Recobrar la fe en Europa
Jam¨¢s he dudado de la necesidad hist¨®rica de unir los pa¨ªses europeos, como tampoco he dudado de las virtudes de la construcci¨®n europea ni de su consecuci¨®n. Pero de lo que a veces dudo es de que se haga seg¨²n mis deseos. Respecto a esto he tenido, y todav¨ªa tengo, momentos de desaliento. Aunque cuando veo lo sucedido el pasado domingo en Bruselas a prop¨®sito de los despidos en Renault y del cierre de una f¨¢brica belga, cuando veo al movimiento sindical europeo dar la batalla a nivel europeo y al conjunto de los dirigentes de la izquierda francesa participar en este gran estreno, me digo que la Europa de los ciudadanos da por fin los primeros pasos.?Qu¨¦ queremos los europeos? Ante todo, la paz. Ayer, Europa era el miedo, es decir, el odio al otro, y una sucesi¨®n de guerras fratricidas. Hoy se mantiene la unidad, aunque hay graves divergencias entre nuestros pa¨ªses, como ha ocurrido en el caso de Yugoslavia. Y es para consolidar este logro por lo que hay que continuar avanzando. Pero con ello la unificaci¨®n europea ha ganado su primer reto. La segunda ambici¨®n de los padres de Europa era la de frenar el declive geopol¨ªtico y econ¨®mico de un continente que ha dado al mundo la idea de lo universal, de la democracia y de los derechos humanos. Tras la guerra, Europa perdi¨® capacidad de acci¨®n y de influencia. Se ha recuperado, pero no se ha ganado la batalla entre la supervivencia y el declive, pues la crisis de lo pol¨ªtico es tan profunda en nuestros pa¨ªses que los responsables navegan sin instrumentos. Nos falta aliento, entusiasmo, visi¨®n a largo plazo.Queremos una Europa fiel a sus valores de universalismo, de democracia y de respeto al hombre, lo suficientemente poderosa y generosa como para seguir constituyendo una esperanza, un modelo y un punto de referencia en un mundo sacudido por la globalizaci¨®n de los problemas y de los mercados financieros. No est¨¢ garantizado que lo logremos, pues ahora tenemos que cambiar esa percepci¨®n de Europa como el caballo de Troya de la globalizaci¨®n.No es la unificaci¨®n de Europa la que enfrenta a los pa¨ªses europeos con el surgimiento de nuevos competidores., con el renacimiento econ¨®mico de EE UU, con la creaci¨®n de un mercado financiero mundial, con esos problemas ambientales que no conocen fronteras, o incluso con esas nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n a las que hemos llegado con retraso. Por tanto, basta ya de enga?os. Cuando se critica la construcci¨®n europea, hay que preguntarse si lo hubi¨¦ramos hecho mejor estando dispersos: ?Habr¨ªamos sido m¨¢s fuertes? ?Habr¨ªamos realizado la pol¨ªtica que queremos en un ¨²nico pa¨ªs? ?Cu¨¢les hubieran sido nuestras posibilidades de desarrollo econ¨®mico? ?D¨®nde estar¨ªan nuestras exportaciones? Imagin¨¦mosnos ese escenario... Estar¨ªamos mucho peor.
Pero el desafecto hacia Europa no es tan profundo ni tan general. El problema es que se da una correlaci¨®n entre la coyuntura econ¨®mica y la actitud hacia Europa... No hay un clima favorable a la idea europea por dos razones: la primera es que no hemos aprovechado el periodo de expansi¨®n de 1985 a 1991 para sanear nuestras finanzas p¨²blicas, y que cada pa¨ªs lo ha hecho a partir de 1992, en un periodo de recesi¨®n, poniendo el pie sobre dos frenos a la vez: el freno presupuestario y el freno monetario. La segunda es que le hemos cargado a Europa esa necesidad de saneamiento, en lugar de decir que en ning¨²n caso pod¨ªamos continuar endeud¨¢ndonos a costa de nuestros hijos para financiar los d¨¦ficit de presupuesto y de la Seguridad Social. En lugar de permitir que se acusara aMaastricht, habr¨ªa que haber dicho que el n¨²mero de los activos iba a disminuir, que la esperanza de vida se alarga...
De hecho, la historia no es un largo y tranquilo r¨ªo, y que o se hace nada sin la adhesi¨®n de los pueblos. Hay que remontar la corriente, pero no se puede reescribir la historia. Muchos pol¨ªticos act¨²an como si fuera posible dar marcha atr¨¢s, volver a 1992 y, a partir de ah¨ª, hacer otra pol¨ªtica. No es posible. Lo real es que la fecha del 1 de enero de 1999 para la fase final de la UEM nos lleva a hacer, en un periodo demasiado corto y en un momento de crecimiento insuficiente, un esfuerzo que tendr¨ªamos que haber hecho en todo caso. Esto nos cuesta caro, pero si ahora abandonamos, los pueblos europeos habr¨ªan sufrido en vano.
No veo a qui¨¦n podr¨ªa beneficiar tal incoherencia, y ¨¦sta es la raz¨®n por la que deseo que la UEM constituya, en la fecha prevista, no s¨®lo la culminaci¨®n de la integraci¨®n econ¨®mica, sino tambi¨¦n la rampa de lanzamiento de una Europa pol¨ªtica. Porque no se puede aceptar una uni¨®n monetaria que no vaya acompa?ada de la uni¨®n econ¨®mica.
Si el Tratado de Maastricht se violara, si el Consejo Europeo (art¨ªculo 103) no adoptara cada a?o las grandes orientaciones del desarrollo econ¨®mico y social com¨²n, si, en una palabra, pas¨¢ramos a la moneda ¨²nica sin instaurar la cooperaci¨®n entre las pol¨ªticas macroecon¨®micas, me ver¨ªa obligado a decir: "Lo siento, he sido un gran militante europeo, pero esta Uni¨®n no me conviene".Insisto: el ambiente depende mucho de la recuperaci¨®n econ¨®mica, y tambi¨¦n hace falta demostrar lo que Europa ha hecho en materia social. Y ha hecho much¨ªsimo. Ha ayudado mucho en lo que se refiere a la paridad hombres-mujeres. La pol¨ªtica agr¨ªcola com¨²n ha permitido a los agricultores ser competitivos sin que el campo se desertice. Las pol¨ªticas de ayuda al desarrollo regional han sido de considerable provecho para Espa?a, Portugal, Grecia, Irlanda,el sur de Italia, y tambi¨¦n para Francia. El Acta ¨²nica ha dado lugar a una treintena de directivas para la mejora de las condiciones de higiene, de sanidad y de seguridad en los lugares de trabajo. La Carta Social, y sobre todo el Protocolo Social, han hecho posible las dos primeras negociaciones colectivas europeas relativas a las vacaciones por paternidad y a la consulta de los trabajadores en las empresas multinacionales. Patronales y sindicatos europeos negocian actualmente sobre el trabajo a tiempo parcial... No se puede decir que esto sea insignificante. ?Acaso es poco el desarrollo de la agricultura europea? ?Acaso es poco el desarrollo regional? No se puede permitir que esto se diga, pues ser¨ªa olvidar que nada se hace en un d¨ªa, que las legislaciones sociales. y nacionales son fruto de largas luchas, que cada pa¨ªs est¨¢ atado a sus propios sistemas de protecci¨®n, y que eso est¨¢ bien, pues esos sistemas son los principales instrumentos de la cohesi¨®n social y la base del sentimiento de pertenencia nacional.
Es cierto que el modelo social europeo, por el que tanto he combatido, toma forma demasiado lentamente, pero toma forma apoy¨¢ndose en tres pilares. El primero es la rivalidad, aquella que estimula: la competitividad. El segundo es la cooperaci¨®n, especialmente en el ¨¢mbito del progreso t¨¦cnico y en la investigaci¨®n-desarrollo, aquella que nos hace m¨¢s fuertes, o m¨¢s bien deber¨ªa hacemos, pues no lo logramos del todo, para avanzar. El tercer pilar es la solidaridad entre regiones ricas y regiones pobres, entre regiones punta y regiones en reconversi¨®n.El modelo social de Europa es una batalla ya larga que hay que proseguir y que no est¨¢ ganada. Por un lado est¨¢n los que dicen que la fuerza de la moneda prima sobre todo, que todo debe estar subordinado a ella, pues es el ¨²nico medio para seguir siendo competitivos. Por otro, los que, como yo, consideramos que el modelo social europeo es y debe seguir siendo una combinaci¨®n del mercado y de sus l¨ªmites, de compromisos negociados entre el capital y el trabajo, y de la intervenci¨®n del Estado all¨ª donde no hace directamente competencia: en la educaci¨®n, la investigaci¨®n y la ordenaci¨®n del territorio.
?Cu¨¢les son los adversarios de este modelo? Los ap¨®stoles del ultraliberalismo al estilo anglosaj¨®n: los actores del mercado financiero y la mayor¨ªa de los jefes de empresa, obsesionados por la reducci¨®n de los efectivos. Y tambi¨¦n los conservadores de izquierda, que quieren conservar lo que existe sin hacer distinci¨®n entre los principios de protecci¨®n social y su adaptaci¨®n a las condiciones econ¨®micas.
?La ampliaci¨®n va acaso a complicar la construcci¨®n social en provecho de un dejarse llevar? La corriente va en ese sentido, pero el reconocimiento de la Europa central como parte de Europa es un deber hist¨®rico. Hay que aceptar la ampliaci¨®n, e incluso debemos alegrarnos, pero para evitar que la Uni¨®n. se reduzca a un gran. espacio econ¨®mico hay que aceptar paralelamente que algunos de los 30 futuros pa¨ªses miembros puedan ir m¨¢s lejos que otros y constituir una federaci¨®n de Estados-naci¨®n. Esos pa¨ªses ser¨¢n, as¨ª, la vanguardia de una Europa-potencia, aut¨®noma en el ¨¢mbito de la defensa y de la pol¨ªtica exterior.
Si se hiciera la ampliaci¨®n sin aceptar esta diferenciaci¨®n podr¨ªamos decir adi¨®s a la Europa-potencia. Ir¨ªamos derechos hacia la Europa-espacio, y como no tendr¨ªa alma pol¨ªtica, cuando surgieran las dificultades los pa¨ªses volver¨ªan a: establecer los derechos de aduana, las protecciones, las fronteras... Cuarenta a?os de esfuerzos y de ¨¦xitos ser¨ªan reducidos r¨¢pidamente a la nada.
Los pa¨ªses del Sur deben participar en esta profundizaci¨®n y en esta marcha hacia adelante que pasa por la UEM. Si se hace en un plazo de tres a?os, entre 1999 y el 2002 -a?o en que se pondr¨¢ en circulaci¨®n el euro-, ser¨¢ deseable que sus representantes est¨¦n presentes, desde 1999, en los ¨®rganos del Banco Central para que quede claro que este retraso necesario no es m¨¢s que una fase de transici¨®n.
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