Jorge Amado en el para¨ªso
En 1982 estuve en Salvador, Bah¨ªa, para el setenta cumplea?os de Jorge Amado, y qued¨¦ maravillado por el entusiasmo con que la gente de la calle lo celebr¨®. Sab¨ªa que era una figura popular en la tierra a la que su fantas¨ªa y su prosa han hecho famosa en el mundo, pero nunca imagin¨¦ que ese prestigio y cari?o echaran ra¨ªces en todos los sectores sociales, empezando por los m¨¢s pobres, donde es improbable que se lean sus libros. "Vaya tierra original, pens¨¦, donde los escritores son tan famosos como los futbolistas". Pero, no eran los escritores: era Jorge Amado. No exagero nada. Aquella celebraci¨®n comenz¨® en el Mercado central de la ciudad, donde aqu¨¦l era reconocido por todo el mundo y donde vendedores de pescado o raspadura, compradores de verduras, titiriteros o inspectores municipales se acercaban a darle la enhorabuena. Pero, todav¨ªa m¨¢s sorprendente fue descubrir que el novelista conoc¨ªa a esa multitud de admiradores por su nombre y apellido, pues a cada persona la trataba de t¨² y vos y con cada cual ten¨ªa alg¨²n recuerdo que compartir.Que los bahianos se sientan felices de tener a alguien como Jorge Amado (nacido en un pueblo del interior, Ferradas, en La Hacienda Auricidia, en 1912, y que lleva sus 85 a?os con una insolente salud de cuerpo y de esp¨ªritu) es poco menos que un acto de justicia. Y no s¨®lo por la vasta obra literaria que ha salido de su f¨¦rtil imaginaci¨®n; tambi¨¦n porque Jorge Amado suma, a su talento de fabulador de historias, una humanidad generosa y sin dobleces, que se prodiga a manos llenas y crea en torno suyo, donde est¨¦, una atm¨®sfera c¨¢lida y estimulante que, a quien tiene la suerte de acogerse a ella, lo reconcilia con la vida y le hace pensar que, despu¨¦s de todo, los hombres y las mujeres de este planeta sean acaso mejores de lo que parecen.
Yo lo conoc¨ª como lector cuando era estudiante universitario, en la Lima de los a?os cincuenta, y recuerdo, incluso, los dos primeros libros suyos que le¨ª: su novela juvenil, Cacao, y su biograf¨ªa novelada del l¨ªder comunista brasile?o, figura m¨ªtica de la ¨¦poca, Luiz Carlos Prestes,O Cavaleiro da Esperan?a. En aquellos a?os -los de la guerra fr¨ªa en el mundo y de las dictaduras militares en Am¨¦rica Latina, no lo olvidemos- su figura p¨²blica y su obra literaria se identificaban con la idea del escritor militante, que utiliza su pluma como un arma para denunciar las injusticias sociales, las tiran¨ªas y a explotaci¨®n, y para ganar pros¨¦litos al socialismo. Los escritos del Jorge Amado de entonces, como los de sus contempor¨¢neos hispanoamericanos de la ¨¦poca, el Pablo Neruda del Canto general o el Miguel ?ngel Asturias de Week-end en Guatemala, Viento fuerte y El Papa verde, parec¨ªan animados por un ideal c¨ªvico y moral (revolucionario era la palabra indispensable) al mismo tiempo que est¨¦tico, y, a menudo, como en los libros citados, aqu¨¦l estragaba a este ¨²ltimo. Lo que salv¨® al Jorge Amado de entonces de la trampa en que cayeron muchos escritores latinoamericanos 'comprometidos', que se convirtieron, como quer¨ªa Stalin, en 'ingenieros de almas", es decir en meros propagandistas, fue que en sus novelas pol¨ªticas un elemento intuitivo, instintivo y vital derrotaba siempre al ideol¨®gico y hac¨ªa saltar los esquemas racionales. Pero, aun as¨ª, con la perspectiva que da el tiempo y los cataclismos hist¨®ricos que en estas d¨¦cadas sirvieron para mostrar las ilusiones y los mitos que embellec¨ªan al socialismo real, aquellos escritos suyos han perdido la pugnacidad y la frescura que ten¨ªan cuando mi generaci¨®n los ley¨® con avidez. En otras palabras, envejecido.
Pero, el primero en advertir lo fue el propio Jorge Amado, quien, aunque sin el esc¨¢ndalo de una ruptura ni los traumatismos que destruyeron tantas carreras literarias, m¨¢s bien con la elegante discreci¨®n y la permanente bonhom¨ªa con que ha circulado siempre por la vida, dio un vuelco profundo a su literatura, despolitiz¨¢ndola, purg¨¢ndola de presupuestos ideol¨®gicos y tentaciones pedag¨®gicas y abri¨¦ndola de par en par a otras manifestaciones de la vida, empezando por el humor y terminando por los placeres del cuerpo y los juegos del intelecto. Habiendo empezado a escribir en su adolescencia como un escritor maduro -casi un viejo-, Jorge Amado procedi¨® luego a rejuvenecer, con esas historias deliciosas que son Do?a Flor e Seus Dois maridos, Gabriela, Cravo e Canela, Tereza Batista Cansada de Guerra, Tieta do Agreste, Farda Fardao Camisola de Dormir (regocijante s¨¢tira de intrigas entre acad¨¦micos, menos difundida que las otras pese a su humor sutil y a su devastadora cr¨ªtica de la cultura burocratizada) y las que han seguido, en un curioso desacato a la cronolog¨ªa mental, algo que, como escritor, ha hecho de ¨¦l una suerte de Dorian Grey, un novelista que, libro tras libro, juega, se divierte y se exhibe como un ni?o genial, con sus travesuras verbales, sensuales y anecd¨®ticas, en verdaderas fiestas narrativas.
En el enorme ¨¦xito que han alcanzado sus libros en lectores de tantas culturas diferentes, no debe verse, ¨²nicamente, la buena factura artesanal con que sabe armar las historias, la picard¨ªa y el color de los di¨¢logos, la gracia con que dibuja sus personajes y enreda y desenreda los argumentos, aunque todo ello, por supuesto, haya sido decisivo para que sus novelas sintonicen con un p¨²blico tan heterog¨¦neo. Tambi¨¦n debe haber influido la espl¨¦ndida salud moral que ellas transpiran, el optimismo con que el destino humano est¨¢ encarado en aquellas ficciones, sin que esto signifique que la visi¨®n que proponen de la condici¨®n humana peque de ingenua o de tonta, como ocurre por desgracia con muchos escritores contempor¨¢neos que se han tomado en serio el espantoso eslogan de la publicidad: "Pensar en positivo". Nada de eso. En las novelas de Jorge Amado no hay inconsciencia ni miop¨ªa sobre la adversidad, las horrendas pruebas a que se enfrenta cotidianamente la inmensa mayor¨ªa. Sufrimiento, enga?o, abuso, mentira, estupidez, comparecen en ellas, ni m¨¢s ni menos que en las vidas de sus lectores. Pero, en sus novelas -y es uno de los mayores encantos que lucen - todas las desventuras del mundo no son suficientes para quebrar la voluntad de supervivencia, la alegr¨ªa de vivir, el ingenio risue?o para sacarle siempre la vuelta al infortunio, que animan a sus personajes. El amor a la vida es tan grande en ellos que son capaces, como le ocurre a la excelente do?a Flor con su marido difunto, de resucitar a los muertos y devolverlos a una existencia que, con todas las miserias que ella conlleve, est¨¢ repleta de ocasiones de goce y felicidad. Esa fruici¨®n por los placeres menudos, al alcance del ser an¨®nimo, que chisporrotea en todas sus historias -paladear un vaso de cerveza fr¨ªa, una sabrosa conversaci¨®n, contar un chiste colorado, piropear un cuerpo deseable que pasa, la fraterna amistad, la visi¨®n de un ave que rasga un cielo inmarcesible- es intenso y contagia a sus lectores, que suelen salir persuadidos de esas p¨¢ginas de que, no importa cu¨¢n ruin sea la circunstancia que se vive, siempre habr¨¢ en la vida humana un resquicio para la diversi¨®n y otro para la esperanza.En pocos escritores modernos encontramos una visi¨®n tan "sana" de la existencia como la que emana de la obra de Jorge Amado. Por lo general (y creo que hay pocas excepciones a esta tendencia) el talento de los grandes creadores de nuestro tiempo ha testimoniado, ante todo, sobre el destino tr¨¢gico del hombre, explorado los sombr¨ªos abismos por los que puede despe?arse. Como lo explic¨® Bataille, la literatura ha representado principalmente "el mal", la vertiente m¨¢s destructora y ¨¢cida del fen¨®meno humano. Jorge Amado, en cambio, como sol¨ªan hacerlo los cl¨¢sicos, ha exaltado el reverso de aquella medalla, la cuota de bondad, alegr¨ªa, plenitud y grandeza espiritual que contiene tambi¨¦n la existencia, y que, en sus novelas, hechas las sumas y las restas, termina siempre ganando la batalla en casi todos los destinos individuales. No s¨¦ si esta concepci¨®n es m¨¢s justa que, digamos, la de un Faulkner o un Onetti, que est¨¢ en sus ant¨ªpodas. Pero, gracias a su hechicer¨ªa de consumado escribidor y la convicci¨®n con que la fantasea en sus historias, no hay duda de que Jorge Amado ha sido capaz de seducir con ella a millones de agradecidos lectores.
En los a?os setenta, cuando, lleno de temor pero tambi¨¦n de excitaci¨®n, emprend¨ª la aventura de escribir La guerra del fin del mundo, una novela basada en Euclides da Cunha y la guerra de Canudos, tuve ocasi¨®n de experimentar en carne propia la generosidad de Jorge Amado (y, por supuesto, de Z¨¦lia, la maravillosa compa?era, anarquista por la gracia de Dios). Sin la ayuda de Jorge, que dedic¨® mucho tiempo y energ¨ªa a darme consejos, recomendarme y presentarme a gente amiga -citar¨¦, entre muchos, a Antonio Celestino, Renato Ferraz y el historiador Jos¨¦ Calazans- jam¨¢s hubiera, podido recorrer el sert¨®n bah¨ªano y adentrarme por los vericuetos de Salvador. All¨ª pude ver de cerca la manera como Jorge Amado regala su tiempo echando una mano a quienquiera que se le acerca, desvivi¨¦ndose, a costa de su propio trabajo, por facilitar las cosas y abrirle puertas a quien pinta, compone, esculpe, baila o escribe, la sabidur¨ªa con que cultiva la amistad y evita esos deportes -las intrigas, las rivalidades, los chismes- que avinagran las vidas de tantos escritores, su incombustible sencillez de persona que no parece haberse enterado todav¨ªa de que la vanidad y la solemnidad tambi¨¦n son de este mundo e infaliblemente aquejan a quienes alcanzan una fama como la que ¨¦l se ha ganado.
Cuando era joven, con un amigo jug¨¢bamos a adivinar qu¨¦ escritores de nuestro tiempo, caso de existir el cielo, entrar¨ªan all¨ª. Hac¨ªamos unas listas muy exclusivas, que nos costaba un trabajo endemoniado elaborar, y, lo peor, era que, tarde o temprano, los calificados se las arreglaban para que tuvi¨¦ramos que sacarlos de all¨ª. En mi lista actual, desde hace ya mucho tiempo, queda un solo nombre. Y meto mis manos al fuego que no hay una sola persona en este mundo que haya conocido y le¨ªdo a Jorge Amado a la que se le ocurrir¨ªa expulsarlo de all¨ª.
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