En buenas manos
Jorge Sempr¨²n pertenece a ese linaje de escritores a los que circunstancias diversas precipitaron en la vor¨¢gine de los acontecimientos m¨¢s dram¨¢ticos de este siglo, que ellos vivieron hasta las heces, Jug¨¢ndose la vida en raz¨®n de unas ideas, una moral o unos sue?os que les. parec¨ªan justificar todos los sacrificios. Sobrevivientes de esa inmersi¨®n en las aguas viscosas de la Historia, fueron capaces, luego, de tomar suficiente perspectiva para dar cuenta de esa experiencia en una obra literaria que ayudar¨¢ a los hombres y mujeres del futuro a entender este siglo de los totalitarismos y las grandes carnicer¨ªas.Como la de Orwell, la de Koestler o la de Malraux, la vida de Jorge Sempr¨²n se confunde con las convulsiones pol¨ªticas y sociales de su tiempo, a las que estuvo mezclado siempre en puestos de peligro. Exiliado en Francia apenas salido de la ni?ez, por la derrota de la causa republicana espa?ola a la que su padre hab¨ªa servido como diplom¨¢tico, el estallido de la segunda guerra mundial y la ocupaci¨®n nazi de Francia lo llevaron a interrumpir sus estudios de filosof¨ªa y sus primeros intentos literarios para tomar las armas y combatir en las filas de la Resistencia. Preso y torturado por la Gestapo, fue deportado a Buchenwald, donde la solidaridad del prisionero alem¨¢n encargado del registro de los reci¨¦n llegados, que puso, en su boleta de inscripci¨®n, Stukateur (estucador) en vez de Student (estudiante), lo salv¨® acaso de la muerte, pues es sabida la inquina que merec¨ªan los intelectuales a los verdugos, en el universo concentracionario.
Su regreso a la vida en libertad, dos a?os m¨¢s tarde, no fue el confortable reposo de los h¨¦roes. Despu¨¦s de una tentativa fallida de escribir sobre Bucheriwald, tom¨® la decisi¨®n, para vivir, de olvidar su paso por el horror, como empe?o literario y, tambi¨¦n, como ejercicio de la memoria. Y, acto seguido, volvi¨® a la acci¨®n pol¨ªtica clandestina, en las filas del partido que, para sus convicciones e ideales, encarnaba entonces el camino de la justicia y la liberaci¨®n de Espa?a de la dictadura de Franco. Durante nueve a?os, entre 1953 y 1962, fue el responsable enviado por la direcci¨®n en exilio del Partido Comunista a Espa?a, donde, usando diversas identidades (sobre todo, la de Federico S¨¢nchez, que se har¨ªa c¨¦lebre) pas¨® largos per¨ªodos, burlando siempre la cacer¨ªa represiva y reconstituyendo las c¨¦lulas y bases de apoyo de la resistencia marxista al franquismo, hasta entonces pr¨¢cticamente aniquilada por el r¨¦gimen. Cuando fue relevado de esta funci¨®n, en 1962, su sucesor, Juli¨¢n Grimau, tuvo menos suerte que ¨¦l, pues fue capturado a los pocos meses. Su fusilamiento es uno de los hechos de sangre del franquismo que m¨¢s protestas provocar¨ªa en el mundo entero.
Para entonces -son los a?os, recordemos, de las reverberaciones del s¨ªsmico Informe Jruschof al XX Congreso y de los abrumadores testimonios de los disidentes de detr¨¢s de la Cortina de Hierro- Jorge Sempr¨²n, al igual que innumerables intelectuales y militantes, hab¨ªa comenzado a revisar su antigua adhesi¨®n al marxismo, cotejando la teor¨ªa con la pr¨¢ctica a la luz de las rechinantes contradicciones del socialismo real, a la vez que, con otros compa?eros, abr¨ªa una corriente cr¨ªtica y pugnaba por la democratizaci¨®n interna del Partido Comunista espa?ol, todav¨ªa r¨ªgidamente estalinizado. Su puesta en disciplina y posterior expulsi¨®n, junto con Fernando Claud¨ªn, de la organizaci¨®n a la que hab¨ªa entregado media vida, debi¨® de ser traum¨¢tica para Sempr¨²n, en el plano pol¨ªtico e ideol¨®gico.
Pero tuvo un efecto ben¨¦fico, pues nunca m¨¢s perder¨ªa su independencia para actuar y opinar, desafiando cuantas veces lo crey¨® necesario la correcci¨®n pol¨ªtica imperante. Lo demostr¨® con creces cuando asumi¨® el Ministerio de la Cultura, entre 1988 y 1990, en el gobierno socialista de Felipe Gonz¨¢lez. Aquella purga fue tambi¨¦n ben¨¦fica en otro sentido, pues lo catapult¨®, ahora s¨ª de lleno, a la literatura, su otra pasi¨®n, abrazada desde su juventud y de la quenunca pudo eshacerse del todo, pese a su voluntad de hacerlo, en 1945, para entregarse, como a una terapia salvadora, a la cci¨®n pol¨ªtica.
En verdad, la literatura hab¨ªa estado siempre viva en su coraz¨®n y en sus anhelos. Hab¨ªa escrito incluso, como quien ama a escondidas, en sus a?os de quehacer revolucionario. As¨ª nacieron, en un periodo de forzosa hibernaci¨®n en un escondite madrile?o, las p¨¢ginas entre heladas y ardientes de su primera novela, El largo viaje, donde consigui¨® al fin, luego casi un cuarto de siglo, trasponer con elegancia, en una ficci¨®n, la vivencia atroz del campo. Coronada con el Premio Internacional Formentor, la novela lo hizo conocido, de la noche a la ma?ana, en elmundo entero.
Como en los casos de Orwell, Koestler o Malraux, la literatura no ha sido para Jorge Sempr¨²n una ruptura con el mundo real, un volver la espalda a la historia vivida para refugiarse en lo so?ado e inventado, actitud, por lo dem¨¢s, perfectamente leg¨ªtima y a la que debemos obras tan estimulantes para el intelecto y la sensibilidad como las de un Bories o un Nabokov. Pero, para ¨¦l, igual que para aqu¨¦llos, escribir ha sido una manera de continuar las viejas luchas y seguir participando en los mismos debates, por otros medios: la imaginaci¨®n, la memoria, la raz¨®n y la palabra.
Conviene hacer una precisi¨®n. Tal vez lo m¨¢s inesperado en la obra literatura de Jorge Sempr¨²n es que, aunque toda ella est¨¢ arquitecturada con los materiales de una vida tumultuosa y a salto de mata, de riesgos, pruebas, proezas o sacrificios que sirven para medir los alcances del valor, los ideales, la grandeza o la miseria de la condici¨®n humana, no es para nada una obra que exalte la aventura (como lo son la de un Malraux o la de un Hemingway) y a¨²n menos del aventurero. Por el contrario, en sus ensayos y novelas, m¨¢s importantes que las haza?as del individuo son las ideas, aunque no en su configuraci¨®n meramente abstracta, como en la especulaci¨®n filos¨®fica; m¨¢s bien, como medida y sustento de la acci¨®n concreta, que por ellas se justifica, condena o desnaturaliza en lo fr¨ªvolo y lo banal. He dicho las ideas y deber¨ªa haber dicho al mismo tiempo los valores, pues, otro rasgos central de esta obra es la proyecci¨®n moral de la conducta y del pensamiento, su continua b¨²squeda y discusi¨®n del sustento ¨¦tico y de las consecuencias que en el plano moral tienen los comportamientos individuales, sobre todo cuando repercuten en el entramado social. En este aspecto, es una obra que tiene estrecha vecindad con las preocupaciones que animan las novelas y ensayos de un Orwell.
Tambi¨¦n coincide con ella en que, como el escritor ingl¨¦s que no vacil¨® en ir contra la corriente cuando ¨¦sta se apartaba de la verdad y supo valerse de g¨¦neros populares para tratar los grandes temas, Sempr¨²n ha conseguido impregnar de complejidad y seriedad, desaletarg¨¢ndolos de su conformismo habitual, al gui¨®n cinematogr¨¢fico, el reportaje o el thriller pol¨ªtico (por ejemplo, en Netchaiev ha vuelto, novela sobre el terrorismo y el fanatismo que se lee con el desasosiego de las mejores policiales).
Quisiera detenerme un momento en su contribuci¨®n al cine que deber¨¢ figurar siempre junt¨® a sus ensayos y novelas, como un aporte de primer orden, y demostraci¨®n de que es posible, para un escritor, responder a la demanda de entretenimiento del p¨²blico sin renunciar al rigor formal, a la originallidad art¨ªstica, a la inventiva, ni a fomentar dudas e inquietudes sobre el mundo en que vivimos ni a cuestionar verdades establecidas. Los guiones de X y La confesi¨®n que film¨® Costa Gavras, y de La guerra est fini o Staviski, dirigidos por Alain Resna¨ªs, fueron escritos en una ¨¦poca en que la llamada literatura comprometida entraba ya en delicuescencia y las nuevas generaciones rechazaban con bostezos, como ilusas, las pretenciones de un arte problem¨¢tico, animado por empe?os c¨ªvicos y morales. Sin embarg¨®, aquellas pel¨ªculas llegaron a ese vasto p¨²blico hoy casi enteramente monopolizado por el "arte-adormidera", como llam¨® el surrealista C¨¦sar Moro al que fabrica lectores y espectadores eunucos, y, capturando su atenci¨®n, excitando a dilemas hist¨®ricos y pol¨ªticos de punzante actualidad.
Jorge Sempr¨²n se, las ha arreglado siempre para impedir que lo que escribe sea una distracci¨®n inocente, y provocar en sus lectores, aun cuando les narre una gira musical de Ives Montand o parezca referirles una fantas¨ªa futurista o una intriga policiaca, aquel resquemor que conduce inevitablemente a interrogarse sobre las certidumbres que Flaubert llamaba "recibdas", es decir, heredadas de manera mec¨¢nica, sin examen ni reflexi¨®n. En ese sentido es, tambi¨¦n, el sobreviviente de otro naufragio, el de aquella ¨¦poca en que la literatura parec¨ªa ayudara las gentes a vivir de manera m¨¢s intensa, menos perecedera, que el f¨²tbol, la prensa chismogr¨¢fica o la telebasura, con los que parece ahora resuelta a competir. ?l todav¨ªa escribe como si las palabras, desde la p¨¢gina (o la pantalla del ordenador), fueran a tomarnos cuenta por lo que escribimos o dejamos de escribir, y como si la mejor manera de seducir a los lectores fuera perturb¨¢ndolos.
?A qu¨¦ pa¨ªs, a qu¨¦ cultura, pertenece Jorge, Sempr¨²n? Aunque se haya negado a tener otro pasaporte que el espa?ol, su vida ha transcurrido m¨¢s tiempo en. Francia que en Espa?a y ha estado tan v¨ªsceralmente ligada a aquel pa¨ªs como a ¨¦ste. Ha escrito su obra, con igual desenvoltura, en franc¨¦s y en espa?ol, aunque, acaso, con m¨¢s frecuencia, en la primera lengua que en la segunda. Alguna vez le o¨ª decir, cuando le preguntaban por su nacionalidad', que no era de naci¨®n alguna en exclusiva y que reivindicaba con orgullo su condici¨®n de expatriado, es decir, de ciudadano del mundo. En un sentido estricto, ello no es exacto pues, cuando lo leemos advertimos que lo que ata?e a Espa?a, y a Francia, lo subyuga, irrita o excita m¨¢s que lo acontecido en otras partes. Pero s¨ª es cierto que por su vida trashumante, de exiliado, deportado y clandestino, su formaci¨®n multicultural, su horizonte intelectual y sus ideas y valores no cabe dentro de la camisa de fuerza de u?a frontera, y es, ante todo, un europeo occidental, algo que en la generosa acepci¨®n que ¨¦l encarna, quiere decir, en efecto, un ciudadano libre del ancho mundo.
Cuando fue apartado del Partido Comunista por sus desv¨ªaciones democr¨¢ticas y libertarias (vicio que ha. practicado con alevos¨ªa desde entonces) la m¨ªtica Pasionaria, su camarada Jefe, lo llam¨®: "intelectual, cabeza de chorlito." ?Tremendo insulto! Quiere decir, voluble, casquivano; d¨¦bil de voluntad y de princip¨ªos, veleta tornadiza. Qu¨¦ equivocada andaba la venerada Dolores Ib¨¢rruri. En verdad, Jorge Sempr¨²n es uno de los m¨¢s recalzitrantes seres humanos que conozco. F¨ªjense, si no. Desde que era un chiquillo de pantal¨®n corto est¨¢n tratando, agolpes y razones, de que se d¨¦ por vencido y deje de dar la contra a los que mandan. Lo han echado de la tierra donde naci¨®, lanzado al monte, obligado a vivir a tres dobles y un repique, privado de su libertad, purgado, calumniado, y, en estos ¨²ltimos a?os, alabado, aplaudido y hasta premiado. Para que se quede tranquilo de una vez. ?Acaso lo han conseguido? Ah¨ª sigue, agitando el cotarro, todav¨ªa. Enfrascado en la misma batalla por un mundo m¨¢s limpio y m¨¢s humano, o, si se prefiere, menos inhumano y, bestial, contra, los viejos Y los nuevos enemigos de la transparencia y la decencia, con el mismo desparpajo que en su juventud. ?A qu¨¦ manos m¨¢s seguras" se pod¨ªa confiar el Premio Jerusal¨¦n de la Libertad?
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