Carver
Un escritor espa?ol afirmaba que su mayor obsesi¨®n era la precisi¨®n. Como la de todos, por supuesto. Lo que ocurre es que ¨¦sta no se relaciona con el adjetivo anacr¨®nico, la met¨¢fora repetida en busca de la imagen, el escenario deformado, la psicolog¨ªa esquizoide, el abuso de las subordinadas, la violencia de aliento neutro y frase larga, las construcciones de h¨¦lice. No. La precisi¨®n es Carver: una mirada de rayos X. Lo m¨¢s dificil en literatura es utilizar las palabras juntas, que suelen ser las m¨¢s asequibles; escribir la oraci¨®n con sujeto, verbo y predicado. El problema es que esa oraci¨®n, ese sujeto, ese verbo y ese predicado deben funcionar como piezas independientes. No se trata de forzar la comodidad del lector, de la que abusan los best sellers, tom¨¢ndolo a veces por un imb¨¦cil. Lo complicado es que el lector sea c¨®mplice del personaje, que viva, disfrute y sufra como ¨¦l. El personaje, cuando existe por sus hechos y no por las trampas del escritor -ganadas en a?os de oficio-, por ejemplo, no dice: te adoro. Dice: te quiero. Su lenguaje pertenece a la cotidianidad, de la que se nutre.Raymond Carver (Estados Unidos, 1939-1988) revoluciona el concepto de relato breve y, a juicio de este lector, eleva, m¨¢s all¨¢ de sus contempor¨¢neos, la sencillez al arte. Es, aparte de algunas po¨¦ticas, autor de tan s¨®lo cuatro libros: Catedral, ?Quieres hacer el favor de callarte, porfavor?, De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de amor y Tres rosas amarillas. Los libros tienen apenas un pu?ado de p¨¢ginas; el m¨¢s largo, 150; los relatos, 10 como media, exceptuando los contenidos en Tres rosas amarillas, de unas 30. Parte de la cr¨ªtica especializada se empe?a en asegurar que la buena literatura est¨¢ conformada por cientos de folios de apretada letra. Raymond Carver, exponente del llamado realismo sucio, en un racimo de palabras, cuenta una existencia de sensaciones. Cuando el cielo es azul escribe azul y cuando alguien llora escribe llora, en vez de se le despe?aron las l¨¢grimas mejillas abajo. Escribir de veras, con los pu?os y la cabeza, es una cuesti¨®n de contenci¨®n y no de extensi¨®n. Carver desprecia la alquimia de la literatura, prescinde de los argumentos altisonantes y aborrece los discursos puramente narrativos. ?l no busca, como tantos otros, literaturas mim¨¦ticas, encuentra su literatura. Un problema con el alcohol en una noche de verano, una discusi¨®n con la pareja, la rueda del coche que se pincha, los invitados a cenar. Plasma situaciones insignificantes con una fuerza inusual. Horada en los contenidos, nunca en las apariencias. En un gesto de mujer, de alegr¨ªa o ira, se puede explicar el nacimiento del mundo. Este lector se encuentra en el intento; el genio de Carver lo logra modelando sobre el presente.
Reinventar el tiempo
Adem¨¢s, en el cuento, se adelanta a su tiempo, lo reinventa. En las escuelas de letras, que a menudo deforman a los que poseen talento y llenan de sue?os imposibles a los que carecen de ¨¦l, explica que en la t¨¦cnica del relato lo fundamental es el final. Los maestros de tan endiablada disciplina as¨ª lo hab¨ªan dispuesto, hasta el norteamericano. La tradici¨®n marca que primero hay que imaginar un final, a ser posible explosivo, y luego obtener un nudo y un planteamiento cre¨ªbles. Cuando se habla de a lo sumo 10 p¨¢ginas resulta dif¨ªcil. Tambi¨¦n se tiene que anticipar la ¨²ltima situaci¨®n. Carver la se?ala, pero no con acontecimientos, sino con pinceladas de inquietud, a la manera de Poe. A Carver le importa poco el p¨¢rrafo que cierra la narraci¨®n, le preocupan m¨¢s las sensaciones del desarrollo. Por eso, en sus finales no suele ocurrir nada, es suficiente con urdir la historia, ajena a tramas artificiales y personajes ¨²nicos. Lo cierto es que sus relatos, tan cortos, no parecen terminar nunca. Al cerrarlos, en el lector ha quedado un poso de tiempo, un aire de desvanecimiento. Sus cuentos llevan sin estridencias, subidas o bajadas.
Pero Carver, empe?ado en la belleza de las palabras, en su ¨²ltimo trabajo, Tres rosas amarillas, da una vuelta de tuerca. Se dedica a narrar hechos a¨²n m¨¢s desnudos, situ¨¢ndose detr¨¢s de una ventana, a la misma altura que sus personajes, desde la que mira. S¨®lo mira, ni plantea ni critica. Eso se llama, realmente, ser preciso.
Babelia
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