Un r¨¦quiem en Madrid
Unos minutos despu¨¦s de que haya terminado el concierto los m¨²sicos recogen sus instrumentos y se marchan por la salida de artistas, que suele ser, en cualquier teatro, una puerta lateral, siempre un tanto desalentadora, en comparaci¨®n con la otra, por donde sale y entra el p¨²blico, el gent¨ªo bien vestido y cultivado que esta noche ha venido a escuchar el R¨¦quiem de Brahms. Hace unos minutos, la m¨²sica, en la sala sinf¨®nica del Auditorio Nacional, era una resplandeciente arquitectura, una experiencia de emoci¨®n y sobrecogimiento, y los miembros de la Orquesta Sinf¨®nica de Madrid, atareados y afanosos sobre sus atriles, ten¨ªan algo de part¨ªcipes en una abrumadora ceremonia, acompa?ados por la multitud de las presencias y las voces del coro, alentados y guiados por el director, Fr¨¹libeck de Burgos. Yo los miraba,. los escuchaba desde muy arriba, y ¨¦sa distancia un poco vertiginosa de las localidades m¨¢s altas se correspond¨ªa muy bien con la amplitud oce¨¢nica de la m¨²sica. Brahms, en el R¨¦quiem alem¨¢n, es un oc¨¦ano sombr¨ªo, con timbales de predestinaci¨®n y amenaza y largos episodios de quietud, de dulzura y misericordia, de aceptaci¨®n de lo que m¨¢s miedo daba. Nos parece que estamos viendo la anchura del mar del Norte en los cuadros de Friedrich, que asistimos, como en ellos, a naufragios boreales y cataclismos de hielo.Pero todo eso era hace unos minutos. Ahora, despu¨¦s de la conmoci¨®n, de los largos aplausos, de las luces de la sala brillando en los metales magn¨ªficos, he salido del auditorio en la noche fr¨ªa de noviembre y he dado la vuelta al edificio para encontrarme con mis amigos m¨²sicos, que aparecen en el vest¨ªbulo de la salida de artistas, con abrigos, con las cabezas bajas, llevando en las manos sus instrumentos enfundados, con un aire perfectamente laboral, de cansancio y alivio, de fin de la jornada. Me ha gustado siempre ese instante de despu¨¦s de los conciertos, cuando el p¨²blico ya se ha ido y los m¨²sicos recogen sus cosas y comentan lac¨®nicamente algo de la actuaci¨®n, aunque no mucho, porque parece que prefieren hablar de otros asuntos, del mismo modo que a cualquier trabajador lo que le apetece, cuando termina la tarea, no es seguir pensando en ella, sino distraerse conversando de la vida que les espera, el regreso a casa, la cena o la copa en alg¨²n sitio o los pormenores del pr¨®ximo viaje. Una vez, hace a?os, al d¨ªa siguiente de un concierto de jazz, uno de esos enterados o gestores que tanto abundan en la vida y que ejercen con tanta opulencia su parasitismo sobre el trabajo de los m¨²sicos me dijo:
-Estuve anoche en el backstage y no veas qu¨¦ ciego de coca estaban cogiendo los negros. Dio la casualidad de que, por razones laborales y de afici¨®n, yo s¨ª hab¨ªa estado al final del concierto en el celebrado backstage, palabra entonces de moda, y hab¨ªa tenido ocasi¨®n de comprobar que los negros no s¨®lo no se pon¨ªan ciegos, de coca ni de nada, sino que, adem¨¢s, no eran negros, porque eran los miembros del grupo blanco y ac¨²stico de Phil Woods, que tocan en el mismo estado de ensimismada confabulaci¨®n que si interpretaran los cuartetos finales de Beethoven o de Sostak¨®vich. Mis amigos sal¨ªan de tocar el R¨¦quiem de Brahms con sus caras de alivio y de trabajo, como sale la gente de las oficinas camino de la parada del autob¨²s o la boca del metro, pero esta vez, adem¨¢s del cansancio, ten¨ªan un motivo m¨¢s poderoso para el desaliento. El porvenir de la Sinf¨®nica de Madrid est¨¢ en el aire,o lo que es lo mismo, a merced de la voluntad soberana de St¨¦pliane Lissner, el director art¨ªstico del Teatro Real, que puede deshacerla en parte o disolverla a su antojo, para acomodar sus restos en una futura orquesta titular de ese teatro. De pronto los m¨²sicos se saben vulnerables en su trabajo y sometidos a un escrutinio angustioso y sin duda arbitrario: qui¨¦n ser¨¢ elegido y qui¨¦n no, qu¨¦ puede quedar de una orquesta en la que se ha encarnado una gran parte de la mejor tradici¨®n de la m¨²sica sinf¨®nica en Madrid a lo largo de este ¨²ltimo siglo.
Dec¨ªa Gald¨®s que la inseguridad es la ¨²nica cosa constante entre nosotros. Mientras los m¨²sicos entran y se marchan con su incertidumbre laboral y su sentimiento colectivo de postergaci¨®n por la salida de los artistas, los divos de la alta gesti¨®n cultural imitan las arrogancias de los antiguos directores tir¨¢nicos de las orquestas y aparecen en la plena luz de los focos y de los peri¨®dicos, alimentan el faraonismo de los proyectos colosales para halagar la vanidad de los pol¨ªticos que les han nombrado y al mismo tiempo act¨²an con la falta de miramientos de esos ejecutivos contratados para reducir gastos y plantillas a costa de los m¨¢s d¨¦biles. Entre nosotros casi nada es duradero ni s¨®lido, pero las pocas cosas que se van afirmando, a pesar de todo, contra viento y marea, siempre est¨¢n en peligro, bajo sospecha, a merced del capricho o de los vaivenes de la moda. La Sinf¨®nica de Madrid corre el peligro de desaparecer al mismo tiempo que circula el rumor de que va a ser clausurado el teatro de la Zarzuela, porque parece que todo el dinero que hab¨ªa se ha gastado en el gran Ni¨¢gara de dispendios del Teatro Real. La m¨²sica, como cualquier otro arte, es un trabajo, un lento oficio que necesita muchos a?os para dar sus mejores frutos, pero aqu¨ª todo ha de ser r¨¢pido y espectacular, aunque dure tanto como un castillo de fuegos de artificio. El dinero que se escatima para sostener un proyecto austero y razonable se tira luego multiplicado sin tasa para pagar a los figurones y a las estrellas.
Viendo a los m¨²sicos salir por las puertas traseras de los teatros pienso en los tiempos en que usaban libreas y ten¨ªan el rango de criados en los palacios de los pr¨ªncipes y de los arzobispos. No creo que los patrones de ahora, los gestores, los directores art¨ªsticos, los divos de la plutocracia cultural, los traten con menos arrogancia. Pero era a ellos, a los m¨²sicos que se sub¨ªan las solapas de los abrigos y sal¨ªan llevando sus instrumentos como bolsas de viaje, con caras de cansancio, de preocupaci¨®n e incertidumbre, a quienes hab¨ªa que agradecerles la otra noche que hubiera existido una vez m¨¢s en el curso del tiempo el esplendor del R¨¦quiem de Brahms.
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