Doble fila
"Hemos evitado el aparcamiento en doble fila", ha declarado el concejal de la Junta Municipal del distrito de Salamanca. Y los vecinos del barrio de Salamanca se han quedado perplejos. Uno se asoma a las calles. de ese barrio y lo primero que se encuentra es, precisamente, la tira de coches aparcados en doble fila.La tira no es expresi¨®n balad¨ª. La hilera de coches aparcados en doble fila hay momentos del d¨ªa que discurre por las calles enteras, de principio a fin, componiendo una kilom¨¦trica tira de pl¨¢sticos, cristales, neum¨¢ticos, siniestros hierros y tubos de escape malolientes.
El optimismo del concejal resultar¨ªa enternecedor si no se refiriera a una situaci¨®n aut¨¦nticamente insoportable. La doble fila de coches es una lacra de la ciudad en general y del barrio de Salamanca en particular. La doble fila de coches colapsa el tr¨¢fico, entorpece a los peatones y constituye un flagrante caso de usurpaci¨®n del suelo que se perpetra desde la m¨¢s absoluta impunidad.
La doble fila de coches revela hasta d¨®nde puede llegar la incompetencia de los concejales y del alcalde que los preside.
Los equipos de gobierno de los municipios -Madrid entre ellos- a veces se ven desbordados por problemas insolubles. La carest¨ªa del suelo o la creaci¨®n de infraestructuras, por ejemplo, pueden rebasar las disponibilidades presupuestarias e impedir una adecuada gesti¨®n. Pero que pasen los a?os y Madrid se haya convertido en un inmenso garaje, con los coches en medio de la calle simplemente porque cada cual los deja donde le da la gana, es un abuso propio de una ciudad sin ley regida por una partida de in¨²tiles.
Cierto que el coche ha adquirido la categor¨ªa de intocable. El coche es un s¨ªmbolo del poder y un instrumento de realizaci¨®n personal, a¨²n no suficientemente estudiados por la ciencia esot¨¦rica, y quiz¨¢ ocurra que los propios regidores del Ayuntamiento madrile?o se encuentran tambi¨¦n afectados por aquellos s¨ªndromes.
Desde la invenci¨®n de la rueda (ya ha llovido) el hombre siempre ha tenido la necesidad de realizarse como ser trascendente mont¨¢ndose en un veh¨ªculo rodado. Iba, el hombre encima de un carro y se consideraba superior a todos sus semejantes. Le imprim¨ªa velocidad y se sent¨ªa transportado a los espacios siderales.
La rueda es expresi¨®n de la divinidad y de todas las manifestaciones tel¨²ricas. La rueda ya era en la antig¨¹edad s¨ªmbolo del Sol y nadie dudaba de que, puesta en movimiento, reproduc¨ªa las fuerzas c¨®smicas. Si giraba hacia adelante, ser¨ªa el periodo evolutivo; si hacia atr¨¢s, el involutivo de la naturaleza.
Cuadrigas romanas, carros del sol orientales, carros de fuego de la mitolog¨ªa griega y de la simbolog¨ªa cristiana, carrozas medievales... La propulsi¨®n que pusiera en movimiento estos carros era, en realidad, un mero tecnicismo. Su car¨¢cter sobrenatural se fundamentaba en el carro mismo, que se desplazaba sobre el ign¨ªfugo torbellino solar materializado en las ruedas giratorias, exhibiendo en lo alto la majestad del h¨¦roe.La invenci¨®n del motor de explosi¨®n no fue tan importante por la autonom¨ªa de que dotaba a los veh¨ªculos, sino por la incorporaci¨®n del volante al habit¨¢culo del conductor. De repente, una quinta rueda -expresi¨®n de la divinidad, s¨ªmbolo del Sol, igual que las otras cuatro no giraba aut¨®noma, sino al arbitrio de su due?o. Comprob¨® el hombre que si giraba el volante a la izquierda el carro se iba a la izquierda, a la derecha si giraba a la derecha -?dominaba, por tanto, las fuerzas c¨®smicas!-, y fue consciente de que hab¨ªa conseguido desarrollar los principios sobrenaturales de la personalidad humana. Desde entonces, puesto ante un volante, el hombre se siente dios.
A¨²n no ha investigado la ciencia si colocando el coche en doble fila el hombre se siente dios dos veces. Tampoco se sabe si la pasividad del alcalde con los coches en doble fila se debe a que no quiere irritar a los dioses. Uno de sus concejales asegura que ha acabado con ese caos y a lo mejor es sacr¨ªlego. Vivimos tiempos de turbaci¨®n. Este mundo parece de locos y Madrid, el manicomio. Uno mismo, si no se cuida, va a acabar cazando moscas.
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