Nubes de la noche
La paciente, una cordobesa de serena belleza romero-torr¨ªstica, presenta un cuadro cl¨ªnico de nubes lentas sobre la noche de sus ojos, enfadados pero casi imperceptibles murmullos como de huelga prepar¨¢ndose en los t¨²neles entre el cerebro y la vista, y un claro abatimiento que se nota en una inclinaci¨®n de la cabeza de unos 35% sobre todo en tres circunstancias, a saber:a) Al salir de su adosado y comprobar que ¨¦ste se ve tan alegre en la fila como un soldado en formaci¨®n; b) al llegar a Azca y verse marcando el paso con otros 16.665 seres que sin embargo tienen mapas gen¨¦ticos irrepetibles (y desde luego no los ojos de la paciente); y c), por la noche, frente al televisor.
Y no son los truculentos telediarios los que la abaten con sus escenas de violencia, corrupci¨®n y cara dura, sino el que los guionistas de programas de risa sin motivo y aplausos sin causa presupongan que tanta, tanta gente es idiota, y tambi¨¦n la retransmisi¨®n de las finales de la Olimpiada Mundial de la Zafiedad. No otra cosa ven los suyos durante tres horas y media al d¨ªa, junto con pel¨ªculas ajustadas al m¨ªnimo coeficiente intelectual com¨²n de los estudiantes del instituto Paul y Tically Correct, de Surfing, Nebraska, y tiene la propiedad de doblarle el cuello hasta crearle una tort¨ªcolis cr¨®nica. Ese el es el momento en que acude al m¨¦dico.
Pero se equivoca de especialista. Enga?ados por la sintomatolog¨ªa cl¨¢sica de la artrosis de la secretaria, con su perspicacia caracter¨ªstica los artr¨®logos prescriben estiramientos de columna, nataci¨®n a braza y castidad. Ni que decir tiene que el estado de la paciente se agrava: 37? de abatimiento.
Finalmente es un dentista quien en una revisi¨®n rutinaria de una boca por lo dem¨¢s mod¨¦lica alcanza a percibir all¨¢ en el fondo rastros de una actividad si no ins¨®lita por lo menos inhabitual: las muelas traseras presentan erosiones que esforzados arqueodentistas terminan identificando como las que, en la Biblia, causaba el crujir de dientes.
Como el cuello alcanza ya los 39?, artr¨®logos y dentistas caen en el p¨¢nico y la paciente es entregada a los siquiatras, que toman las provisiones acostumbradas. Pero no han terminado de comenzar cuando ella solita se arranca los cables de la cabeza, expulsa los l¨ªquidos de contraste que pretenden identificarle los malos humores y tira los frascos de p¨ªldoras a la basura. "Es que veo mal explica al fin. "Veo nubes lentas, siempre las mismas y siempre navegando de noche por el cielo cruel de Madrid".
Los de siempre pretenden hacer una lectura pol¨ªtica y luego manifestarse, echar culpas, exigir. Pero se termina imponiendo el sentido com¨²n que, como siempre tambi¨¦n, tiene que ver con la vista: Esta joven paciente, se diagnostica al fin con humildad, ve mal. Torcidamente. La cuesti¨®n -y de ah¨ª esta llamada de auxilio- est¨¢ en saber qu¨¦ es lo que causa las nubes lentas en la noche de sus ojos, pues ah¨ª, sin duda, anida la infecci¨®n.
Nada en su historial ni en sus costumbres permite localizar el origen del virus. M¨¦dicos, polic¨ªas y moralistas han esculcado en su cuerpo, en el autob¨²s 77 que coge dos veces al d¨ªa, en las croquetas de su plato combinado preferido, y en sus compa?eros, que le hablan de f¨²tbol. Han investigado incluso en el f¨²tbol, por si ah¨ª hubiera algo: no hay. Quiz¨¢ sea lo previsible de todo ello, apunta un futuro premio Nobel... pero todav¨ªa no puede demostrarlo. Han ido a la localidad donde la joven veranea desde siempre, por si fuese un remoto amor de verano... y no. Se han hecho especulaciones y estad¨ªsticas hasta con la cuenta vivienda que paga desde hace tres a?os, baraj¨¢ndola con los temarios de la oposici¨®n que prepara su novio: nada. Se ha investigado en el super que visita con su madre, escarbado en el televisor que mira por solidaridad familiar, y hasta en la comida del perro: In¨²til. Nubes lentas, nocturnas.
?Se le ocurre a alguien un diagn¨®stico? Y en tal caso, ?c¨®mo hacer para mantener el caso alejado de los guionistas?
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