Falsa moneda
El veterano camarero llama mi atenci¨®n, al pagarle con un billete de 5.000 pesetas. "Tenga cuidado. Hay mucha falsificaci¨®n tambi¨¦n en los de 2.000 y en los de 10.00W. Restreg¨® entre los dedos el trozo de papel rojizo, con adem¨¢n experto, antes de entregarme el cambio. "?C¨®mo se reconoce?". Es hombre fundamentalmente sincero, a quien trato desde hace a?os. "No tengo la menor idea. El patr¨®n nos ha prevenido y se propone que carguemos con los que nos coloque alg¨²n cliente. Frotarlos es lo ¨²nico que se me ocurre. Parece que los chungos est¨¢n muy bien hechos, as¨ª es que ande conejo".El problema consiste, precisamente, en c¨®mo andar con ojo, en el caso de que el artista se haya esmerado; no empleo la palabra con ligereza, pues la falsificaci¨®n ha sido siempre considerada como un arte, quiz¨¢s aplicada a las Pl¨¢sticas, los muebles de estilo, documentos hist¨®ricos, etc¨¦tera. Dado el menosprecio en que ha ca¨ªdo el metal amonedado -hasta llegar al prodigio de que la lenteja, ¨²ltima peseta, valga menos que su propio peso, es decir, nada-, el falsario se decanta por el maravilloso mundo de la imprenta, cuyos avances t¨¦cnicos s¨®lo tienen parang¨®n con la ciencia del espacio y la microcirug¨ªa. Peter Ustinov aclara el concepto: "Lo que distingue al billete falso de uno verdadero s¨®lo depende del falsificador". Si la manufactura y realizaci¨®n son correctas, ?d¨®nde est¨¢ el delito? Puede arg¨¹irse que en la concupiscencia del mixtificador. Una falsificaci¨®n comedida, decente, eutrap¨¦lica, produce escaso da?o y contribuye a la fluida marcha del comercio. El reparo moral es dif¨ªcilmente sostenible por parte de los Estados emisores, que practican un gigantesco "timo de la estampita" y, adem¨¢s, tienen de su parte a los guardias y a los jueces. Recordemos que, a principios de este siglo, ya entrado en coma, estuvieron en circulaci¨®n los duros llamados "amadeos", "sevillanos" o "alicantinos", de peso, ley y cu?o tan acordes con el c¨¢non legal que fracasaron todos los intentos de retirada y coexistieron con, los otros, e incluso fueron m¨¢s apreciados.
Ilustrativa la an¨¦cdota de un escritor franc¨¦s, individuo de prolijo y abundante ingenio: Alfonso Allais. Flaneaba nuestro hombre por el boulevard, como era obligaci¨®n y gusto en la ¨¦poca, cuando advirti¨® la penosa escena de un ni?o llorando, a moco tendido, junto a una pasteler¨ªa, ante el desconsuelo de su madre. En aquellos tiempos era normal que el caballero desocupado se interesara por los problemas de las clases inferiores. La mam¨¢ aclar¨® la causa del drama: "Se le ha antojado una golosina de ese escaparate, y yo no tengo dinero para compr¨¢rsela, monsieur". Extrajo Allais un billete de cinco francos, doblado en el bolsillo del chaleco, que pas¨® a poder del peque?o. Momentos despu¨¦s, saboreando con infantil gula el pastel, devolvi¨® las vueltas al fil¨¢ntropo, que esto coment¨® con la tranquilizada progenitora. "Vea usted, madame, de qu¨¦ forma, en un momento, hemos hecho felices a cuatro personas: al cr¨ªo, que satisface un capricho y un deseo; a usted, porque ha cesado su llanto y su congoja; al comerciante, que ha vendido un hojaldre m¨¢s, y a m¨ª, que he podido pasar el billete falso que me hab¨ªan colocado el otro d¨ªa".
Malos son los tiempos que corren y desatada anda la codicia para empinarla hacia valores tan altos, quiz¨¢ debido a tanto como ha subido la vida. La impunidad se vale de las leyes penales para descorazonar a los monederos falsos, castigando con dureza la competencia de actividades. Los Reyes Cat¨®licos, don Fernando y do?a Ysabel, penaban con la muerte el incontrolado ejercicio de tal arte; su descendiente, don Felipe IV, lo agrav¨®, en la medida de lo posible: por medio de la hoguera. Una excursi¨®n al pasado ilustra acerca de las correcciones aplicadas al tr¨¢fico correlativo de la moneda falsa o subrepticia: quien la recibiera de buena fe, pero la incorporara de nuevo al torrente circulatorio, const¨¢ndole la falsedad, ven¨ªa escarmentado con una multa, del tanto al triplo, si la cantidad era superior a 125 pesetas; ya ven, nominalmente equivale al precio del diario que ahora tiene usted entre las manos.
"Deme, deme usted la vuelta, Bienvenido", le dije al receloso camarero. "Es innecesario que promueva y fomente el p¨¢nico por esa frusler¨ªa.
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