Andric, Handke, Kusturica
Como se?alaba Iury Lech en Babelia el pasado 19 de octubre, la nueva edici¨®n de Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric, es, sin duda, una buena noticia para amantes tanto de los paisajes balc¨¢nicos como de la literatura en general.No obstante, ciertas dudas surgen cuando en la citada rese?a se relaciona elogiosamente a Andric con Peter Handke y Emir Kusturica, conocidos por sus contribuciones favorables a la pol¨ªtica del Gobierno serbio en Bosnia, por contraposici¨®n a "el aparato manipulador de los cronistas de actualidad".
Algunos datos pueden ayudar a entender esta conexi¨®n. Desde sus m¨¢s tempranas creaciones, el prejuicio antimusulm¨¢n es una constante en la obra de Andric,. que tiende a presentar la ¨¦poca otomana (en coherencia con la historiografia nacional serbia) como un periodo de singular sufrimiento y a estigmatizar a la comunidad musulmana de Bosnia como "renegados" por adoptar la cultura del invasor. Se considera precisamente como paradigma de-este tema el pasaje del empalamiento de un hajduk o bandolero patri¨®tico serbio sobre el puente que protagoniza la citada novela hist¨®rica, al describirse el tormento a manos de los turcos con una extensi¨®n y detalle que rozan el sadismo.
Este suceso, fruto de la fantas¨ªa literaria de Andric, fue tomado lo suficientemente en serio por los extremistas serbios a partir de 1992 como para hacer del dichoso puente en la ciudad de Visegrad un lugar de deg¨¹ello y ejecuci¨®n p¨²blica de musulmanes, que a continuaci¨®n eran arrojados al r¨ªo Drina (exactamente igual que hab¨ªan hecho sus antecesores cetnici cincuenta a?os antes, en el tiempo en que se escrib¨® la novela). Una vez completada la limpieza ¨¦tnica de esta ciudad, en 1994, el reo de genocidio Radovan Karadzic inaugur¨® en Visegrad un monumento a Andric, uno de sus autores favoritos, cuya lectura no deja de recomendar en cualquier ocasi¨®n.
Nunca sabremos si Andric habr¨ªa autorizado el uso de sus novelas como coartada para el genocidio de los musulmanes de Bosnia, pero su obra permite aventurar que, de vivir en nuestros d¨ªas, mantendr¨ªa para con sus ejecutores una actitud, por lo menos tan comprensiva como la de un Handke o un Kusturica, ellos, tan apreciados en los despachos y cuarteles de Belgrado. Ha muerto demasiada gente para ignorarlo-
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