De la Rep¨²blica
El pa¨ªs est¨¢ conmocionado. Lo comprendo, pues la disputa no es balad¨ª: se trata, en el fondo, de qu¨¦ idea tenemos de Francia.La Francia que yo amo, tanto en mi calidad de responsable pol¨ªtico como en la de ciudadano es, en primer Jugar, la de la naci¨®n francesa, constituida por hombres y mujeres que han elegido vivir juntos. Y digo bien "elegido", pues no se es franc¨¦s solamente (ni siquiera obligatoriamente) por tener sangre francesa; se es franc¨¦s por voluntad, por adhesi¨®n: por amor a una tierra, a una historia, a una cultura, a una comunidad. ?se es el sentido de la nacionalidad francesa.
La Francia que amamos es tambi¨¦n la Rep¨²blica, es decir, un conjunto de principios y de valores que fundamentan una moral, en primera l¨ªnea de los cuales est¨¢n la libertad, la igualdad, la fraternidad y la laicidad.
Amar Francia es creer en todo eso y, a la vez, combatir lo que lo niega: las viejas ideas -?s¨®lo Dios sabe lo viejas que son!- de racismo, de antisemitismo, de xenofobia. ?Alguien duda que ¨¦sta sea nuestra lucha? ?Por qu¨¦, pues, ese malentendido que enfrenta a los que hoy deber¨ªan marchar codo con codo?
Creo que ante todo se explica por el peso de la historia. Todav¨ªa no hemos exorcizado la verg¨¹enza ?C¨®mo si no podr¨ªamos vivir en semejante confusi¨®n intelectual y moral? Simular en una estaci¨®n parisina la salida hacia la deportaci¨®n; Ilamar a la desobediencia civil, como es leg¨ªtimo hacerlo en... una dictadura; hacer un paralelo entre las leyes de Vichy y las de la Rep¨²blica... ?Es posible imaginar tales amalgamas fuera de Francia? Nos queda mucho para asumir nuestro pasado con lucidez y reconciliarnos de una vez con nosotros mismos. Lucie Aubrac expresaba recientemente en la televisi¨®n su esperanza en la juventud, que sabr¨¢ juzgar y comprender mejor que nosotros, Deseo de todo coraz¨®n que tenga raz¨®n. El peso de la historia y tambi¨¦n de las ideolog¨ªas que con demasiada frecuencia alteran nuestra percepci¨®n de la realidad. Hay hechos que no logramos examinar de forma razonada y ponderada.
Es el caso de la inmigraci¨®n. Desde hace 20 a?os no hemos sido capaces de definir un enfoque republicano de la cuesti¨®n. Algunos objetan que no es la m¨¢xima prioridad. No hay que obsesionarse, pero tampoco practicar una pol¨ªtica de avestruz. Es un aut¨¦ntico problema que no tenemos derecho a ignorar. Los socialistas saben bien que pertenecen a una "partido de gobierno", como se suele decir. De ah¨ª su actual desconcierto.
Para la extrema derecha, el asunto est¨¢ claro: el extranjero es el culpable de todos nuestros males. Expulsemos al extranjero -ya est¨¦ en situaci¨®n regular o sea ilegal- y ya no habr¨¢ en Francia paro, ni inseguridad, ni crisis de vivienda, ni d¨¦ficit de la Seguridad Social. El nuevo alcalde de Vitrolles acaba de hacer, en este sentido, declaraciones desprovistas de toda ambig¨¹edad. Este discurso -y este proyecto-, de odio y exclusi¨®n est¨¢ en las ant¨ªpodas de nuestras convicciones y de la imagen de nuestro pa¨ªs en el extranjero; son nefastas para Francia. Quiero combatirlas.
Pero no caigamos en la amalgama inversa, como si no hubiera diferencia entre la inmigraci¨®n legal y la ilegal. Tal confusi¨®n s¨®lo puede ayudar a los extremismos.
Lo que cuenta a mis ojos son los hombres y las mujeres de buena voluntad animados de sentimientos generosos, que respeto y a menudo amo. Compartimos valores fundamentales. Es la raz¨®n por la que debemos salir del clima de incomprensi¨®n que se ha creado entre nosotros y que hace el juego al qu¨¦, deber¨ªa ser nuestro adversario com¨²n. ?No podr¨ªamos intentar reflexionar serenamente sobre lo que podr¨ªa ser una pol¨ªtica republicana de la inmigraci¨®n y ponemos de acuerdo en algunos principios inatacables?:
-S¨ª a la acogida y a la hospitalidad, tradiciones de las que Francia est¨¢ orgullosa (?acaso no acoge nuestro pa¨ªs cada a?o a m¨¢s de 60 millones de visitantes?); s¨ª al derecho de asilo para los perseguidos; s¨ª a la inmigraci¨®n regular, dentro de las leyes de la Rep¨²blica; s¨ª a la ¨ªntegraci¨®n de todos los que quieren compartir nuestros valores, empezando por la laicidad republicana.
-No a la inmigraci¨®n ilegal, de la que se aprovecha los nuevos negreros del siglo X, que rebaja en su dignidad de hombre o de mujer al inmigrante clandestino, provoca el rechazo de un cuerpo social inquieto y arruina todos nuestros esfuerzos, de integraci¨®n.
-S¨ª a una pol¨ªtica m¨¢s ambiciosa todav¨ªa de ayuda al desarrollo para permitir que los Estados de imnigraci¨®n guarden su primera riqueza: sus hijos.
?sa es la pol¨ªtica que, junto a otras, el Gobierno intenta llevar a. cabo. Estoy seguro que puede ser objeto de un amplio acuerdo. Pero si uno se adhiere a esos pr¨ªncipios no puede rechazar sistem¨¢ticamente su puesta en marcha. Ha sido para aplicarlos por lo que desde hace varios meses hemos tomado varias iniciativas: especialmente, hemos propuesto y hecho votar una ley encaminada a luchar mejor contra el trabajo clandestino, que explota a los m¨¢s vulnerables; tambi¨¦n hemos elaborado un proyecto de ley so bre la estancia de extranjeros que concilia medidas de humanizaci¨®n con la b¨²squeda de una mayor eficacia en el control de la inmigraci¨®n ilegal.
Pido a los detractores del llamado proyecto de ley Debr¨¦ que lo lean de buena fe. Encontrar¨¢n disposiciones que por fin van a permitir regularizar la situaci¨®n de los extranjeros que, hasta ahora, se encontraban en situaciones insostenibles: ni regularizables ni expulsables (personas presentes desde hace 15 a?os en nuestro suelo, c¨®nyuges de ciudadanos franceses, ni?os nacidos en Francia....). En cuanto a la inmigraci¨®n ilegal, si nos oponemos de verdad, tenemos que dotamos de los medios para controlarla mediante algo m¨¢s que palabras. El Gobierno de Mauroy instituy¨® para ello el certificado de alojamiento. Hemos querido a?adir al control de entrada que preve¨ªa el decreto de 1982, firmado por Defferre y Badinter, un control de salida evidentemente necesario para verificar el respeto de la ley.
Como no ha sido comprendido el recurrir a la persona que hospeda al extranjero para conseguir este control, el Parlamento, como yo hab¨ªa deseado, nos ha ayudado a encontrar un dispositivo que no se presta a ser contestado, dado el n¨²mero de grandes pa¨ªses democr¨¢ticos en los que ya existe.
Doy las gracias a la comisi¨®n legislativa de la Asamblea Nacional y especialmente a su Presidente, Pierre Mazeaud. La gran mayor¨ªa de los franceses parece aprobar el texto modificado.
?Hay, pues, que cambiar de terreno y reclamar la pura y simple derogaci¨®n de todo dispositivo legal de control de la inmigraci¨®n irregular? ?Es que no se ve que tal demagogia har¨ªa evidentemente el juego a los que nos acusan de laxismo e impotencia?
Siempre he rechazado las tesis racistas y me he negado a todo compromiso con sus propagandistas, y no variar¨¦ mis convicciones. Como responsable pol¨ªtico, es mi deber hacer una advertencia: no nos, equivoquemos de objetivo frente al peligr¨® que denuncio desde siempre. No creemos nuevos desacuerdos que har¨ªan el juego a aquellos a los que todos los republicanos desean combatir. Francia, que ha dado al mundo la Declaraci¨®n de Derechos Humanos, tambi¨¦n ha tenido sus momentos de deshonor, y uno de los grandes m¨¦ritos de Jacques Chirac, a diferencia de otros, es haber tenido el valor de decirlo en nombre del pa¨ªs.
No transijo con los principios republicanos. Estos principios tienen sus exigencias, y no olvidemos algunas de ellas bajo el pretexto de defender otras. El reconocimiento de la dignidad de cada uno, sean cuales fueren sus or¨ªgenes, sus opiniones pol¨ªticas o sus creencias religiosas, no puede lograrse m¨¢s que respetando nuestras grandes reglas comunes.
Nuestra sociedad ha sido diversa en su origen, cultura y expresi¨®n, desde siempre, y no lo ser¨¢ menos ma?ana. No negamos que esta diversidad pueda ser una fuente de dificultades y de conflictos, pero hay que abordar estos problemas con serenidad. As¨ª, y s¨®lo as¨ª, podremos, como en, el pasado, hacer de esta diversidad una fuente de riqueza, de creatividad y de inteligencia que nuestra vida nacional debe reconocer e integrar plenamente.
Si hay un combate a entablar es el de seguir siendo solidarios, unidos en tomo allegado de la Rep¨²blica, sean cu¨¢les fueren nuestras preferencias pol¨ªticas. Es nuestra mejor defensa contra nuestra tendencia a la divisi¨®n y contra el aumento d¨¦ la intolerancia.
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