En la muerte de un visionario
En 1961 un grupo de cient¨ªficos inquietos se reuni¨® alrededor del astr¨®nomo Frank Drake, para intentar evaluar la probabilidad de vida inteligente en nuestra galaxia. Se trataba de figuras consagradas: una de ellas recibi¨® el nobel de F¨ªsica durante el seminario. S¨®lo habia un joven, un brillante astrof¨ªsico de la Universidad de Cornell que, cuando ni?o, se maravill¨® al saber que su intensa afici¨®n a observar los cielos era tambi¨¦n un oficio con el que uno pod¨ªa ganarse, la vida.Adem¨¢s de ganarse la vida, Sagan, a lo largo de las siguientes d¨¦cadas, y mediante una poderosa combinaci¨®n de fe en sus ideas, creatividad, facilidad para comunicar con el gran p¨²blico y capacidad de trabajo, galvaniz¨® a una inmensa masa de creyentes en el futuro c¨®smico del hombre. Cosmos nos sirv¨ª¨® a muchos para repensar la ciencia: no s¨®lo es una pregunta, sino el triunfo de la libertad de pensamiento frente a los dogmas religiosos, pol¨ªticos... o cient¨ªficos.
En 1980, y como ¨²ltimo gran servicio a sus ideas, Sagan recogi¨® los a?icos de la ilusi¨®n de la carrera por la Luna y construy¨® con ellos la mayor asociaci¨®n de entusiastas del espacio: la Sociedad Planetaria, que hoy cuenta con m¨¢s de 100.000 miembros.
Carl Sagan ha muerto en un momento cr¨ªtico de la exploraci¨®n planetaria. Un momento en el que el inter¨¦s p¨²blico por los planetas, en s¨ª y como cunas de vida, est¨¢ en su apogeo. Sagan, que en los setenta particip¨® en la misi¨®n Viking a Marte, hubiese debido estar vivo el pr¨®ximo verano, cuando Mars Pathfinder busque en aquel planeta las huellas de la segunda biosfera del Sistema Solar.
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