las mismas armas que su modesto, pero encomiable rival: el trabajo a destajo y la atenci¨®n a las marcas. Con el partido en el alambre, el Racing se abri¨® paso a empujones, gan¨® la partida a los centrocampistas rivales y se anim¨® en ataque. Hierro, extraordinario, aguant¨® como pudo hasta que el ruso Bestchasniykh le cogi¨® la espalda a Roberto Carlos y fustig¨® a IlIgner.
Y entonces apareci¨® la perspicacia del ¨¢rbitro, tan meticulosos ellos esta temporada, y logr¨® la igualada con un penalti transformado por Suker. Con la confusa decisi¨®n arbitral, el encuentro se ensuci¨® m¨¢s de los debido.
La tarde de f¨²tbol fe¨ªsta dio paso a un duelo atrapado en un sinf¨ªn de disputas verbales, enfados, patadas y malos gestos. De la irascibilidad general sac¨® partido el Racing, en un descuido de Secretario en el achique, y a continuaci¨®n Mijatovic resolvi¨® un barullo en el ¨¢rea de Ceballos. Un sello muy propio para el partido servido por el Madrid. Al fin y al cabo quiz¨¢ fuera el so?ado por su t¨¦cnico, poco enganchado a la Liga de las estrellas. ?l tiene la suya propia: la que dicten los marcadores.
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