La quinta modernizaci¨®n
La escena hubiera muy bien podido figurar en El ¨²ltimo emperador, de Bertolucci. El 23 de junio de 1964, Mao Zedong celebra ante una conferencia del partido el ¨¦xito logrado en la reeducaci¨®n de Pu Yi. Proclama la necesidad de darle un buen trato: a fin de cuentas, Pu Yi y su pariente el tambi¨¦n emperador Kuang Siu eran sus predecesores directos. Algo que nunca dijo Lenin respecto de Nicol¨¢s II y Alejandro III. Es cierto que el lema de la revoluci¨®n comunista hab¨ªa sido suprimir para siempre el pasado confuciano y construir lo nuevo, pero tambi¨¦n cab¨ªa por este lado encontrar un enlace con lo anterior. Y no s¨®lo porque la dominaci¨®n comunista se apoyase sobre el patr¨®n de sociabilidad implantado por Confucio, basado en la disciplina y en la jerarqu¨ªa. Repetidamente, Mao compar¨® su figura con la del primer emperador, Qing Shi Huangti, fundador del imperio unificado y en¨¦rgico enemigo del confucionismo. S¨®lo que Mao se vanagloria de haber ido m¨¢s all¨¢ en la acci¨®n de exterminio de sus seguidores.Fascinaci¨®n respecto del Gran Fundador que, unida a la que sinti¨® por Han Wuti, el emperador guerrero, nos informa tanto sobre el componente de violencia en la concepci¨®n del poder mao¨ªsta como acerca de una religaci¨®n al pasado imperial que en principio no era de esperar en un comunista. De acuerdo con un escrito de 1938, la propia visi¨®n de la historia de la humanidad de Mao se encontrar¨ªa empapada de la idea cl¨¢sica de que la revoluci¨®n comunista est¨¢ al servicio de la obtenci¨®n definitiva de una armon¨ªa imperecedera en un marco igualitario; en definitiva, de la gran paz (tai ping), el sue?o de las revoluciones milenaristas chinas y del orden pol¨ªtico confuciano.
Ahora bien, en Mao ese objetivo ¨²nicamente podr¨ªa alcanzarse al cabo de luchas cada vez m¨¢s violentas y de un esfuerzo sustentado en la conciencia revolucionaria, y en un igualitarismo impuesto desde arriba. Era el ejemplo del viejo Yukong, que desplaz¨® las monta?as inspirando los sucesivos desastres del Gran Salto Adelante y de la supuesta Revoluci¨®n Cultural. Coste: entre 20 y 40 millones de muertos para la primera, tres a favor de las buenas cosechas para la segunda.
El fracaso del Gran Salto es lo que hace reflexionar a muchos dirigentes, con Liu Shaogi y Deng Xiaoping a la cabeza. El libro de Liu, presidente de la Rep¨²blica Popular, Para ser un buen comunista, distribuido en 15 millones de ejemplares en 1962 y pronto blanco de las cr¨ªticas de los mao¨ªstas, supone el punto de partida del viraje neoconfuciano que transitoriamente ser¨¢ ahogado por la Revoluci¨®n Cultural. No se trata ya de ensayar f¨®rmulas revolucionarias, sino de conseguir que el partido comunista se convierta en agente de una gesti¨®n eficaz de la econom¨ªa china. Los cl¨¢sicos del marxismo-leninismo son abundantemente citados, pero precedidos por Confucio y Mencio.
El principio confuciano de la autoeducaci¨®n se inserta ahora como supuesto de una visi¨®n del comunista asociada a la exigencia de una actuaci¨®n eficaz y disciplinada al servicio de la sociedad. "Los revolucionarios proletarios de intenciones honestas y puras" (sic), concluye, "no debemos enga?arnos a nosotros mismos ni enga?ar al pueblo, ni traicionar a nuestros antepasados". El proverbio archiconocido que, seg¨²n destacan los guardias rojos que le juzgan, constituye el lema del enemigo p¨²blico n¨²mero dos, Deng Xiaoping, enlaza asimismo directamente con el principio de eficacia confuciano: "No importa que el gato sea blanco o negro, con tal de que cace ratones". Su solo nombre, seg¨²n un sin¨®logo franc¨¦s de la ¨¦poca, hac¨ªa rugir de rabia a los guardias rojos, quienes le acusaron de dirigir el pa¨ªs hacia el capitalismo y le sometieron a la vejaci¨®n de confesar sus errores de rodillas con los brazos en cruz. Es el sentido de humillaci¨®n del culpable, eco asimismo del antiguo r¨¦gimen que preside el interrogatorio en el cual la mujer de Liu Shaogi es brutalmente tratada por el crimen de haberse vestido con elegancia durante un viaje oficial a Indonesia.
Liu muere destrozado, pero Deng sobrevive, seguramente protegido de lo peor por el propio Mao. A la muerte de ¨¦ste, con m¨¢s de setenta a?os a las espaldas, alcanza a poner en pr¨¢ctica un proyecto largamente madurado. Como explicara Max Weber, la burocracia de los mandarines, carente de especializaci¨®n y anclada en el confucionismo, hab¨ªa sido determinante en el estancamiento chino. Por su parte, el partido comunista puso en marcha la reconstrucci¨®n nacional y un nuevo orden social cohesionado ideol¨®gicamente, pero sus aventuras milenaristas fracasaron, y era preciso utilizar aquellos recursos para lograr una modernizaci¨®n efectiva, sin alterar el modelo autoritario de las relaciones de poder. Deng nunca crey¨® en la democracia, e incluso acentu¨®, en la estela confuciana, aquellos aspectos represivos que, como la ejecuci¨®n implacable de los delincuentes, pueden propiciar la sumisi¨®n de la sociedad al poder. As¨ª, como antes los mandarines, los comunistas ocupar¨¢n los centros de decisi¨®n, aplicando unas directrices perfectamente definidas desde el v¨¦rtice del partido. La imagen sacralizada de Mao puede y debe seguir ah¨ª, como los antiguos dioses in¨²tiles, refrendando el papel de mediador eficaz que corresponde al gobernante. Cualquier disidencia efectiva ha de ser aplastada. El mandato del cielo consiste ahora en un intenso crecimiento capitalista, pero controlado en su localizaci¨®n y en sus repercusiones sobre el poder por una burocracia f¨¦rreamente dirigida, que ejerce su gesti¨®n autoritaria sin consideraciones hacia los individuos y las nacionalidades sometidas. El juego pendular de declaraciones pacifistas y de agresividad frente a cualquier oponente marca en las relaciones internacionales la continuidad con el lenguaje de la era mao¨ªsta. Por fin, tal y como les sucediera en el pasado a los campesinos chinos, ellos y los trabajadores en general ser¨¢n exaltados como la clase a la cual se asigna mayor prestigio, pero siempre que acepten una obediencia ilimitada y, lo que es peor, una enorme desigualdad en la distribuci¨®n de la renta.
El modelo chino deviene as¨ª competitivo, con un cambio
de s¨ªmbolos que esconde a duras penas la consolidaci¨®n de unas relaciones de autoridad tan duras como las del antiguo r¨¦gimen, as¨ª en el poder de los funcionarios divinos, ahora ligados al Partido Comunista Chino, como en una aplicaci¨®n inexorable de los castigos que viola sistem¨¢ticamente los derechos humanos. Por eso, Deng, el peque?o timonel, defini¨® realmente su personalidad pol¨ªtica en cuanto verdugo de Tiananmen en 1989. Sus sucesores, Jiang Zemin y Li Peng, actuaron entonces a sus ¨®rdenes como simples gatos amaestrados que supieron cazar los ratones de la disiden cia. En el presente, les favorecen la persistencia del crecimiento econ¨®mico, la tolerancia interesada de Occidente y la docilidad tradicional de la sociedad china.Las cuatro modernizaciones que fueron el emblema de Deng siguen funcionando, desde la agricultura hasta la defensa nacional, y encuentran el respaldo de un nacionalismo expansivo. La quinta modernizaci¨®n, la pol¨ªtica, s¨®lo volver¨¢ a estar en el orden del d¨ªa a favor de las luchas internas en el v¨¦rtice, algo improbable tras la experiencia de 1986-1989, o porque surja un estallido de la protesta contra la desigualdad. Un inesperado fracaso en Hong Kong puede asimismo servir para que quiebre este sorprendente enlace entre dictadura pol¨ªtica y desigualdad econ¨®mica, consumado en nombre del comunismo. A fin de cuentas, para quien visite hoy una ciudad de Pek¨ªn que ve surgir cada d¨ªa los "grandiosos" edificios propios del capitalismo de los cuatro dragones, crecer los atascos del tr¨¢fico y los autom¨®viles de lujo y destruirse los ¨²ltimos restos de su car¨¢cter de capital de los Ming, resulta evidente que no es la antigua colonia brit¨¢nica la que va a ser absorbida por la China ex mao¨ªsta. Es ¨¦sta la que ha asumido desde los a?os ochenta el proyecto de convertirse en un gigantesco Hong Kong.
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