Una violencia
"El castellano en Catalu?a es fruto de una violencia antigua". Con estas palabras (traducidas del catal¨¢n), Jordi Pujol ha sellado la incipiente apertura ling¨¹¨ªstica propugnada por otros dirigentes nacionalistas -?ngel Colom, destacadamente-, favorables a reconocer que el castellano es tambi¨¦n una lengua de Catalu?a. Las palabras de Pujol no presentan, por el contrario, mayor novedad respecto a lo ya habitual: en Catalu?a hay dos lenguas, pero so o una es la buena. Cualquier tipo de negociaci¨®n que se establezca en torno de la otra habr¨¢ de detenerse en el umbral del estigma: "Hablad y escribid, pero sabed que no olvidamos", viene a recordar Pujol. Como suele ocurrir con las producciones del nacionalismo, esas palabras no merecen mayor atenci¨®n intelectual, pero s¨ª pol¨ªtica. Las lenguas, como la historia, van asociadas a la violencia. Parcialmente, claro. Porque hay otros factores que cuentan: el amor y el trabajo, por ejemplo.
En la presencia contempor¨¢nea de la lengua castellana en Catalu?a sobresale el trabajo antiguo -manual e intelectual- de una inmigraci¨®n cuyo porcentaje no tiene precedentes f¨¢ciles de aislar. (En estricto correlato, el castellano habr¨ªa de ser, desde el punto de vista del nacionalismo catal¨¢n, fruto tambi¨¦n del fracaso: de la incapacidad pol¨ªtica, econ¨®mica y cultural de construir una naci¨®n al margen del castellano y al margen de Espa?a). El actual inmigrante catal¨¢n comparte un ins¨®lito papel: suele ser v¨ªctima, por la plusval¨ªa y la desigualdad, pero al mismo tiempo es verdugo por tradici¨®n familiar. Yo creo que ese problema de identidad es el que garantiza su mutismo y su sumisi¨®n. Pujol es un hombre listo: de tanto en tanto les recuerda su origen infamante. Y el inmigrante queda sumido en la perplejidad helada del verdugo. Que suele ser un tipo triste, avergonzado y silencioso.
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