La risa tolerable
Un semanario ingl¨¦s ha contado, sin poder ocultar el sarcasmo, la historia de una distinguida catedr¨¢tica de Literatura que se empe?¨® en que el Ayuntamiento de Oxford retirara de sus paredes un cuadro de El rapto de las sabinas, "ofensivo para las mujeres que han sufrido violencia dom¨¦stica". Mientras tanto, en Espa?a, la Confederaci¨®n Estatal de Consumidores y Usuarios (CECU) denuncia por su actitud despectiva hacia los homosexuales la ¨²ltima campa?a publicitaria de Martini, ¨¦sa en la que el hombre del vermut, escamado de las intenciones de una bella mujer que le invita a su habitaci¨®n, huye, no sin antes echarle las llaves del cuarto peligroso a un ba?ista risue?o de cuya "dudosa masculinidad" se hace burla en el anuncio. Todo ello en la semana de la risa que el maligno mister Cascos lanz¨® en las Cortes y su doppelg?nger bueno, el doctor ?lvarez (doppelg?nger no es una raza de perros, sino 'doble' en alem¨¢n), tuvo que paliar en el Senado.Una mente l¨²cida y no sujeta al creciente terrorismo de lo pol¨ªticamente correcto podr¨ªa sentir la tentaci¨®n de reaccionar unitariamente a esos tres hechos, viendo en la catedr¨¢tica inglesa, en la CECU y en las diputadas de la oposici¨®n un mismo brote hist¨¦rico y sectario, inquisitorial y rid¨ªculo, que trata de borrar, no ya de las costumbres, sino de la memoria de las gentes, toda diferencia, todo arrojo sem¨¢ntico y hasta el m¨¢s m¨ªnimo apego al refranero, el humor popular o la guasa. Yo lo veo de un modo totalmente contrario.
En el primer caso, sorprende ver a una prestigiosa adalid de los cultural studies como Lisa Jardine, autora de interesantes trabajos sobre la mujer en el teatro isabelino, cediendo a la funesta moda del igualamiento moral que juzga los criterios art¨ªsticos del pasado seg¨²n las normas de conducta hoy prevalecientes. M¨¢s a¨²n cuando las obras en cuesti¨®n, la pintura -del taller de Pietro da Cortona- del famoso episodio de la historia romana y otras anatematizadas en su art¨ªculo original, entre ellas una de las piezas magistrales del Renacimiento, el Desollamiento de Marsias, de Tiziano, obj¨¦table ¨¦sta en un alarde de solidaridad intersexual por su violencia contra el hombre, tienen un valor cat¨¢rtico o ejemplar que se impone a la sanguinolencia de sus peripecias. "Pretendamos", sugiere Lisa Jardine como soluci¨®n, "que el gran Tiziano nunca pint¨® una cosa de tan mal gusto". Es preferible, seg¨²n esa teor¨ªa, prohibirnos ver mutilaciones y crueldades de ficci¨®n que mutilar de nuestro cuerpo emocional grandes obras art¨ªsticas que dif¨ªcilmente -por distancia en el tiempo, contexto y dignidad formal- pueden da?ar la sensibilidad de nadie.
Nada hay en com¨²n entre la protesta . del CECU y las diputadas espa?olas y la mojigata cruzada de Lisa Jardine. Descontando -y no es poco descuento- el desnivel que hay entre una pincelada de Tiziano, un spot de Martini y una met¨¢fora del compuesto doctor ?lvarez / mister Cascos, lo que resulta genuinamente repugnante no es una representaci¨®n art¨ªstica, sino la base de una creencia cuya manifestaci¨®n oral, legal o comercial contribuye a estereotipar, humillar y hostigar a, colectivos tradicionalmente segregados.
La justa ira de la CECU, organismo poco sospechoso de extremismo rosa, llama la atenci¨®n sobre un resorte para muchos tan inveterado como inconsciente que nutre de chistes sobre el ramalazo maric¨®n el ¨¢rbol de nuestra cultura. Por su parte, lo m¨¢s significativo del l¨ªo metaf¨®rico de los. se?ores Rodr¨ªguez, Alvarez y Cascos es, a mi juicio -y discrepo en esto del editorial de EL PA?S-, la reacci¨®n solidaria de las diputadas del PP.
Cuando la portavoz Sainz habl¨® de "algarab¨ªa", y "montaje" o la ministra Tocino de "cacareo" -he echado mucho en falta en este asunto la voz de la ministra bifronte, aunque tambi¨¦n es cierto que la se?ora Aguirre hizo hace poco una importante contribuci¨®n ganando para la causa femenina la obra literaria de Sara Mago-, para nada estaban someti¨¦ndose con desgana a una disciplina de partido; esas mujeres llevan viviendo felizmente 25 siglos en los altares de la exaltaci¨®n virtuosa, del florero dom¨¦stico o monumental, y su no-encontrar insultantes las actitudes sexistas de los correligionarios confirma que ser de la otra Espa?a, de la Espa?a m¨¢s negra y cavernosa, no es cuesti¨®n de sexo, sino de mente.
Babelia
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