La enfermedad mental y las nuevas hogueras
La enfermedad mental ha supuesto durante mucho tiempo un estado agitado, extravagante y, en ocasiones, con tendencia al furor, lo que se atribuy¨® a una locura moral o degeneraci¨®n ¨¦tica, y no pocas veces como vicio, lleg¨¢ndose a decir que la locura se curaba en la plaza de Greve, lugar donde se ajusticiaba en p¨²blico a los delincuentes en Par¨ªs, y eso por no recordar cuadros m¨¢s terribles, como era la hoguera para los endemoniados, satanizados o brujos, cuando ¨¦stos "manten¨ªan" relaciones sexuales con el diablo. Cu¨¢ntas pobres mujeres fueron a parar a las llamas, en una est¨²pida actitud purificadora, cuando alguna desgraciada par¨ªa ni?os con deformidades cong¨¦nitas, signo de la paternidad diab¨®lica, o de aut¨¦nticos enfermos mentales en los que las alucinaciones delirantes eran interpretadas como posesiones diab¨®licas o pactos con el rey de los infiernos.Todo ello se super¨® y la psiquiatr¨ªa logr¨® despojarse de los contenidos morales de la locura, no sin grandes esfuerzos, hasta el extremo de que hace escasamente un siglo, entre nosotros, los mozos en edad de incorporarse a filas, si padec¨ªan una enfermedad corporal o defecto f¨ªsico, precisaban de un certificado m¨¦dico; pero si la dificultad era ps¨ªquica, lo que se precisaba era el certificado del cura p¨¢rroco correspondiente. No obstante, ¨²ltimamente parece retomar de nuevo todo en forma sinuosa y enmascarada, con criterios supuestamente sociales. As¨ª, los trastornos de personalidad, que pueden ser en ocasiones una m¨¢scara de la salud mental, suelen dar lugar a juicios de valor desde el prisma moral del evaluador, ignorando el substrato biol¨®gico de las neurosis y de los trastornos de personalidad, que cuando adquieren un car¨¢cter peyorativo se les llama despectivamente psic¨®patas desalmados, s¨¢dicos o criminales.
Las diferencias entre psicosis (enfermedad mental) y psicopat¨ªas (trastornos de personalidad) son a veces dif¨ªciles de captar. Para ello siempre debe suponerse un conocimiento a fondo de la medicina y de la bioqu¨ªmica neuronal del sistema nervioso central, superando el viejo temor al poder del m¨¦dico, que s¨®lo busca la salud de los enfermos; es decir, que si existe relaci¨®n, ¨¦sta se limita a nivel personal con cada paciente, no trascendiendo al grupo, el que s¨ª puede verse manipulado por otros intereses param¨¦dicos o economicistas y de rivalidades encubiertas, manejadas no pocas veces a trav¨¦s del miedo, cuajado en ocasiones de actitudes vindicativas.
En todo Occidente se est¨¢ produciendo un retornar a las hogueras, que han comenzado a encenderse en espera de nuevas v¨ªctimas. As¨ª, ya en EE UU han comenzado a ejecutar a d¨¦biles mentales, menores de edad o enfermos mentales, cuyas conductas hubieran entrado en conflicto con la sociedad o el c¨®digo, ya que la enfermedad mental priva al que la padece del mundo de sus semejantes o de la comprensi¨®n de los sanos. Siempre estar¨¢ m¨¢s pr¨®ximo al juicio de los ciudadanos el "ojo por ojo" que la comprensi¨®n, lo que podr¨¢ entenderse a nivel personal en los familiares de las v¨ªctimas, pero no -y aqu¨ª hay que decir un no rotundo- a nivel general, institucional y judicial.
La b¨²squeda de la verdad, como actitud, como aletheia, como desvelamiento de lo oculto, es una exigencia del rigor cient¨ªfico, rodeado de incomprensi¨®n y de intolerancia.
Por todo ello, en estos d¨ªas ha vuelto al primer plano de la actualidad la dicotom¨ªa entre c¨¢rcel o psiqui¨¢trico, pregunta cargada de responsabilidad, a la que debemos dar una respuesta serena, cient¨ªfica y exenta de valoraciones ¨¦ticas, morales y vindicativas, buscando no la venganza, siempre f¨¢cil de manipular, sino el entendimiento cient¨ªfico de la conducta humana, que lleve a la justicia a un mejor espacio de la misma, y a nosotros, los m¨¦dicos, a apagar las hogueras, buscando la curaci¨®n cuando se pueda, y cuando no, a la asistencia del enfermo con las medidas, si son necesarias, de custodia y tutela, que tranquilicen a la sociedad, la que ciertamente se siente alarmada por el nuevo C¨®digo Penal, que pone coto a la curaci¨®n, la que deber¨¢ producirse necesariamente en un tiempo, tiempo en el que, de no producirse, el enfermo mental deja de estar tutelado y custodiado para pasar ?ad¨®nde?
Quiz¨¢ en ello radique el origen de la angustia de nuestra sociedad ante el enfermo mental, por lo que, al no saber qu¨¦ hacer con ¨¦l, la sociedad y la justicia han comenzado a encender las hogueras.
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