El deseo de autog¨¦nesis
Hace 10 a?os publiqu¨¦ en estas mismas p¨¢ginas mi primera tribuna de opini¨®n. Se titulaba De genes, corrales y huertos y pretend¨ªa satirizar la indignaci¨®n con que muchos moralistas se lamentaban por la apertura del registro americano de patentes para las nuevas especies obtenidas mediante ingenier¨ªa gen¨¦tica. Pues bien, hoy vuelve a cobrar redoblada actualidad aquella cuesti¨®n: el desarrollo de una oveja gestada por partenog¨¦nesis a partir del genoma de un solo progenitor est¨¢ desatando una parecida cruzada de rechazo, que denuncia los intentos cient¨ªficos por emular el papel del creador.?Hay para tanto? La raz¨®n del revuelo reside en las posibilidades de aplicaci¨®n al g¨¦nero humano: hemos domesticado las dem¨¢s especies, pero hasta ahora nunca nos hemos atrevido a domesticarnos a nosotros, excepci¨®n hecha de criminales intentos. Y lo que nos asusta es esta posible autodomesticaci¨®n reflexiva: nos creemos con derecho a programar la evoluci¨®n de animales y plantas, pero ignoramos si debemos permitirnos la selecci¨®n artificial de nuestra propia progenie. De ah¨ª la mayoritaria coincidencia en un solo veredicto: hay que prohibir la partenog¨¦nesis o clonaci¨®n de los seres humanos. Y si de m¨ª dependiese la decisi¨®n, probablemente me sumar¨ªa a semejante consenso restrictivo. Pero no est¨¢ de m¨¢s considerar las implicaciones de todas las hip¨®tesis: ?por qu¨¦ no analizar los motivos que aconsejar¨ªan optar por la partenog¨¦nesis, aunque s¨®lo fuese para descartarlos?
Se puede sostener que la clonaci¨®n es un m¨¦todo selectivamente deficiente, pues desde el punto de vista de la evoluci¨®n natural resulta mucho m¨¢s eficiente la reproducci¨®n sexual, ya que garantiza una mayor diversidad gen¨¦tica. Pero este criterio eugen¨¦sico no es causa leg¨ªtima para prohibir la clonaci¨®n, de igual modo que tampoco lo es para prohibir la endogamia, el matrimonio entre primos cruzados o cualquier otro residuo del at¨¢vico tab¨² del incesto. Tanto m¨¢s cuanto es imposible ponerle puertas al campo y, por muchas prohibiciones que se impongan, no es descartable que haya personas prestas a pagar el precio para su partenog¨¦nesis clandestina, como suced¨ªa cuando nos ¨ªbamos a Londres a abortar de extranjis. Y en tal caso, s¨ª alguien tuviera un hijo por clonaci¨®n de facto, ?qu¨¦ hacer con esa nueva vida prohibida, ante la imposibilidad de quit¨¢rsela?
Todo eso sin considerar otro elemento b¨¢sico para la democracia liberal, como es el derecho a la autodeterminaci¨®n individual. ?En nombre de qu¨¦ principio se podr¨ªa leg¨ªtimamente restringir el derecho a tener hijos por partenog¨¦nesis si no hay nadie (fuera del hijo as¨ª concebido) que pueda alegar otros derechos contradictorios? Al igual que una mujer tiene derecho a embarazarse sola mediante reproducci¨®n asistida, acudiendo a un banco de semen an¨®nimo, ?por que no tener igual derecho a embarazarse de s¨ª misma mediante clonaci¨®n o partenog¨¦nesis? Y la comparaci¨®n tiene sentido porque, en la naturaleza, la partenog¨¦nesis llamada constante se da en las especies que tienen ausencia o escasez de machos. Este no es el caso en nuestra especie, pero podr¨ªa serlo en nuestra sociedad posmoderna, cuando predomina la figura del padre ausente y se extiende la nueva familia matrilineal, donde mujeres econ¨®micamente independientes autodeterminan su maternidad sin el concurso masculino, que comienza a escasear.
Pero ?qui¨¦n querr¨ªa reproducirse por partenog¨¦nesis? Puestos a especular, cabe imaginar tres tipos de vocaci¨®n por las clonaciones (pues la raz¨®n democr¨¢tica excluye un cuarto tipo mercantil o desp¨®tico, basado en la comercializaci¨®n o planificaci¨®n de progenies seriadas). El primero ya se ha mencionado, y es el de aquellas feministas radicales que desear¨ªan autodeterminar su maternidad absolutamente, excluyendo toda sombra de influencia masculina. Es el tipo m¨¢s pr¨®ximo, pues la mitad de las escandinavas y un tercio de las europeas protestantes registran ya sus hijos en ausencia de var¨®n que se corresponsabilice institucionalmente. Pero este solipsismo reproductor es en el fondo moderado, pues no precisa de autog¨¦nesis, conform¨¢ndose con el auxilio externo de algunas dosis de semen prestado. M¨¢s radical, aunque s¨®lo te¨®rico todav¨ªa, es el segundo tipo imaginable: el de aquellas personas que desear¨ªan tener progenie id¨¦ntica a s¨ª mismas.
?Qu¨¦ razones puede haber para el autismo progenitor? Al margen de posibles delirios po¨¦ticos, creo que hay determinadas causas sociales que podr¨ªan favorecer una cierta tendencia hacia la autoprogenitura, y no tanto por narcisismo como sobre todo por miedo a los hijos que podr¨ªamos llamar normales. Actualmente, a causa del v¨¦rtigo que produce el cambio social, la discontinuidad entre padres e hijos ha llegado a ser tan grande que aqu¨¦llos ven a ¨¦stos como unos extra?os en los que ya no logran reconocerse; y rec¨ªprocamente, los hijos desprecian e ignoran a sus padres, al no poder admirarlos ni respetarles. En estas condiciones, est¨¢ disminuyendo inexorablemente el deseo de ser padres y educar hijos (con la consiguiente ca¨ªda de la natalidad), dada la conciencia de predestinaci¨®n para el fracaso: y no se vislumbra qu¨¦ m¨¦todo educativo podr¨ªa devolverle su perdida dignidad a la funci¨®n del padre. Pues bien, una progenitura basada en la clonaci¨®n permitir¨ªa volver a reconocer a los hijos como prolongaci¨®n de s¨ª, restaurando el amor paterno y el deseo de ejercer la paternidad, con lo que quiz¨¢ se recuperase la hoy declinante natalidad.
Queda, en fin, el tercer tipo de vocaci¨®n autogenitora: el religioso. La clonaci¨®n, en efecto, parece garantizar la inmortalidad o al menos la transmigraci¨®n de las almas, hoy identificadas con el genoma individual, que confiere identidad personal. Savater ha definido el sentido religioso como el deseo de salir de s¨ª, atravesando las fronteras que nos separan a unos de otros hasta alcanzar la continuidad interpersonal. ?Acaso no adoramos al padre divino para poder sentirnos hermanos? Pues bien, ?qu¨¦ mejor religaci¨®n que la de vincularse a un alter gen¨¦ticamente id¨¦ntico? No obstante, esta transmigraci¨®n del alma gen¨¦tica resultar¨ªa una pasi¨®n in¨²til, pues la clonaci¨®n no permite la continuidad vital. S¨®lo la memoria, y no el genoma, proporciona identidad personal. Y la memoria es incomunicable, por lo que resulta intransferible y no puede romper la inexorable discontinuidad vital: aunque nuestros genomas transmigrasen, no por eso dejar¨ªan de morir nuestras memorias personales, necesariamente caducas, finitas y contingentes. Pero a nuestra especie le gusta so?ar imposibles, entreg¨¢ndose a ilusiones estupefacientes: y ¨¦sta de la autog¨¦nesis podr¨ªa ser otra peligrosa superstici¨®n, potencialmente fatal.
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