Madrid es un ombligo rodeado de hormig¨®n
Mucha gente so?¨® durante siglos con asediar Madrid, someterla y domarla. Otros han preferido, y prefieren, agarrarla por el talle y besarla con lujuria. Por fin, Madrid ya tiene quien la abrace sin mancillar el ombligo de la Villa. Se llama M-40, nombre m¨¢s propio de un esp¨ªa que de ese colosal laberinto de asfalto, hormig¨®n y tecnolog¨ªa que rodea a la capital.La traves¨ªa de la M-40 es un viaje alucinante y futurista. Pod¨ªa haber inspirado a Cort¨¢zar en Los autonautas de la cosmopista. Son 61 kil¨®metros sin un sem¨¢foro, pero con miles de se?ales, enlaces, paneles luminosos mutantes, viseras ac¨²sticas, juntas de dilataci¨®n, t¨²neles, serpenteos, carriles de desaceleraci¨®n, trenzados, raquetas, nudos espectaculares, puentes, pasarelas peatonales, parajes de lujo y panoramas desoladores.
Todos los caminos de la naci¨®n conducen a la M-40, cintur¨®n de castidad de Espa?a. Madrid queda atrapada en esta mastod¨®ntica tela de ara?a p¨¦trea, prodigio de ingenier¨ªa e imaginaci¨®n. Quien siga manteniendo la idea de un Madrid castizo al estilo decimon¨®nico, se puede llevar un desenga?o may¨²sculo si se infiltra en la M- 40. Y quien quiera barruntar las esencias de la capital debiera tambi¨¦n hacer el mismo recorrido antes de adentrarse en la selva del centro urbano.
Dominique Borland, estudiante de filolog¨ªa hisp¨¢nica en Par¨ªs, lleg¨® el jueves pasado a visitar Madrid por primera vez. Est¨¢ realizando un estudio sobre Quevedo. Conoce el chotis, La violetera, El relicario, varias coplas de Concha Piquer y Pongamos que hablo de Madrid, en versi¨®n de Antonio Flores. Dos amigos decidieron introducirla en la capital con un recorrido previo por la M-40.
Eran las diez de la ma?ana. Comenzaron la gira en el nudo de la autopista con la carretera de Burgos, kil¨®metro 1 de la ronda, justo donde se iniciaron las obras. Siguieron la direcci¨®n de las agujas del reloj.
La chica qued¨® perpleja ante el soberbio entramado de puentes superpuestos, gr¨¢ciles, casi et¨¦reos, como de ciencia-ficci¨®n.
?Estamos en Madrid?", dijo sorprendida. A la izquierda, ¨¢mbitos muy renombrados y rumbosos, El Soto, El Encinar de los Reyes, La Moraleja, solaz de potentados y artistas.
Dos kil¨®metros adelante, la cosa cambia de forma esp¨ªdica. El pol¨ªgono industrial de Manoteras borra de inmediato, el primer impacto. A la otra parte de la autopista, asoma canalla la zona de Las C¨¢rcavas, escombrera clandestina. Dicen que hay proyectos para convertir este paraje en una especie de Casa de Campo del este. Pero eso ser¨¢ cuando criemos malvas.
El desencanto de Hortaleza
Hortaleza abunda en el desencanto: descampados pat¨¦ticos, dos cabras fam¨¦licas pastan entre inmundicias, ni?os desharrapados juegan al bal¨®n, naves industriales destartaladas, un grupo de gitanos canta a la puerta de la chabola canciones de Los Chunguitos. Y, de vez en cuando, poderosos edificios industriales de dise?o ultramoderno, pioneros del futuro inmediato.Un poco m¨¢s adelante reaparece la civilizaci¨®n. El Campo de las Naciones, a la izquierda, contrasta sonrojantemente con Canillas, a la derecha, y La Piovera, barrio de nombre procaz y actividades sinuosas, al decir de algunos taxistas. Bloques de edificios grises, construidos a la buena de Dios, desangelados, tristes.
Canillejas, conglomerado de torres melanc¨®licas con mucha ropa tendida en las ventanas. Dominique delira con La Peineta, el estadio ol¨ªmpico de la Comunidad. M¨¢s chabolas, m¨¢s cabras. Este sector de la M-40 permaneci¨® mucho tiempo sin luz. Los chabolistas, gitanos en su mayor¨ªa, crispados por desalojos infames, enganchaban los cables de sus casuchas al tendido de la autopista. Tras conflictivos derribos, aqu¨ª est¨¢ surgiendo un nuevo barrio, Las Rosas.
Vic¨¢lvaro. Pol¨ªgono de Valdebernardo, testigo de camelos memorables a los compradores de viviendas. Pueblo de Vallecas. P¨¢ramos mugrientos. "?Pero esto qu¨¦ es? ?D¨®nde estamos?". Dominique tiene cara de pasmo.
-Estamos en un Madrid desconocido por las gu¨ªas tur¨ªsticas y desde?ado por las autoridades. La autopista circunvala Madrid para agilizar el tr¨¢fico de la capital y evitar que se metan en el centro los autom¨®viles de paso. Es muy c¨®nioda, la verdad. Pero tambi¨¦n es un escaparate, de algunas miserias y contrastes clamorosos. La diferencia norte-sur queda patente. Ahora vamos hacia el sur. Y el sur, como de costumbre, tiene aromas de Cuarto Mundo. Ya sabes, los cinturones de miseria en tomo a las grandes urbes.
-No acabo de asimilarlo con la idea que yo ten¨ªa de Madrid, pero esta autopista es formidable...
-Las obras comenzaron el 11 de noviembre de 1988, 20 a?osdespu¨¦s de ser aprobado el proyecto. Se concluy¨® el 23 de diciembre pasado. Es decir, a un ritmo de ocho kil¨®metros por a?o.
-Pero todo esto ha tenido que costar una barbaridad.
-Unos 84.000 millones de pesetas. M¨¢s o menos, 1.300 millones por kil¨®metro.
Bordean el Pozo del T¨ªo Raimundo, poblado de memorable recuerdo en la reciente historia de los movimientos vecinales, cuna de sindicalistas, cobijo de dem¨®cratas en los tiempos dif¨ªciles. Es inevitable evocar al padre Llanos, aquel sacerdote entra?able que, sin abandonar la Compa?¨ªa de Jes¨²s, luc¨ªa con orgullo sus carn¨¦s del PC y de CC OO.
El Pozo fue en los a?os sesenta y setenta uno de los asentamientos chabolistas m¨¢s densos de Madrid. Hoy es un barrio entra?able de casitas adosadas, jardines y peque?as zonas verdes.
En las cercan¨ªas de Mercamadrid, est¨®mago de la capital, el tr¨¢fico es esquivo. Camiones cisterna, remolques, cargamentos de pescado, carne, frutas. Olores montaraces. Mercamadrid es un mundo fascinante, sobre todo de madrugada. Los camioneros se relajan en alguno de los bares del recinto, los descargadores trabajan a toda m¨¢quina, las frutas y los pescados se colocan en sus escaparates, las c¨¢maras frigor¨ªficas engullen reses descuartizadas. Y espor¨¢dicamente, alguna se?orita casquivana merodea a la busca de clientela.
Circulaci¨®n a 30 kil¨®metros por hora. Colonias de antenas, todas ellas rojiblancas (acaso atl¨¦ticas), repetidores que a la ca¨ªda de la tarde semejan espectros, cables infinitos, peque?os reba?os de ovejas desclasadas, perros cimarrones, m¨¢s gr¨²as, m¨¢s bloques de viviendas en construcci¨®n. Helic¨®pteros de Tr¨¢fico sobrevuelan sin cesar. A la derecha, Madrid se entrev¨¦ envuelto en brumas cochambrosas.
Dominique no sale de su asombro. Aunque no fuma, pide un cigarrillo para sosegarse. Est¨¢ ofuscada. Pasan rozando el barrio de San Ferm¨ªn (supermercado de estupefacientes, retablo de marginados), Villaverde, Usera, Orcasitas. Bordean un muro eterno lleno de cruces; es el cementerio de Carabanchel. Los muertos ocupan mucho espacio en los arrabales. Va cambiando el panorama al dejar atr¨¢s Carabanchel Alto. Se divisa el ¨¢rea militar de Cuatro Vientos. Algo m¨¢s a la derecha, la Ciudad de la Imagen, que ya alberga algunas empresas audiovisuales.
A partir de aqu¨ª, da la impresi¨®n de que se trata de otra ciudad. Pasado el Alto de las Cruces, la autopista est¨¢ flanqueada por urbanizaciones de lujo, Somosaguas, Montepr¨ªncipe. Ya huele a naturaleza y a dinero.
Expropiaciones
Estos kil¨®metros han sido los m¨¢s caros de la M-40. La gente con poder¨ªo ha cobrado cifras astron¨®micas por las expropiaciones. Y tambi¨¦n es el tramo m¨¢s cuidado: calzadas superpuestas, pantallas ac¨²sticas en las que el ruido no rebota sino que se pulveriza, abetos, olivos tra¨ªdos de Toledo, ra¨ªces de palmeras invertidas. No se divisan pintadas en los puentes; s¨®lo paneles luminosos, avisos a los conductores, muchos de los cuales van amarrados a un tel¨¦fono m¨®vil, ensimismados, un peligro para la circulaci¨®n.El enlace con Pozuelo de Alarc¨®n y la carretera de La Coru?a ha sido el ¨²ltimo en cerrarse. Su construcci¨®n provoc¨® multitud de protestas, desde los ecologistas hasta los exquisitos propietarios de casas y solares.
Lo cierto es que cada kil¨®metro de este sector ha costado 4.500 millones, frente a los 1.300 por los que sali¨® cada kil¨®metro del resto de la autopista. De forma montaraz, de vez en cuando se divisa un poblado chabolista infiltrado entre la prepotencia. Aqu¨ª se han construido muros para esconder la miseria, "correcciones visuales".
Dominique y sus amigos, al cabo de hora y media, llegan al punto de partida. "?Qu¨¦ te parece este Madrid?". Y la francesita, con los ojos como platos, contesta: "Es lo m¨¢s parecido al v¨¦rtigo que he visto en mi vida. Si Quevedo pasa por aqu¨ª, le da un infarto".
Por la noche, Dominique y sus amigos hacen una ronda por el coraz¨®n de Madrid. Se enfangan en Malasa?a, escuchan flamenco en Casa Patas y, ya rendidos, bailan rock and roll en Capote. Al salir de all¨ª, Dominique susurra: "Madrid es un ombligo rodeado de hormig¨®n. A pesar de todo, es una ciudad barroca".
Dentro de unos a?os, cuando la ya iniciada M-50 est¨¦ en funcionamiento, toda la Comunidad ser¨¢ un bloque de cemento y carreteras. Quiz¨¢ se conduzca de maravilla, pero el asfalto se habr¨¢ adue?ado de nuestras vidas.
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