Aquellas nocheviejas de rigurosa etiqueta
El Casino de Madrid celebra su 160? aniversario e intenta recuperar la popularidad de anta?o
Juan Manuel Matarrubia, un madrile?o de 69 a?os, vio por primera vez en su vida un pavo trufado en la Navidad de 1944. Fue en el Casino de Madrid, en el n¨²mero 15 de la calle de Alcal¨¢, donde pocos meses antes hab¨ªa comenzado a trabajar como botones. "Celebraban unas fiestas de fin de a?o fastuosas. Se exig¨ªa a los socios rigurosa etiqueta, y las damas luc¨ªan espl¨¦ndidos vestidos de noche. La gente se agolpaba en la entrada para ver descender de los coches a tan coquetas se?oras. Parec¨ªa la entrega de los Oscar de Hollywood", recuerda.Ha transcurrido m¨¢s de medio siglo de aquellas nocheviejas de posguerra en el Casino de Madrid y el ambiente de esta instituci¨®n madrile?a -que acaba de celebrar su 160? aniversario con una cena de gala al estilo de sus mejores tiempos se fue apagando a la par que la ciudad crec¨ªa y el c¨ªrculo de fieles casinistas se hac¨ªa viejo. La popularidad de esta sociedad de cultura y recreo, tan influyente en el Madrid del siglo XIX y de la primera mitad del XX, decay¨® de tal modo que muchos madrile?os no conocen en la actualidad m¨¢s casino que el de juego de Torrelodones.
El tiempo tampoco ha pasado en balde para Matarrubia, ahora jefe de administraci¨®n. "Cuando llegu¨¦ aqu¨ª con 16 a?os era tan guapo y ten¨ªa tanto estilo que todos me llamaban Fredy Bartholomew, porque me parec¨ªa mucho al protagonista de la pel¨ªcula El peque?o lord", dice, y ense?a como prueba irrefutable una foto antigua.
Su padre, Gregorio, ya trabajaba all¨ª como ordenanza. Hab¨ªa ingresado como ciclista mensajero en 1912, dos a?os despu¨¦s de que el Casino, tras un periplo por diversos edificios siempre cercanos a la Puerta del Sol, se instalara en su definitiva sede. Cuando Matarrubia lleg¨® en 1943 la instituci¨®n atravesaba uno de los periodos m¨¢s dif¨ªciles. Tras la guerra civil, en la que la sede hab¨ªa sido convertida en hospital y dep¨®sito de bienes confiscados, hubo una depuraci¨®n en la que numerosos socios liberales fueron expulsados y que tambi¨¦n afect¨® a los empleados. Se incluy¨® un art¨ªculo en los estatutos en el que se exig¨ªa a los socios ser "adictos al r¨¦gimen".
Clasismo
"El ambiente era muy clasista, y las normas, excesivamente r¨ªgidas. No se pod¨ªa uno mezclar con ellos, y a algunos, ni dirigirles la palabra. A los empleados no nos llamaban por el nombre, sino que gritaban 1 casa', dando unas palmadas,ten¨ªamos que acudir corriendo. Nos sent¨¢bamos en un banco al que llam¨¢bamos de la paciencia en espera para realizar alg¨²n encargo. Cuando pasaba un socio ten¨ªamos que levantarnos y hacer la correspondiente reverencia; si no, hab¨ªa bronca".
Los salones estaban llenos a todas horas. S¨®lo se?oras de la limpieza hab¨ªa 39 (m¨¢s que el total de empleados actualmente), y el servicio lo compon¨ªan limpiabotas, mozos, pasarrecados, manicura, practicante, pedicuro y hasta carpintero y electricista.
De los numerosos presidentes que ha conocido no olvidar¨¢ a Ricardo Bartolom¨¦ y Mas. "Un d¨ªa me llam¨® al despacho. Pens¨¦ que hab¨ªa cometido alguna falta, pero cu¨¢l ser¨ªa mi sorpresa que, al recibirme, dar mi nombre, categor¨ªa y dem¨¢s datos, le dijo al mecan¨®grafo que escribiera cuanto iba a decirle. Comenz¨® haci¨¦ndome levantar la pierna derecha para examinar mi calzado y dictar, como en una comisar¨ªa: 'El tac¨®n del zapato derecho est¨¢ excesivamente desgastado y existe una peque?a fisura en la parte delantera'. Mientras inspeccionaba exhaustivamente mi indumentaria, yo, a punto de soltar la carcajada, pensaba c¨®mo era posible que un hombre tan peque?o se apellidara Mas cuando hubiera debido llamarse Menos".
Y menos gracia le hizo la reacci¨®n del director de la biblioteca, un tal Valent¨ªn San Rom¨¢n. Fredy estaba empe?ado en aprender a escribir a m¨¢quina y sol¨ªa colarse en una sala donde hab¨ªa decenas de ellas; el director, por su parte, estaba empe?ado en pillarle con las manos en la masa. Un d¨ªa le cerr¨® todas las puertas de salida para prepararle una encerrona, pero el chico se escap¨® por la ventana. "Le dio tanta rabia que se present¨® en mi casa y mand¨® al sereno a buscarme; me hizo bajar a las cuatro de la madrugada y casi me coge del cuello grit¨¢ndome que a ¨¦l nadie le tomaba el pelo".
Mujeres en el s¨®tano
El veto de entrada a las mujeres se mantuvo hasta mediados de los a?os setenta. Durante siglo y medio s¨®lo hab¨ªan podido acceder al comedor y acompa?adas por sus maridos. "Aunque s¨ª era frecuente la presencia de ciertas se?oritas que acced¨ªan por la puerta trasera a los reservados del s¨®tano, donde ahora est¨¢n los billares. M¨¢s de un general ha estado a punto de ser sorprendido por su esposa en la ba?era y en una postura poco honrosa".A mediados de los a?os sesenta los madrile?os se pod¨ªan jugar los cuartos en diferentes locales a pesar de estar prohibido por la ley. La Gran Pe?a, el C¨ªrculo de Bellas Artes, el Mercantil y el Casino se turnaban cada tres meses para actuar como sala de juego. Las autoridades lo toleraban, pero si ocurr¨ªa alg¨²n incidente no se pod¨ªa denunciar. Matarrubia se ocupaba entonces del balance y el recuento de fichas, y ten¨ªa que v¨¦rselas habitualmente con los listillos que le quer¨ªan enga?ar. "Se mov¨ªan unos veinte millones de pesetas cada noche, que era much¨ªsimo dinero. Llegu¨¦ a descubrir a un falsificador de fichas que nos estaba estafando. Pero no lo pudimos denunciar porque el juego no era una actividad legal". De aquella temporada, que dur¨® unos cuatro a?os, recuerda las muchas noches sin dormir y las siete pagas extra con las que redondeaba su escaso sueldo.El actual presidente, Manuel Garc¨ªa-Miranda, se propone recuperar el protagonismo que tuvo el casino en la vida social y cultural de los madrile?os. Ha puesto en marcha un foro de opini¨®n donde intelectuales y pol¨ªticos debaten temas de actualidad y han modernizado y ampliado las instalaciones que alberga el valioso edificio de la calle de Alcal¨¢, declarado bien cultural en 1993. Matarrubia, que por el momento no piensa jubilarse, estar¨¢ encantado con los cambios, y conf¨ªa en que los nuevos aires consigan reducir de una vez por todas la edad media de los socios, "que en estos momentos debe rondar la que yo tengo", bromea.
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