El universo de los libros
El d¨ªa 21 de enero de 1987, Juan Ram¨®n Masoliver fue invitado por el Institut d'Humanitats de Barcelona a pronunciar la primera conferencia del ciclo Lecciones de literatura europea; sesi¨®n inaugural, tambi¨¦n, en la historia de ese instituto. Disert¨® sobre un tema del que ha sido primer especialista en Espa?a: El dolce stil novo, es decir, la nueva poes¨ªa italiana del siglo XIII. La conferencia empez¨® a las siete de la tarde y ten¨ªa que durar, como es costumbre, poco menos de una hora. A las ocho, el director de aquellas sesiones le pas¨® disimuladamente un primer billete de aviso: "Juan Ram¨®n, son las ocho". El conferenciante, enfrascado en un tema del que lo sab¨ªa todo, ba?ado materialmente en el recitado de memoria de los poemas de Dante, Cavalcanti y Guinizelli, ni se inmut¨®. A las ocho y media, el organizador le pas¨® la se gunda nota; desliz¨® la tercera a las nueve... y mostr¨® ostensiblemente la cuarta a las diez de la noche, es decir, cuando Masoliver ya llevaba tres horas hablando. Por fin, Emilia, su mujer, que le hab¨ªa acompa?ado y se sentaba en la primera fila del auditorio, m¨¢s preocupada por el desasosiego del organizador que atenta a las palabras de su marido, se levant¨® del asiento y larg¨® en voz alta este requerimiento: "?Haz el favor de acabar, Juan Ram¨®n, que es muy tarde y estos se?ores est¨¢n cansados!". La conferencia acab¨® inmediatamente. Pero nadie dud¨® de que habr¨ªa durado hasta el amanecer si hubi¨¦ramos tenido, como dice el famoso verso de Andrew Marvell, "mundo sobrado y tiempo". Pues Juan Ram¨®n Masoliver, como algunos mas de su generacion -como Batllori, Riquer, Blecua o Vilanova-, era un caudal de conocimiento, un portento de memoria y un hablador empedernido.No puedo decir que fuera yo quien le conociera, pues me conoci¨® ¨¦l, en 1947, estando yo en la cuna o en una cesta mosaica en la que mis padres me trasladaban por las casas amigas de la colonia de veraneo de Vallen?ana, donde Masoliver ha vivido hasta su muerte. All¨ª se solazaban, al m¨¢s puro estilo de los veranos de posguerra, buena parte de su esparcida familia -sus hermanos y sobrinos, su t¨ªo Salvio, que acab¨® ciego sus d¨ªas-, sus parientes los Pons -cuya t¨ªa Paquita sostuvo, al envejecer, que sufr¨ªa de la pr¨®stata, contra toda explicaci¨®n de su sobrino, el endocrin¨®logo Juan Ram¨®n Masoliver-, los Valent¨ª -en cuya joyer¨ªa se forj¨® la famosa custodia de oro y brillantes para el Congreso Eucar¨ªstico- y los Pomar, orfebres judaizantes de origen mallorqu¨ªn, entre los que destacaban don Luis y don Camilo.
Cualquier ni?o que hubiera conocido este ambiente, cualquier mozo (para usar el idioma de Bu?uel, que tambi¨¦n estaba emparentado con Juan Ram¨®n) que hubiera pasado de visita por casa Masoliver, cualquiera que hubiese frecuentado y admirado aquella propiedad de Vallen?ana empapelada de literatura, habr¨ªa estado condenado -es un decir- a dedicar su vida a los libros y a las letras: porque Juan Ram¨®n emanaba literatura por todos sus cauces, por no decir, sencillamente, que no era otra cosa que letras y saber hist¨®rico-literario. No he conocido a nadie a quien pueda aplicarse con mayor raz¨®n la frase con que Borges abre su relato La Biblioteca de Babel.- "El universo, que otros llaman la biblioteca...". Pues Juan Ram¨®n ha sido, ante todo, un hombre esencialmente fundido con las letras y el jard¨ªn exuberante de los libros.
Pasaron los a?os, cay¨® sobre los adolescentes de Vallen?ana la bendita maldici¨®n que he dicho, y luego, cuando ya fuimos licenciados, le visitamos de tarde en tarde. Emilia nos daba t¨¦ y unas pastas muy sabrosas, al puro estilo de La recherche. La ¨²ltima vez que le vi fue a finales del verano de 1995. Fuimos en comitiva, con Paula Massot, Enrique Vila-Matas y "los Ignacios" -eso le gust¨®- Echevarr¨ªa y Mart¨ªnez de Pis¨®n. Hablamos mal de todo lo humano -la mordacidad era una tendencia irreprimible que ten¨ªa- y menos mal de lo divino: "Por si acaso", coment¨®. Eludimos los temas de pol¨ªtica. Los que escriben le llevaron sus libros, y Juan Ram¨®n les dedic¨® los suyos con aquella firma tan escueta, a base de una l¨ªnea vertical y otra horizontal, y encima de ¨¦sta, en un extremo, algo as¨ª como el punto de la i de su apellido. A m¨ª me puso siempre, en sus ediciones de poes¨ªa italiana, una dedicatoria invariable: "Per al fill de la Merceditas".
Se fue Juan Ram¨®n. Vivi¨® de joven en un "mundo sobrado" -y en ¨¦ste conoci¨® a algunos de los m¨¢s grandes hombres de letras de toda Europa, como Joyce, Pound, Pasternak, Urigaretti y Montale-, y qued¨® sosegado, de mayor, en el reducto m¨¢s angosto de un valle pr¨®ximo a Barcelona. Tampoco puede decirse que el tiempo fuera avaro con su existencia, y ¨¦l sac¨® el mejor partido que pueda sacarle un hombre de letras. Nos queda la memoria de su inteligencia y su saber, y el ejemplo de un ser que dedic¨® sus a?os, generososo, perseverante y testarudo, a sostener y demostrar que una mujer, una docena de amigos, las letras y los libros son alimento m¨¢s que suficiente para pasar de un cabo al otro del hilo de la vida.
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