Defensa del candor
El cuarto y ¨²ltimo de sus viajes lleva a Gulliver a un pa¨ªs regido por caballos. Jonathan Swift contrapone la civilizada conducta de estos seres, que ordenan y regulan su existencia con una agudeza de juicio verdaderamente ejemplar, con la sociedad de los hombres, regida por un torpe remedo de la raz¨®n, aunque ¨¦stos -como beneficiarios que son de ese amenazado imperio- no quieran darse cuenta. Todo el delicado, mecanismo de burlas de Swift se basa en una fingida adhesi¨®n al sentido com¨²n, en llevar tal adhesi¨®n hasta esas ¨²ltimas consecuencias en que la raz¨®n misma se pulveriza. Sorprende la actualidad de su obra. Tal vez porque vivimos en un tiempo en que el culto a la raz¨®n no es menor que cuando la escribi¨®, como tampoco lo son los horrores que hemos visto crecer a su amparo. Tal vez porque nuestros principales enemigos siguen siendo el prejuicio, la comodidad y la cobard¨ªa.Marx ten¨ªa en esto raz¨®n. Nuestras ideas est¨¢n definidas por nuestra pertenencia a una clase o a un grupo social, y no al rev¨¦s, de forma que la mayor¨ªa de las veces ser razonable no es estar sino rindiendo, aun sin saberlo, un servicio al grupo o la clase a que pertenecemos. Tal vez por eso pocas veces haya sido m¨¢s necesario plantearse el verdadero significado de la pol¨ªtica, tratando de hacer de ella algo m¨¢s que una mera justificaci¨®n de lo ya conocido. El pensamiento que resulte de ese cambio debe perseguir algo semejante a esa funci¨®n desautomatizadora que los formalistas rusos vieron como la esencia misma del arte, dar una sensaci¨®n de vida como visi¨®n y no como reconocimiento. No quiero decir que haya que reinventar el irracionalismo, con sus f¨²nebres excesos, s¨®lo que no basta con tener raz¨®n. Vivimos en una ¨¦poca razonadora, y me temo que este culto excesivo a la raz¨®n puede resultar peligroso (Nietzsche habl¨® de la hipocres¨ªa de la raz¨®n). Porque es aqu¨ª donde, a mi entender, se instaura esa opci¨®n, la de un pensamiento que, hijo de su tiempo y heredero de la mejor tradici¨®n de la izquierda pol¨ªtica, nos haga ir m¨¢s all¨¢ de lo que tantas veces las razones y la experiencia cotidiana formulan como posible. Un pensamiento capaz de destruir el automatismo de nuestras ideas y de llevar a cabo, en esos instantes de extenuaci¨®n racional, un movimiento hacia adelante que nos permita instalarnos donde esas razones terminan. Que, como la apuesta de Pascal, nos haga ver que aquello que podemos ganar es infinitamente m¨¢s sugerente y hermoso que aquello que perder¨ªamos con nuestro fracaso.
Es algo parecido al candor. Pero quiero que se me entienda, un candor voluntario, elegido conscientemente. Don Quijote, cuando libera a los galeotes, posee un candor semejante; tambi¨¦n Huck -el protagonista de la novela de Mark Twain cuando decide no denunciar a su amigo Jim, al que la sociedad esclavista de aquel tiempo s¨®lo ve como un esclavo huido. Es un esclavo, como los galeotes son unos maleantes, pero algo les dice -tanto ¨¢ Huckleberry como a Don Quijote- que esa primera definici¨®n est¨¢ lejos de agotar la realidad de aquellos a los que quiere referirse. Pues el candoroso es tambi¨¦n el que hace esas preguntas que han dejado de formularse porque seguir haci¨¦ndolas pondr¨ªa en peligro el fundamento mismo de lo real. Por qu¨¦ existen fronteras, por qu¨¦ un hambriento no puede abrirse paso hasta el expositor del supermercado y tomar lo que est¨¢ tan a mano o por qu¨¦ los animales deben morir para servirnos de alimento.
Escuchar al candoroso es, por eso, como ir en una de esas balsas que llevaba la corriente de los r¨ªos. Por ejemplo, en la. balsa de Huck. Lionel Trilling escribi¨® que el ni?o y el esclavo negro que huyen en esa balsa forman una comunidad de santos, porque de ella est¨¢ ausente el orgullo. Todos los seres candorosos forman parte de esa comunidad esencial. Su simpat¨ªa es r¨¢pida e inmediata, y les mueve un profundo sentido moral, hasta el punto de que podemos decir, como Lionel Trilling escribi¨® de Huck, que la esencia de su car¨¢cter es la responsabilidad. Todos anhelan ese espacio donde sea posible la vida y, con ella, la ternura, la burla ligera, el encanto de las cosas. "Porque", como el propio Huck nos dej¨® dicho, "lo que quieres en una balsa es que est¨¦ satisfecho todo el mundo y se sienta a gusto y sea amable con los dem¨¢s".
El candoroso cree en la libertad, pero piensa que ¨¦sta, antes que ser un bien que cabe poseer (el nombre que el afortunado de turno ha puesto a su rutilante velero), es un problema, y que cargar con ella es una tarea complicada, porque no es nada lejos de la justicia, y ¨¦sta comporta una responsabilidad hacia el otro que los voceros de la libertad suelen olvidar con demasiada frecuencia. Es el que busca no tanto hablar de s¨ª mismo como volver al mundo com¨²n. Por cierto, ?no es ¨¦sta la verdadera tarea de la pol¨ªtica?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.