La Gran V¨ªa no tiene vecinos
De los 78 n¨²meros de Gran V¨ªa, solo uno tiene uso residencial. El resto de bloques llevan a?os dedicados a la actividad hotelera, tambi¨¦n al alquiler tur¨ªstico, que asfixia a quienes mantienen su residencia en la calle m¨¢s transitada de la capital
Lo observa, detr¨¢s de un cristal casi opaco, con un ojo enfermo, y, antes de que se cierre la puerta del portal Juan Antonio sabe que ese tampoco ser¨¢ un vecino. ¡°?Ves por qu¨¦ te digo que no me gusta mi calle? Este franc¨¦s, por ejemplo, ?qui¨¦n es?¡±, se pregunta. ¡°?A d¨®nde ir¨¢?, ?al abogado?, ?al psic¨®logo?, ?al prost¨ªbulo del ¨²ltimo piso o a echarse una siesta en el Airbnb?¡±, incide. El hombre, de 78 a?os, se expresa en la penumbra del hall de entrada a su bloque, en la acera de los impares de la calle Gran V¨ªa, cerca del final en Plaza Espa?a. Junto a su mujer, Valeria S¨¢nchez, de su misma edad, Juan Antonio pasa lista a la retah¨ªla de turistas que entran y salen del edificio, a los que ya ni saludan, mientras intentan entender algo de lo que dicen. ¡°Como ves, esto ya no est¨¢ pensado para vivir¡±, afirman.
Seg¨²n un recuento elaborado por EL PA?S a pie de calle, portal por portal, en la principal arteria de Madrid ¡ªdonde diariamente pasan de media unas 140.000 personas¡ª de los 78 bloques que componen la calle, solo en 18 sigue habiendo alg¨²n propietario que se mantiene como residente fijo. Si se excluye el n¨²mero 68, donde en 2019 se complet¨® la remodelaci¨®n del edificio para convertirlo exclusivamente en viviendas de lujo ¡ª48 en total¡ª en el resto de la calle solo quedan unos 60 vecinos que vivan de forma permanente. Lo dem¨¢s, hoteles ¡ªhay 26 en toda la calle¡ª, hostales ¡ªm¨¢s de 20¨D, oficinas y, sobre todo, pisos de alquiler tur¨ªstico que son imposibles de cuantificar. Los datos aportados por el Ayuntamiento de Madrid hablan, sin embargo, de 577 empadronados ¡ª223 extranjeros¡ª, una cifra que podr¨ªa incluir tambi¨¦n a alquilados o madrile?os que conservan ah¨ª su padr¨®n mientras viven en otro domicilio.
Valeria y Juan Antonio se mudaron en 2016 al epicentro de Madrid. Tras completar su etapa laboral, decidieron remodelar su propia oficina donde ambos hab¨ªan trabajado en un gabinete pericial. Un inmueble de m¨¢s de 150 metros cuadrados que habilitaron como vivienda cuando todav¨ªa pensaban que la Gran V¨ªa podr¨ªa ser su barrio. Desde el umbral de la calle, el matrimonio observa con inquietud a un hombre que reba?a las bolsas de comida que los empleados del Rodilla, contiguo a su portal, depositan en los cubos de la acera. ¡°Es un contraste impactante. Encima de nosotros las habitaciones cuestan 200 euros la noche y aqu¨ª esto. Es una calle sin sello propio, sin identidad, sin ideolog¨ªa, sin personalidad¡±, apunta la mujer. Durante esa ma?ana, los dos acudieron a la oficina del Ayuntamiento en la calle Atocha para poner una denuncia precisamente por la basura acumulada en la v¨ªa. ¡°H¨¢ganlo si quieren. No es la primera ni la ¨²ltima¡±, les dijo el funcionario.
La pareja intenta no dejarse llevar por el discurso nost¨¢lgico y manido tan recurrente entre aquellos que resisten. ¡°Yo reconozco que, a diferencia de Antonio, s¨ª me gusta la Gran V¨ªa¡±, reconoce Valeria cuando su marido se aleja unos metros. ¡°Aunque la odio al mismo tiempo¡±, a?ade la mujer, que acude hasta el mercado de Santa Mar¨ªa de la Cabeza ¡ªa cinco kil¨®metros¡ª para hacer la compra, seg¨²n ella por la falta de comercio de proximidad ¡°y de calidad¡± a su alrededor. ¡°La Gran V¨ªa tiene sus cosas buenas: parece que eres el centro del universo todo el tiempo. En cambio, existen muchos inconvenientes, como que solo podamos ventilar nuestra casa por la parte de atr¨¢s, la que da a la calle Isabel la Cat¨®lica. El viento ah¨ª es mucho m¨¢s sano¡±, a?ade Antonio. ¡°Uno cuando viene a vivir asume que es un lugar ruidoso y agitado. De lo que hay que avisar ahora, adem¨¢s, es que el ruido de la calle, despu¨¦s de haber abierto las puertas de los edificios de par en par a los turistas, se traslada al interior de las viviendas. Fiestas, suciedad en los rellanos¡ Quien no pertenece a un lugar no lo cuida igual. Y aqu¨ª nadie es de aqu¨ª¡±, se queja Valeria mientras su marido avisa agitado desde el ascensor como si hubiera descubierto alg¨²n secreto, se?alando los botones de los pisos 7, 8, 9 y 10, completamente desgastados. ¡°?Ah¨ª!. Ah¨ª es donde hacen el negocio. ?Ah¨ª est¨¢n Los pisos tur¨ªsticos!¡±, implora. ¡°Somos un bloque con viviendas, no una comunidad de vecinos. Para ser una comunidad necesitas saber qui¨¦n vive enfrente o al lado. Yo no tengo ni idea de quienes son los dem¨¢s, ni ellos de qui¨¦n soy yo. En el fondo soy un extra?o igual que ellos.¡±, finaliza.
El n¨²mero 68 podr¨ªa decirse que es la excepci¨®n que confirma la regla. Coronado con uno de los cuatro Ave F¨¦nix que hay en Madrid, se construy¨® entre 1944 y 1947 por el arquitecto Jos¨¦ Mar¨ªa D¨ªaz Plaja. Fue uno de los ¨²ltimos tramos en edificarse en la Gran V¨ªa y tiene 608 metros cuadrados de parcela con 11 pisos en total. En su d¨ªa estuvo ocupado por oficinas, hasta que el grupo de inversi¨®n estadounidense Oaktree se hizo con el inmueble e inici¨® un proyecto residencial de vivienda de lujo. En el a?o 2017 se comenz¨® a vender la primera promoci¨®n. Seg¨²n el catastro, los pisos tienen desde los 66 metros cuadrados hasta los 310, con un valor que oscilaba entre los 500.000 euros hasta los 2,7 millones.
¡°En la primera hornada de compradores hubo bastantes particulares, pero sobre todo agencias que buscaban una inversi¨®n¡±, dice la vecina ?ngeles M., de 48 a?os, que adquiri¨® una vivienda en el bloque junto a su pareja, con quien regres¨® de una etapa en California en 2019, cuando se permiti¨® entrar a vivir. ¡°Desde el primer momento nos dimos cuenta de que aquello no iba a ser lo que hab¨ªamos imaginado. El impacto de los pisos tur¨ªsticos, que estaban por todo el edificio, era muy grande. Era un perfil de gente joven con mucho dinero que nos destrozaban la propiedad. Si empez¨¢bamos as¨ª, estaba claro que esto iba a acabar siendo un hotel sin ley¡±, recuerda.
Fue entonces cuando el grueso de los vecinos propietarios y residentes habituales, durante una junta de la comunidad, vot¨® a favor de prohibir los pisos tur¨ªsticos y se inici¨® un proceso judicial que les fue favorable. En estos momentos, la entrada al bloque no se realiza con llave, sino a trav¨¦s de un control digital de acceso con la huella dactilar para evitar que nadie que no aparezca en el ¡°registro legal¡± pueda acceder a las instalaciones. Adem¨¢s, cuentan con un portero 24 horas que sirve de segundo muro de contenci¨®n, as¨ª como varios carteles por el soportal titulados Prohibici¨®n alquiler tur¨ªstico. ¡°Hemos evitado el ir y venir de gente, aunque a¨²n resisten algunos descarados que alegan haber llegado antes que los nuevos estatutos. Los inquilinos de los pisos que quedan en alquiler deben demostrar que su estancia ser¨¢ m¨ªnimamente duradera y que se comprometen a cumplir con las normas. Nosotros lo que queremos es una comunidad de vecinos. Aunque est¨¦s en el lugar m¨¢s tur¨ªstico de Madrid, queremos conocer a la gente con la que vivimos¡±, a?ade ?ngeles.
Antonio Mu?oz es un hombre contra la nostalgia. A sus 59 a?os, se trata de uno de los veteranos entre la veintena de porteros que se mantienen vivos en sus garitas, quienes a d¨ªa de hoy son en muchos casos el ¨²nico inquilino de sus respectivos edificios. ¡°Ya no nos llama nadie de madrugada, es lo bueno¡±, ironiza. Mu?oz, un hombre alegre, vivaz y reci¨¦n perfumado despu¨¦s de la siesta, lleva toda la vida escuchando los ecos del Bar Museo Chicote, que tiene al otro lado de la pared. Se niega a contar alg¨²n chascarrillo mientras anda por el edificio como recogiendo recuerdos a la par que limpia con diligencia el polvo que dejan los obreros que salen de alguna reforma. ¡°Todo esto son pedazos de mi vida. Cosas que ya no tengo¡±, dice al finalizar la t¨ªpica an¨¦cdota de c¨®mo lleg¨® en 1970 a Madrid con cinco a?os, al igual que tantos otros espa?oles de provincias.
Hace unos meses la empresa para la que trabaja le avis¨® de que iba a respetar su contrato, pero que cuando se jubile, no ser¨¢ reemplazado. Varios operarios de limpieza se encargar¨¢n del mantenimiento, mientras que el peque?o piso del ¨¢tico en el que Mu?oz vive ¡ªahora solo, en su d¨ªa con su ex mujer y sus dos hijos¡ª ser¨¢ reformado, realquilado o directamente vendido. ¡°Lo que m¨¢s v¨¦rtigo me da es el d¨ªa que baje definitivamente, ponga un pie en la calle, y despu¨¦s de 30 a?os no conozca a nadie¡±, se lamenta. Su melancol¨ªa la interrumpe una mujer filipina que lleva un ni?o enganchado a la pierna.
¡ªDo you speak English?¡ª, le pregunta ella.
Antonio mueve la cabeza en se?al de duda al tiempo que dice ¡°Yes¡±. La mujer quiere saber si hay alg¨²n hostal barato y le ense?a el m¨®vil con el nombre de los de la cuarta y la sexta planta. Mu?oz, sin perder la compostura, se?ala al ni?o con el dedo y le indica que en su edificio los hostales son ¡°solo para adultos¡±. ¡°Esto va a ser una calle de color rosa fucsia como las luces de ne¨®n, poblada por personas que no saben ni d¨®nde est¨¢n¡±, vaticina.
A casi 60 metros de altura respecto al com¨²n de los mortales de la Gran V¨ªa, hay un hombre de no m¨¢s de 1,55 de estatura, que mira al resto como si ¨¦l no perteneciera a ese mundo. Agust¨ªn V¨¢zquez, de 75 a?os, improvisa una sesi¨®n de bikram yoga sobre la azotea del Palacio de la Prensa. ?l, que manda m¨¢s que nadie en su edificio, es el ¨²nico que tiene llave para abrir, como dice, ¡°las puertas del cielo¡±. Bajo sus pies est¨¢ su casa, en la que lleva m¨¢s de 20 a?os. ¡°La Gran V¨ªa empez¨® su declive en los 90, con la llegada de los grandes almacenes, el cierre de teatros, cines y tiendas peque?as. Despu¨¦s llegan los hoteles, que empiezan a expulsar a los vecinos. Ahora no hace falta comprar un bloque entero y abrir tu negocio, basta ir picando de aqu¨ª y de all¨¢ en los huecos libres y montar tus apartamentos tur¨ªsticos¡±, cuenta. ¡°Ha dejado de tener personalidad. Cuando prostituyes algo que es de todos, de todos los que eran de aqu¨ª, lo conviertes en un elemento com¨²n, sin m¨¢s, sin identidad. Las capitales son todas, en el fondo, la misma ciudad¡±, concluye al bajar la pierna del muro, antes de observar a sus vecinos, cuatro alemanes degustando la cena en un balconcito del Gran View Apartment, en el n¨²mero 48.
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