Boleros
Lo le¨ª el otro d¨ªa en el peri¨®dico. No eran meras palabras impresas, m¨¢s bien era un tratado en defensa del bolero. Con la lectura llegaron mis tiempos de ni?a asomada al mar, con la piel pintada de sol, y sosteniendo con ambas manos una escoba que me val¨ªa de micr¨®fono. Me pul¨ªa el pelo, y enga?aba a la infancia con los volantes m¨¢s bellos del armario de mam¨¢. Ara?aba las caderas con las palamas de las manos empe?adas en esculpirlas; aceleraba el rezo del coraz¨®n hasta que ¨¦ste se olvidase del comp¨¢s de la cabeza. Y tiraba la mirada al agua, el mar la recog¨ªa y me la devolv¨ªa resulta y evaluada. La danza se alargaba con las olas y se desvanec¨ªa finalmente con el sue?o.Le ped¨ª a la se?ora, ella me entendi¨® y me elogi¨® con su consentimiento. Corr¨ª entonces a la azotea y avist¨¦ la calle. Le dije al mundo, con grave silencio sonoro, la buena nueva que me cont¨® el diario. Estorb¨¦ al tiempo clavando largo rato las mejillas sobre el codo de las mu?ecas, para dejar despu¨¦s a la vista tropezar con la peripecia ingenua y arrebatadora de la duda. La negrita surgi¨® como beneficio de la duda. Ven¨ªa por la acera con su continuo balanceo. Le pegu¨¦ un silbido que le bast¨® para reconocerme. Call¨® el paseo bailable y me busc¨® con la vista alzada. Le grit¨¦ que le ten¨ªa un regalo, y que la jefa me daba la tarde libre. La muy novelera me dijo que acababa unas diligencias y me pasaba a buscar sin falta. La suerte de las sorpresas se vive con j¨²bilo desde la escasez. Luego vinieron los ni?os aseados y dispuestos para llevarlos al colegio; los corotos rondando. de nuevo sus territorios oficiales, y la fregona sonrojando el suelo. Cerrada la rutina dom¨¦stica, volv¨ª a casa.
La negrita lleva en la ciudad dos meses. Contrajo matrimonio con un funcionario espa?ol que la fue a conocer a La Habana. Ella se vino encantanda a la urbe, aunque a veces se desespera y suela unas l¨¢grimas; "?Las l¨¢grimas me alivian chica!", me dice siempre, y siempre acabamos emparejando nuestros rostros totalmente llovidos, empap¨¢ndonos por la solemnidad de los recuerdos.
Me vino a buscar. Salimos con nuestras mejores galas, con los labios m¨¢s tostados y con id¨¦nticos bolsos negros de piel sint¨¦tica. Algunas monedas sueltas en la cartera y muchas burbujas pre?adas en el interior de ambos est¨®magos. Insisti¨®, pero la convenc¨ª para que aguardara hasta el final del recorrido reprimiendo su m¨¢s severa se?a de identidad: la curiosidad.
Durante el paseo por la acera estrecha hice el esfuerzo de emular su vaiv¨¦n con las caderas, "?Parece que no las tengas clavaditas al tronco!", me reprochaba a la vez que despert¨¢bamos una larga y tempetuosa carcajada. "?Igualitas a las carcajadas del sur!", se?al¨¦, ?maldita la hora!; ella comenz¨® a tropezar con los tacones, a refugiarse la mirada tras el pa?uelo, a recordar, seguro, -porque siempre lo hac¨ªa llegada esta circunstancia- la carcajada de la madre, el coro de risas del enjambre de negritos -como ella los llamaba-, la carcajada de la brisa reposada en frente del porche, y la m¨¢s ausente de todas ellas: la carcajada del mar.
Me entretuve durante su desplomo en recordar las palabras que evidenciaban a Madrid como el centro; m¨¢s tarde se tom¨® en el filo y_la periferia de mi desdicha. Madrid no es m¨¢s que el paseo previo al regreso, la factura a pagar por llenar el est¨®mago de los m¨ªos. Detr¨¢s de los bloques no me queda m¨¢s que el universo de mi patria chica.
Despej¨¦ a la negrita con el esbozo de unas de esas canciones que le encogen el coraz¨®n. Vino hacia m¨ª y me apret¨® con los brazos; dej¨® latir la levedad de una de las l¨¢grimas emigradas en una de mis mejillas. Me dijo lo pendejas que ¨¦ramos por obligar a la memoria a permanecer abierta: "?Con lo atiborrada que est¨¢ la pobre!". Caminamos abrazadas con menos firmeza, respondiendo al sosiego de nuestras mentes; "?qu¨¦ feo que cantas chica!", apunt¨® con sorna, y volvimos a detenernos por un llanto re¨ªdo.
Le cont¨¦, mientras atraves¨¢bamos la Puerta del Sol, lo que hab¨ªa le¨ªdo esa ma?ana: "Lucrecia P¨¦rez confesaba que el bolero era la vida misma". El bolero era la m¨²sica de fondo de nuestros tramos de existencia. El bolero es amor, distancia, ternura y nostalgia. "Nuestras vidas son pura melod¨ªa", aseguraba la negrita en lo que se acomodaba el mo?o reflejado en una cristalera, y terminaba la tarea rememorando el vaiv¨¦n y sorprendiendo a los transe¨²ntes con unos cuantos versos cantados: "Esta tarde vi llover, y no estabas t¨²...".
Al fondo del local, sobre la escena, estaba la morena Lucrecia. Con un desfile de colores en su cabello, y con un arco iris disuelto en su mirada. Las muecas morenas est¨¢n m¨¢s a la orilla del terreno, m¨¢s a las faldas del sol. Sonaban los acordes y estallaba la voz morena.
Le don¨¦ a la negrita aquellos sabios pasajes de vida vestidos de bolero. "Contigo aprend¨ª que existen nuevas y mejores emociones... ".
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