Una sombra ya pronto ser¨¢s
De vez en cuando aparec¨ªa, en el tel¨¦fono, a la distancia, y daba noticia escueta de su vida; enseguida regresaba al silencio, interrumpido. s¨®lo ¨ªntimamente para escribir sus art¨ªculos y sus libros. Perdi¨® la lengua castellana un escritor grande, Osvaldo Soriano, testigo y v¨ªctima de la dictadura argentina, un novelista en la historia; su sentido del humor desment¨ªa su sobriedad, y su modestia era el disfraz consciente de su m¨¢xima, de su dictado de la vida: una sombra ya pronto ser¨¢s. Hay que vivir as¨ª: como si la sombra viniera antes, como si ya estuviera aqu¨ª, entre ya y ya no que dec¨ªa Eduardo Chillida. Era un escritor feliz: eso es lo que era. Como periodista, como escritor de peri¨®dicos, ten¨ªa esa rapidez interior que muestran otros por aqu¨ª y que ofrecen la impresi¨®n de que esos art¨ªculos que uno lee los est¨¢ escribiendo uno mismo mientras se produce la lectura: frescor, profundidad, humor y rapidez, tales son los ingredientes. Felicidad de la escritura, inmediatez: art¨ªculos necesarios porque de pronto se incrustan en nuestra memoria como esos peque?os poemas cuya sensaci¨®n ya viaja para siempre en el centro de nuestra propia memoria. Ya son nuestros: el escritor es el accidente, el mensajero que a su vez lo trae desde la gruta de otros misterios, Textos que el peri¨®dico se traga como si no hubiera memoria pasado ma?ana y, sin embargo, viven en los lectores su propia aventura: los lectores hacen eterno lo que los periodistas ya desde?amos al d¨ªa siguiente. Eran, los de Soriano, art¨ªculos para hacer felices a los otros; apoyar la vida ajena ara?ando razones para la risa y para la calma. Contaba historias, disfraces de la realidad, y eso convert¨ªa sus textos fugaces en germen de sus novelas y de sus cuentos.Una sombra ya pronto ser¨¢s. Somos sombras ya; vivimos en la sombra, o al menos en la penumbra, en la penumbra benetiana, en el momento anterior a la despedida, en una habitaci¨®n a oscuras en la que se amontonan las cajas de una mudanza in¨²til, la ropa de invierno, la memoria del verano austral, los bol¨ªgrafos, los papeles, los libros inservibles porque esos ojos ya no se despertar¨¢n m¨¢s, est¨¢n para siempre cerrados, la imaginaci¨®n no duerme: se apag¨® del todo, la mano cansada est¨¢ ya para siempre como una sombra detr¨¢s de los cuadros. El porvenir de toda ilusi¨®n es el porvenir de la vida: la indiferencia final. Todo sucede muy deprisa, y ya ma?ana ser¨¢s la sombra de tu nombre, seremos la sombra de todos los nombres. Ya no habr¨¢ nombres. Sombra ser¨¢n tambi¨¦n los nombres. ?Abandonad toda esperanza? Es tan largo el olvido.
No habr¨¢ m¨¢s penas ni olvido. Triste, solitario y final. La hora sin sombra. T¨ªtulos para componer un poema: los t¨ªtulos de su vida, como si fueran declaraciones de principios sobre su propia percepci¨®n de la existencia, de la fugacidad de sus deseos. No iba a las presentaciones de los libros, no presentaba los suyos, pero enviaba tarjetas para que su ausencia no fuera perenne o clamorosa; en esas misivas breves y c¨¢lidas siempre declaraba lo mismo: viajaba en tren a cualquier parte, no pod¨ªa estar, se hallaba en medio de un libro y ten¨ªa que viajar para enterarse. Siempre viajaba en tren: ¨¦se era su sue?o. Sin embargo, ya estaba quieto, en casa, dominado por una enfermedad que le invadi¨® de pronto; hace tres a?os dej¨® de fumar, como si le quitaran el otro lado de la pluma, la otra parte de la respiraci¨®n, la reivindicaci¨®n del humo que comparti¨® con otro solitario c¨¦lebre, otro transgresor de los humos correctos: Juan Carlos Onetti. Compart¨ªan Onetti y ¨¦l el amor por Chandler, por la literatura, por el tabaco y "por los diluidos suburbios de Montevideo y de Buenos Aires".
Un escritor grande: en el ¨²ltimo viaje a Argentina compr¨¦ todos sus libros, como si quisiera acopiar su memoria, como si ese gesto an¨®nimo e interior, desconocido, fuera a servir de algo para atajar el mal principal, el ¨²ltimo mal, el que ahora ha precipitado la eficacia voraz de su t¨ªtulo m¨¢s prestigioso: Una sombra ya pronto ser¨¢s. Un t¨ªtulo para vivir aqu¨ª: somos sombras en la pared, espejos empa?ados, la mirada del alma, una sombra ya pronto seremos. Un escritor feliz: dec¨ªa que cuando recopilaba sus art¨ªculos, sus homenajes, sus cuentos de f¨²tbol, sus rese?as de lo que hac¨ªan otros colegas suyos, se daba cuenta de que recopilaba los instantes m¨¢s felices de su vida.
Dec¨ªa Jos¨¦ Hierro: "Antes, cuando mor¨ªa un espa?ol se mutilaba el universo". Cuando se muere un escritor se mutila un universo; no es s¨®lo su sombra la que se detiene y ya es s¨®lo memoria de lo que fue, testimonio de sus libros, quietud de su letra sobre papeles ya inamovibles, sino que es tambi¨¦n la sombra del lector la que se detiene como una mano atrapada en un cuadro. Osvaldo Soriano. A los 54 a?os, en Buenos Aires.
Babelia
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