La mujer invisible
Una vez estaba en un bar de Berl¨ªn. Era un bar al que iban muchos directores de cine y actores. Era una noche de verano. Yo llevaba un vestido de tafet¨¢n azul. El vestido ten¨ªa un profundo escote. Me sentaba entre dos turcos, muy buenos amigos m¨ªos, que me contaban historias que me hac¨ªan re¨ªr continuamente. Con tanta risa, nuestros taburetes oscilaban. Beb¨ªamos vino tinto. Yo ten¨ªa que tener cuidado de no caerme del taburete.En el bar hab¨ªa tambi¨¦n una chica de Berl¨ªn con un muchacho. Me mir¨® y mir¨® c¨®mo re¨ªa.
-?Eres turca?
-S¨ª.
-Yo vivo en el barrio turco y me gusta mucho, es muy animado, los caf¨¦s est¨¢n abiertos toda la noche y los turcos son muy simp¨¢ticos. Sin embargo, sabes, hay algo que me da pena.
Sospech¨¦ de qu¨¦ me iba a hablar: de los pa?uelos.
Le pregunt¨¦:
-?Qu¨¦ te da pena?
Me respondi¨®:
-Las chicas turcas. Sabes, salen de casa de sus padres con un pa?uelo en la cabeza, pero luego se lo quitan y lo meten en el bolso, y cuando vuelven a casa sacan otra vez su pa?uelo. Es horrible, pobres chicas.
Yo le dije:
-?Lo has visto con tus propios ojos?
-No, pero siempre me dicen que las chicas turcas hacen eso. No quieren llevar pa?uelo en la cabeza, pero sus familias las obligan. Vamos a fundar una asociaci¨®n para ayudar a esas chicas.
Luego me mir¨® profundamente a los ojos, lo que me gust¨®. Pens¨¦ en una cita de Marx. Marx dijo: "Los alemanes llegaron tarde para colonizar el mundo y por eso los intelectuales alemanes se dedican a partir el mundo en su cabeza con comentarios".
Como yo no dec¨ªa nada, me pregunt¨® si tambi¨¦n yo sal¨ªa de casa de mis padres con pa?uelo y me lo quitaba en la calle. Me di cuenta de que no me ve¨ªa. S¨®lo ve¨ªa sus ideas sobre m¨ª. Si no, habr¨ªa visto el escote de mi vestido y el vaso que ten¨ªa delante, y no me habr¨ªa hecho esa pregunta.
Le dije:
-S¨ª, yo tambi¨¦n lo hago. Luego me lo tendr¨¦ que poner otra vez.
Ella dijo:
-Es horrible que los hombres os opriman.
Yo dije:
-S¨ª, este chico de aqu¨ª es mi hermano.
-?Te pega?
-Todos los d¨ªas.
Me dio su tarjeta de visita y me dijo:
-Ll¨¢mame cuando vuelva a pegarte.
Cog¨ª la tarjeta de visita, le dije "gracias", me volv¨ª a mis amigos y seguimos ri¨¦ndonos de las historias que contaban.
La chica no dejaba de mirarme, me dio unos golpecitos disimulados en la espalda y me dijo:
-No te olvides de llamarme si tu hermano te vuelve a pegar.
Yo le dije:
-Sabes, mi hermano no s¨®lo me pega, sino que tambi¨¦n duerme conmigo.
Ella dijo:
-?Incesto, eh?
-S¨ª, dije yo.
-Algo as¨ª hemos sabido tambi¨¦n..., y me dio otra de sus tarjetas de visita.
Me volv¨ª a mis amigos turcos y seguimos ri¨¦ndonos. La chica me miraba con mucha compasi¨®n y al cabo de un rato me dio pena de ella:
-Te he mentido. No tengo ning¨²n pa?uelo en el bolso, ¨¦l no es mi hermano y ning¨²n hombre me pega. Era una broma.
Cuando oy¨® la verdad se enfad¨®. Se puso colorada, me mir¨® furiosa y ofendida, y me dijo:
-Has querido mostrarme que los alemanes tenemos demasiados prejuicios sobre las mujeres turcas, eso has querido probarme, ?no?
Le cont¨¦ la an¨¦cdota a un director de teatro muy, muy bueno. Se ri¨®:
-Es exactamente lo que pasa con mis puestas en escena. Escenifico una obra y, en el estreno, los espectadores se dejan arrastrar por ella. Se ven a s¨ª mismos y aplauden a los actores hasta romperse las manos, y entonces salgo yo al escenario para hacer mi reverencia. Al aparecer yo, los espectadores se dan cuenta de que todo era teatro y de que yo les he mostrado su realidad. Entonces se enfadan y me abuchean. Les pone furiosos darse cuenta de que alguien los ha calado: "iS¨®lo era teatro! ?S¨®lo era teatro!".
En 1968 yo era miembro del Partido de los Trabajadores de Turqu¨ªa. Muchas militantes se preguntaban si deb¨ªamos llevar pa?uelo en la cabeza al hacer propaganda por, las aldeas a fin de ganar, campesinas para el Partido Socialista. Las campesinas llevaban pa?uelo, pero no les importaba nada que otras mujeres no lo llevaran. Pensaban que ¨¦ramos maestras o m¨¦dicas. Era muy c¨®mico pensar que, si llev¨¢bamos pa?uelo en la cabeza como miembros del partido, otros seres humanos que tambi¨¦n lo llevaban nos creer¨ªan m¨¢s cuando habl¨¢ramos del imperialismo norteamericano o de la guerra de Vietnam.
Normalmente, en Turqu¨ªa llevaban pa?uelo en la cabeza todas las mujeres de edad, cualquiera que fuera su clase, y ninguna hac¨ªa de ello una ideolog¨ªa ni un problema. Las mujeres mayores llevaban sus pa?uelos, iban al cine, fumaban, tomaban caf¨¦ y licores, y hojeaban revistas de modas. Los pa?uelos no eran nada ideologizado. Dicen que desde que existe el partido fundamentalista, los pa?uelos de cabeza se han convertido en el uniforme habitual de las fundamentalistas: los pa?uelos de cabeza se han ideologizado.
Un gran escritor turco me dijo: "El partido fundamentalista ha conquistado a muchas mujeres. Trabajan para el partido, se cubren la cabeza con grandes pa?uelos y, cuando se la han cubierto, pueden salir de casa e ir a la universidad, hacer carrera, quedarse en la calle el tiempo que quieran... Con los pa?uelos han ganado su libertad".
Una soci¨®loga, marxista, que entrevist¨® a mujeres fundamentalistas, opinaba tambi¨¦n que los pa?uelos de cabeza se han convertido para ellas en algo casi feminista. Las que no llevan pa?uelo tienen que quedarse en casa, pero si lo llevan pueden salir a la calle, estudiar y disfrutar de una emancipaci¨®n casi feminista.
Este verano anduve por las calles de Estambul y vi con mucha frecuencia mujeres del partido fundamentalista. Llevaban abrigos largos y elegantes y grandes pa?uelos de cabeza. No se les ve¨ªa nada del pelo. Muchas llevaban pa?uelos blancos. Era muy c¨®mico, porque parec¨ªa que aquellas mujeres estuvieran viviendo su "renacimiento".
Una fumaba por la calle un cigarrillo, otra llevaba un tel¨¦fono m¨®vil y telefoneaba sin dejar de andar. Otra acariciaba el rostro de su amigo o marido, y flirteaba con ¨¦l por la calle principal de Estambul. Hac¨ªan todo lo que hubiera podido hacer en la calle la cantante Madonna. La diferencia era que ellas llevaban largos abrigos y grandes pa?uelos. Sus pa?uelos de cabeza y sus abrigos las hac¨ªan invisibles, pero el hecho de fumar o flirtear en la calle las volv¨ªa visibles. Estaban pensados para hacerlas invisibles, pero, c¨®micamente, aquellas mujeres los utilizaban para hacerse visibles.
En la historia de los otomanos y de la Rep¨²blica de Atat¨¹rk siempre ha habido cuestiones de vestido. Todos los intentos de cambiar la sociedad o hacer una revoluci¨®n pasaban siempre por el vestido femenino.
Antes de 1908, en los tranv¨ªas o barcos que transportaban mujeres hab¨ªa cortinillas corridas. Las mujeres eran invisibles. Los otomanos de orientaci¨®n occidental, para occidentalizarse, quisieron hacer visibles a las mujeres. Se abrieron salones y hubo revistas de modas, y las mujeres, veladas, fueron a clases de gimnasia. Una vez, un sult¨¢n pro-occidental orden¨® a las mujeres de su har¨¦n que llevaran cors¨¦ en la fiesta de la circuncisi¨®n, lo mismo que las europeas.
Con las reformas de Atat¨¹rk, el vestido y el comportamiento occidentales se convirtieron en parte de la ideolog¨ªa oficial del laicismo. Llevar pa?uelo al cuello, recortarse el bigote, ir al teatro, comer con tenedor, hacer gimnasia, ir hombres y mujeres del brazo, dar la mano, decir buenos d¨ªas, bailar...
Cuando una muchacha quer¨ªa entrar en un establecimiento en donde s¨®lo hab¨ªa hombres, pod¨ªa hacerlo si ten¨ªa permiso de su padre. Y los padres conced¨ªan ese permiso, porque el trabajo que hac¨ªa visible a la mujer significaba hacer progresar a Turqu¨ªa, occidentalizarla. Padres y maridos apoyaban la visibilidad de la mujer, y hab¨ªa un feminismo atat¨¹rkico. Sin embargo, ese feminismo se desarrollaba en una sociedad musulmana, y por eso las muchachas, a las que sus padres y maridos -y Atat¨¹rk- hab¨ªan hecho visibles con vestidos modernos, estudios, bailes y gimnasia, ten¨ªan que probar tambi¨¦n en sus escuelas o lugares de trabajo que eran mujeres muy honestas y no f¨¢cilmente accesibles a los hombres. Los valores de la mujer eran la seriedad, sencillez, conciencia de su misi¨®n nacional y amabilidad. Las mujeres hab¨ªan arrojado el velo, pero hab¨ªan velado su feminidad, haci¨¦ndola invisible. Por eso, cuando un extra?o hablaba en la calle a una mujer la llamaba hermana. "Hermana, ?qu¨¦ hora es?". O: "T¨ªa, ?d¨®nde est¨¢ la parada de autob¨²s?". Hermana, t¨ªa, cu?ada, madre... As¨ª hablaban los hombres a las mujeres extra?as y las mujeres los llamaban hermano, padre o t¨ªo. Se establec¨ªa una frontera de parentesco y se impon¨ªa una prohibici¨®n entre los distintos sexos, a fin de que no pudieran verse individualmente como hombre y mujer.
Muchos hombres de izquierdas no llamaban a las mujeres hermana ni t¨ªa, sino "amigo". Este verano o¨ª en Estambul en la calle a una fundamentalista que preguntaba a un extra?o: "Hermano musulm¨¢n, ?qu¨¦ hora es?". El hombre deb¨ªa de ser de izquierdas, porque le respondi¨®: "Las tres menos veinte, amigo". Esas palabras, "hermano musulm¨¢n" y "amigo", que pertenec¨ªan a ideolog¨ªas diferentes, eran casi m¨¢gicas. Me pregunt¨¦ si esas dos personas se hubieran atrevido a hablarse siquiera en la calle de no existir esas palabras.
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