Carta a Juan Pablo II, en v¨ªsperas de su viaje a Sarajevo
Santo Padre:Os escribo estas l¨ªneas no muy lejos de los muros del Vaticano. En los ¨²ltimos a?os vivo y trabajo en Roma. Doy clases de literatura de un pa¨ªs del que puede que s¨®lo haya quedado, como recuerdo, o consuelo, la literatura. La guerra ha arrojado una pesada sombra sobre la ex Yugoslavia. Intento descubrir y aportar un poco de luz. Es as¨ª como concibo mi tarea temporal en la Ciudad Eterna. Por eso, estoy aqu¨ª. Tambi¨¦n por eso os hago este llamamiento. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto la literatura o la religi¨®n pueden ayudar a modificar la imagen de lo que ha ocurrido en mi pa¨ªs.
Vais a ir en breve a Bosnia-Herzegovina, que ha sido la que m¨¢s ha sufrido. Conocemos c¨®mo os compadec¨¦is de los sufrimientos de los pueblos eslavos de los Balcanes, pr¨®ximos por lengua y origen, divididos por la historia y por la fe. Durante vuestro apostolado os hab¨¦is esforzado en atenuar las consecuencias del cisma cristiano. Fue precisamente en nuestro suelo donde ese cisma golpe¨® y dividi¨® al Mediterr¨¢neo y a Europa. All¨ª, a lo largo de los siglos, las diferencias se convirtieron en contradicciones, las contradicciones engendraron la intolerancia y la intolerancia se transform¨® a menudo en odio. La guerra que aparentemente ha terminado no ha sido una guerra de religi¨®n propiamente dicha. Pero la religi¨®n, que, en ocasiones, en un pasado reciente o lejano, ha sido desviada hacia fines arbitrarios, es una de las causas del conflicto, no la ¨²nica. Una determinada pol¨ªtica ha conseguido manipular intolerancias y odios antiguos que han perdido todo v¨ªnculo con, la verdadera fe.
Santo Padre:
Deseo precisamente llamar su atenci¨®n sobre la existencia de tales abusos. Os pido que interced¨¢is para que se les ponga fin. En la iglesia de las Llagas de Cristo, en pleno centro de Zagreb, ciudad en la que pas¨¦ la mayor parte de mi vida, se celebr¨® hace unos d¨ªas una misa en memoria del jefe de los ustacha, Ante Pavelic. Anuncios publicados en la prensa invitaban a la poblaci¨®n a asistir. La iglesia estaba llena. Las primeras. filas, delante del altar, estaban reservadas para losdefensores del movimiento ustacha, de ayer y de hoy. Muy cerca de la iglesia de las Llagas de Cristo, eh, la plaza del Ban Jelacic, se depositaron unos ramos de flores, ante la efigie de Pavelic. Los miembros de su familia vivieron ese momento como un triunfo. El dominico que oficiaba la misa pronuncio un serm¨®n y puso por las nubes a uno de los mayores criminales de la II Guerra, Mundial: "Ahora, en el cielo, rodeado de ni?os inocentes y de la pl¨¦yade de m¨¢rtires croatas, vela por el destino de Croacia y de cada uno de nosotros". Con estas palabras se glorific¨® al hombre bajo cuya autoridad fueron asesinados cientos de miles de hombres, mujeres y ni?os, jud¨ªos y cristianos, serbios, gitanos y tambi¨¦n croatas que intentaron oponerse al mal. Durante el r¨¦gimen anterior- la Iglesia croata fue, acusada de mantener v¨ªnculos don el fascismo. Su m¨¢s alto prelado fue llevado a juicio. Entonces me opuse, con todas mis fuerzas, a que se generalizase' una acusaci¨®n de ese tipo. Hoy la ha confirmado un padre dominico mediante un serm¨®n pronunciado en la iglesia de las Llagas de Cristo.
Santo Padre:
Os ruego que hag¨¢is todo lo que est¨¦ en vuestro poder para que no vuelva a suceder. Que esos siervos indignos d¨¦ la Iglesia sean apartados de esa Iglesia. Es de este modo como mejor pod¨¦is ayudar a aquellos que, en un pa¨ªs que sufre, tan necesitados est¨¢n de ayuda.
El predicador tambi¨¦n expres¨® su descontento por el "contorno" (oblik) de las fronteras croatas. Para los que nacimos all¨ª, el sgnificado de este mensaje es claro: es una incita ci¨®n a unas tendencias pol¨ªticas nocivas, que no son ajenas a al gunos dirigentes nacionales, un llamamiento a englobar dentro d¨¦ estas. fronteras, dibujadas de nuevo a Bosnia-Horzegovina, adonde, Su Santidad va a viajar. Para apoderarse de algunas partes de, sus territorios, la guerra deber¨ªa continuar.
Santo Padre:
De nuevo os ruego que trat¨¦is por todos los medios de acallar y hacer imposibles semejantes llamamientos e incitaciones proferidos desde un p¨²lpito indignos de la vocaci¨®n sacerdotal y de la Iglesia de la que vos sois el Sumo Pont¨ªfice. Os ruego que utilic¨¦is vuestra autoridad para que Bosnia conserve la totalidad de su territorio, indivisible de Herzogovina. Cuando acud¨¢is a Bosnia, poblaci¨®n, que ha sufrido m¨¢s que ninguna, os estar¨¢ agradecida. Os acoger¨¢ del mismo modo que os acogieron los fieles croatas en Zagreb.
Deploramos que los altos dignatarios eclesi¨¢sticos s¨®lo hayan mostrado sus reservas, moderadas y ambiguas, respecto a las palabras que le he citado. Una parte del clero croata acogi¨® con descontento el serm¨®n pronunciado en la iglesia de las Llagas de Cristo. Y yo no soy la, ¨²nica persona laica que siente verg¨¹enza por ello. All¨ª donde las diferencias se vuelven antagonismos, tales palabras engendran intolerancia. Estos mensajes llevan en s¨ª un mal que se extiende y se transforma en odio rec¨ªproco.
En estos momentos, una parte del s¨ªnodo de la Iglesia ortodoxa serbia se ha opuesto al hombre que es, m¨¢s que cualquier, otro responsable de esta guerra fratricida: desgraciada mente, si obra. de este modo, no es para condenar los cr¨ªmenes cometidos bajo su mando, sino porque no ha ganado la guerra. La Iglesia ortodoxa no ha encontrado en su seno la fuerza indispensable para desmarcarse de la agresividad del nacionalismo serbio, para condenar la depuraci¨®n ¨¦tnica y las masacres en Bosnia y en Vukovar. La Iglesia, cat¨®lica tampoco logr¨®, superar la estrechez de miras del nacionalismo croata, no alz¨® la voz contra los campos, no lejos del santuario de Medjugorje, en los que fueron torturados nuestros hermanos, los musulmanes bosnios. No protegi¨® a los ciudadanos ortodoxos que fueron expulsados de sus hogares seculares en la Krajina y que no pueden regresar a sus casas incendiadas y saqueadas. La virtud cristiana del "amor al pr¨®jimo" rara vez se encuentra en estos, lugares de cisma donde reina la divisi¨®n. Aqu¨ª, la religi¨®n es superficial y simplista, est¨¢ controlada por un nacionalismo intransigente, despojada de los valores cristianos y de la catarsis espiritual.
Santo Padre:
En la propia Bosnia-Herzegovina, en la ciudad de Mostar donde nac¨ª, el deplorable conflicto entre la orden de los franciscanos y el obispado a¨²n no est¨¢ del todo resuelto. Es un arreglo de cuentas localista, alejado de la vocaci¨®n evang¨¦lica, al cual se ha arrastrado a la propia poblaci¨®n. En el momento de redactar esta carta, nos llega la noticia de que los musulmanes de Mostar han sido atacados cuando se dirig¨ªan a la orilla oeste del Neretva para rezar, con motivo del final del Ramad¨¢n, junto a las tumbas de sus muertos. En nuestra ciudad hab¨ªa cementerios comunes, donde vecinos de distintas, confesiones descansa han juntos, c¨®mo viv¨ªan, los unos al lado de los otros. ?se era el caso de la necr¨®polis partisana, s¨ªmbolo de la lucha antif¨¢scista de la, poblaci¨®n de Mostar, profanada y destruida durante la guerra por los extremistas ustacha. Han sido ellos quienes han disparado sobre los fieles musulmanes mientras se dirig¨ªan, con calma y sin provocaci¨®n, a honrar sus . tumbas. ?Qu¨¦ clase de fe es esa que no respeta la fe del pr¨®jimo?
La digna actitud del clero cat¨®lico de Bosnia y, m¨¢s especial mente de Sarajevo y de las regio nes que anta?o se conoc¨ªan como la "Bosnia plateada", donde la Iglesia se mereci¨® y obtuvo por vez primera su propio cardenal, se ha transformado en des¨¢nimo y, al parecer, ahora est¨¢ dispuesto a realizar concesiones al nacionalismo. A lo mejor se ve empujado por cierta mentalidad de exclusi¨®n, azuzado por las heridas y las humillaciones sufridas, que se manifiestan igualmente del lado musulm¨¢n, y ejerce su influencia sobre el poder mismo.
Santo Padre:
Tuvisteis la intenci¨®n, a pesar del peligro, de acudir a Sarajevo, cuando a¨²n ca¨ªan las bombas, Deseo que vuestra estancia en esa ciudad, que vive una paz apenas m¨¢s soportable que la propia guerra, sea fruct¨ªfera y portadora de salvaci¨®n.
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