Vuelve la predestinaci¨®n
Habr¨¢n notado ustedes que quienes con m¨¢s amargura lamentan el sempiterno "silencio de los intelectuales" lo que echan de menos es su protesta o su indignaci¨®n, no sus raciocinios. Al contrario: si el llamado intelectual demora su toma de partido con an¨¢lisis responsablemente minuciosos de la situaci¨®n que le apremia, ser¨¢ rechazado por tibio o por liante. Triste consecuencia de ello es que suele ser m¨¢s gratificante y mejor considerado firmar un manifiesto que sopesar con cierto detenimiento cara al p¨²blico la encrucijada de valoraciones en que nos movemos. De modo que el intelectual, que podr¨ªa ser hasta profesor de ¨¦tica en ciertos casos, guarda la primorosa sutileza de su mente bien guarnecida para los comentarios de texto eruditos que publica en medios especializados y se decanta por el silencio o por el exabrupto cuando se manifiesta ante profanos sobre cuestiones complejas de inter¨¦s general. Buena manera de mantenerse altivamente respetable, pero mala de ayudar a los conciudadanos a entender los riesgos y m¨¦ritos de las opciones sociales que se les ofrecen. De esta ¨²ltima tarea quedan encargados los cl¨¦rigos fulminantes, los nigromantes de la tecnolog¨ªa o el ocultismo y el periodismo sensacionalista.Me arriesgo de nuevo a romper esta rutina con motivo de un suceso que me parece inquietantemente significativo -la decisi¨®n de la ministra holandesa de sanidad, Els Bort, a favor de aceptar el sexo femenino del feto como motivo justificado de aborto- y del comentario que mereci¨® en este mismo peri¨®dico a Arcadi Espada (Selectos, 23 de enero de 1997), que me inquiet¨® todav¨ªa m¨¢s por venir de alguien cuyos criterio sociales suelo habitualmente compartir. Como es sabido, el trasfondo del asunto es el rechazo al nacimiento de ni?as en algunas naciones de Asia y Africa, por razones econ¨®micas y culturales que pueden derivar en consecuencias indeseables para las madres. La ministra holandesa pretende ayudar a esas mujeres ,estableciendo tan pronto como se pueda el sexo del nasciturus (para lograrlo con total certeza y sin riesgo para el feto deben pasar varios meses de la concepci¨®n) y ofreciendo la posibilidad de interrumpir el embarazo en caso de que sea femenino. Esta medida ha sido acerbamente criticada desde diversas instancias, tanto religiosas como laicas. Arcadi Espada deplora la "hipocres¨ªa formidable" de tales cr¨ªticos moralizantes, sobre todo en el caso de quienes aceptan el aborto pero no que ¨¦ste sirva para eliminar el sexo indeseado. Por lo visto, si se acepta el aborto en determinados casos hay que asumirlo en cualquiera y en todos. Seg¨²n ¨¦l, late en el inconsecuente rechazo de los que no lo aceptan en este supuesto el temor de que si hoy seleccionamos el sexo, manan?( sea el color de los ojos, pasado la fuerza y luego la inteligencia. "Muy bien, ?y qu¨¦?", concluye desafiante. "?Alg¨²n problema en comprar el jam¨®n m¨¢s selecto de la charcuter¨ªa? ?Alg¨²n problema en limitar los tir¨¢nicos efectos del azar y del determinismo?".
Pues s¨ª, muchos y graves problemas. Para empezar deber¨ªamos deslindar el aborto por causa del sexo de otros motivos para la interrupci¨®n del embarazo. A mi juicio, la legitimidad moral del aborto estriba fundamentalmente en la libertad de elegir o rechazar la paternidad / maternidad, no en la de elegir la parentela. Cuando el embarazo es indeseado porque proviene del error, la ignorancia o el abuso resulta justificado interrumpirlo, si hemos de entender la procreaci¨®n humana como un designio gozoso y no como mera maldici¨®n b¨ªblica. Son las mujeres y los hombres, en la medida en que conocen sus circunstancias personales, quienes deben decidir si asumen la responsabilidad de tener hijos y no verse forzados a ello por la mera fatalidad biol¨®gica o social, ni tampoco por las leyes penales. El hijo no deber¨ªa nacer como condena a perpetuidad de sus padres, lo cual ser¨¢ tambi¨¦n su propia condena: aunque toda vida tiene en su devenir incertidumbres tr¨¢gicas, parece elemental requisito previo que sea al menos deseado por quienes han de constituir su primera y siempre decisiva vinculaci¨®n con la existencia.
Desear tener un hijo, sin embargo, poco tiene que ver con pretender dise?ar uno a gusto del consumidor. La mentalidad que confunde asumir la procreaci¨®n con ir de compras a la charcuter¨ªa reitera de modo heavy el viejo ?o?ismo que dec¨ªa encargar los ni?os a Par¨ªs para que los trajese la cig¨¹e?a de los recados: venta por correo o cocina de mercado. Ser padres no es ser propietarios de los hijos ni ¨¦stos son un objeto m¨¢s que se ofrece en el mostrador. Volvamos a los viejos planteamientos kantianos: lo que deben querer los padres es al hijo como fin en s¨ª mismo (como fin que ¨¦l buscar¨¢ para s¨ª mismo), no como instrumento de unos objetivos de supuesta perfecci¨®n que ellos determinan para ¨¦l de ante mano... como si los humanos naci¨¦semos para lo que otros gusten mandar. Es l¨ªcito planear tener un hijo, pero resulta repugnante planear el hijo que se va a tener: esta actitud romper¨ªa la igualdad fundamental entre los humanos, cuya base es el azar gen¨¦tico y gen¨¦sico del que proveminos todos por igual. Porque la tiran¨ªa determinista no es la del azar, que nadie controla, sino la que impondr¨ªan seres iguales a nosotros configur¨¢ndonos a su capricho. Incluso puede que el azar llegue a tener que ser reivindicado como el primero de los derechos humanos, tal como se hizo en un congreso celebrado en Asis en 1989 (Il diritto al caso, ed. Sellerio).
Desde luego esta regla, como cualquier otra de la raz¨®n pr¨¢ctica, admite excepciones justificadas: pueden serlo ciertas malformaciones del feto o la comprobaci¨®n gen¨¦tica de graves enfermedades hereditarias. Pero no me lo parecen tanto las que se?alasen propensiones a enfermedades que pueden o no llegar a desarrollarse tras un largo plazo de vida sana. Ni por supuesto el sexo del embri¨®n, que no es una enfermedad... salvo en las sociedades enfermas. Resultar¨ªa chocante que nuestras comunidades, tan dispuestas a condenar todo intervencionismo estatal y que tanto encomian el riesgo como est¨ªmulo para llegar a la excelencia, aplicasen un baremo opuesto en la g¨¦nesis de los individuos aut¨®nomos que han de configurarlas. Ser¨ªa el retorno de aquella vetusta predestinaci¨®n que san Agust¨ªn defini¨® como "la presciencia y predistribuci¨®n de dones por los cuales se hace completamente cierta la salvaci¨®n de los que son salvados" (De dono perseveran tiae, XXXV). S¨®lo cuando dejamos de confiar en el esfuerzo social y pol¨ªtico que reivindica la igualdad entre los ciudadanos de ambos sexos mientras lucha por ella donde a¨²n no existe, o en la educaci¨®n que puede transmitir a los hijos lo mejor del esfuerzo de sus padres sean cuales fueren su raza o sus dones, se comienza a so?ar con erradicar en el genoma los males y los riesgos que ya no se sabe afrontar en la vida p¨²blica. Pero no nos enga?emos: esa predestinaci¨®n salvadora fue y ser¨¢ hoy de nuevo el cortocircuito dogm¨¢ticamente timorato de esa otra incierta salvaci¨®n por obra de la libertad. No es precisamente "hipocres¨ªa moral" preferir esta ¨²ltima para nosotros y para quienes proseguir¨¢n la desaz¨®n gloriosa de nuestra carne.
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