La conquista de la luna
El patriarca de Talleres Arevalillo narra los cien a?os de esta empresa de cristales para coches
"15 de agosto. P¨¦rez se marcha a las milicias". En las oficinas de Talleres Arevalillo, en el barrio de Salamanca, Francisco L¨®pez Higuera, presidente de esta popular empresa madrile?a, especializada en la reparaci¨®n de lunas de autom¨®viles, hojea un antiguo y amarillento diario de incidencias del negocio que refleja d¨ªa por d¨ªa la convulsa situaci¨®n que viv¨ªa Madrid aquel fat¨ªdico a?o de 1936. Las cosas se ve¨ªan venir. El libro deja constancia de las numerosas huelgas y revoluciones que se sucedieron en los meses anteriores a la guerra civil y que El¨ªas Arevalillo, entonces el due?o, anotaba como si fuera un acta notarial. Poco a poco, todos los empleados se fueron marchando al frente y a El¨ªas no le qued¨® m¨¢s remedio que cerrar.Pero el taller reabri¨® en 1939 Y durante d¨¦cadas no tuvo competencia: era la ¨²nica empresa en Espa?a capaz de solucionar los problemas de los maltrechos coches de entonces, cuando ni siquiera se comercializaban piezas de repuesto. ?l nombre de Arevalillo se hizo tan imprescindible para los espa?oles como el colacao o el avecrem. Como no exist¨ªa industria automovil¨ªstica, Talleres Arevalillo se encargaba desde fabricar plantillas y moldes de lunas hasta marcos de parabrisas e incluso los pilotos y los faros, una tarea que sin las prodigiosas manos de Francisco, actual patriarca de la saga, dif¨ªcilmente hubiera seguido adelante. Fue ¨¦l mismo quien ide¨® el primer lema publicitario de la casa: "La luna que me pidas, la luna que te doy", inspirado en una vieja canci¨®n.
El negocio naci¨® hace 100 a?os, en 1897, cuando un madrile?o llamado Manuel P¨¦rez abri¨® una peque?a fontaner¨ªa-vidrier¨ªa en el n¨²mero 23 de la madrile?a calle de Manuela Malasa?a. Su hija Antonia se cas¨® en 1923 con El¨ªas Arevalillo, cuyo apellido dio nombre a la centenaria empresa. Su cometido entonces era el de proveer los cristales de las Parolas de las plazas mayores de Madrid, Segovia y otras capitales espa?olas y tambi¨¦n el de los faroles de los antiguos coches de caballos, y desde entonces su historia ha corrido paralela a la evoluci¨®n del autom¨®vil.
Francisco L¨®pez se hizo cargo del negocio hace medio siglo, en 1946, cuando contrajo matrimonio con Angelines Arevalillo. La empresa, tras una escisi¨®n familiar y las dificultades de conseguir material en la dura posguerra, estaba a punto de quebrar y fue ¨¦l quien logr¨® mantenerla a flote. En el mismo local del barrio de Maravillas, que dispon¨ªa de horno para curvar cristales, reparaba las lunas de los primeros Ford, los Daimler Benz, los Hispano-Suiza, los Citro?n B14 y los C4 y otros viejos coches de los a?os veinte y tr¨¦inta que lograban todav¨ªa arrancar gracias a las chapuzas. L¨®pez recuerda los coches por el nombre con el que se les conoc¨ªa en aquella ¨¦poca: el balilla, llamado as¨ª porque era en el que viajaban los oficiales de la guerra; el topolino, el huevo, el Ford galgo, que usaban los taxistas, o el garbancito. Tambi¨¦n fabricaba las lentes de las m¨¢quinas de proyecci¨®n de los cines madrile?os.
Nacido hace 74 a?os en Carabanchel Alto, era hijo del maestro de la Banda de Tambores y Cornetas del Cuartel de la Monta?a, quien se salv¨® de milagro el d¨ªa del levantamiento pero luego muri¨® luchando por la Rep¨²blica. En 1940, Francisco ingres¨® en la Escuela de Mec¨¢nicos de Aviaci¨®n de Cuatro Vientos. Con el plexigl¨¢s que le sobraba al reparar las carlingas de los aviones comenz¨® a fabricar unas modern¨ªsimas monturas de gafas de sol, con forma de ojos de gato.
"Mi primer cliente fue el actor Paco Rabal. Me lo encontr¨¦ en la calle de Fuencarral y me compro unas por 400 pesetas, un dineral. Con su recomendaci¨®n, iba a los camerinos de los teatros y les vend¨ªa a todos los personajes de la far¨¢ndula. Tambi¨¦n hac¨ªa cepillos de dientes, que me compraba un laboratorio madrile?o. As¨ª logr¨¦ sacar adelante a mi familia", recuerda Francisco, un hombre sencillo y culto cuya imagen se acerca m¨¢s a la de un sindicalista que a la de un empresario de ¨¦xito como sin duda es: Talleres Arevalillo tiene en la actualidad 80 empleados y 12 centros, y es el principal cliente de Cristaler¨ªa Espa?ola. Hasta los a?os setenta no tuvo competencia, pero ahora en la Comunidad de Madrid 90 empresas de reparaci¨®n de lunas luchar por hacerse con el liderazgo del mercado. Las multinacionales del sector ya le han echado el ojo a Arevalillo, aunque por el momento la familia no est¨¢ dispuesta a vender.
Colas en la calle
"Atendemos a una media de 40 coches diarios. Hace a?os hab¨ªa mucho m¨¢s trabajo porque est¨¢bamos solos. Las colas llegaban hasta la calle de Mar¨ªa de Molina. Adem¨¢s, las lunas se romp¨ªan con mucha facilidad porque eran cristales planos, como los de las ventanas, y con un portazo se ven¨ªan abajo. Mis principales clientes hace cuatro d¨¦cadas eran los taxistas. Todos me conoc¨ªan y cu¨¢ndo cog¨ªa uno ni siquiera me cobraban la carrera. Pero las nuevas generaciones ya no me conocen". Comenta satisfecho que uno de sus clientes es el rey Juan Carlos. "En una ocasi¨®n tuve que viajar a Palma de Mallorca para adaptarle los cristales de unos veh¨ªculos que le hab¨ªan regalado".Aunque los empresarios se quejan de las dificultades de sobrevivir y hacer frente a los impuestos, Francisco reconoce que haber sobrevivido en las condiciones que impuso la dictadura es casi un milagro: "Franco hab¨ªa prohibido la importaci¨®n y no se pod¨ªa conseguir material. Ni siquiera hab¨ªa industria automovil¨ªstica y todo lo que llegaba de fuera era de cotrabando. Todav¨ªa en 1970 segu¨ªa el veto y logr¨¦ introducir, con muchos problemas, una caja de pilotos de la casa Mercedes para copiarlos y comercializarlos aqu¨ª".
La trastienda del taller parece ahora un museo. Francisco ha amontonado las viejas herramientas, moldes de pilotos, faroles y todo tipo de antiguas piezas de coches muy codiciadas por los coleccionistas que de vez en cuando se acercan a comprar. Uno de sus tres hijos, Francisco L¨®pez Arevalillo, se ha hecho cargo de la empresa y dice que, al menos, sobrevivir¨¢ otros 100 a?os.
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