Suspiro de primate
Zoo de Barcelona, diez y media de la ma?ana de un domingo de finales de los setenta. Estoy solo en un corredor que separa dos espacios. Frente a m¨ª, Copito de Nieve, el c¨¦lebre gorila blanco, inm¨®vil en una postura yo dir¨ªa que id¨¦ntica a la de El pensador, de Rodin. Lo miro intensamente intentando un encuentro de nuestras miradas, pero ¨¦l no separa la suya del suelo. Tras de m¨ª, un recinto con una familia de chimpanc¨¦s. En ese instante se acerca un empleado del parque empujando un carrito lleno de manzanas, zanahorias, pl¨¢tanos... Silba El tercer hombre. Copito no se mueve ni un mil¨ªmetro, pero los chimpanc¨¦s estallan en un jolgorio de palmas y gritos, en clara y urgente demanda de frutas y hortalizas. Yo sigo mirando al gorila. Entonces ocurri¨®. Sin deshacer la composici¨®n rodiniana, el gorila levanta muy despacio su mirada azul hasta encontrarse con la m¨ªa, y acto seguido hace como que pone los ojos en blanco, mueve compasivo la cabeza de izquierda a derecha y termina dejando escapar el aire entre los labios con lento fastidio. S¨®lo le falt¨® decir algo as¨ª como: "Si es que no tienen remedio. Como si no supieran que la comida llegar¨¢ m¨¢s tarde y desde el interior... ?Pero qu¨¦ pesados!". El empleado sigue silbando. No ha visto nada. Y no hay m¨¢s testigos.Palais de la D¨¦couverte, en Par¨ªs, una de la tarde de un lunes del ¨²ltimo mes de marzo, veintid¨®s a?os despu¨¦s. La reuni¨®n de cuatro horas ha terminado y los miembros del comit¨¦ cient¨ªfico ya bromean distendidos. La ¨²ltima cuesti¨®n debatida ten¨ªa que ver con la distancia gen¨¦tica entre los humanos y otros primates, as¨ª que, animado por la buena atm¨®sfera reinante, decido contar aquel lance fugaz del gorila albino. Cuando termino, y como era de prever, me gano un cari?oso abucheo de mis sabios colegas. S¨®lo uno se ha quedado muy serio: se trata de Jean-Didier Vincent, un conocido neurobi¨®logo del CNRS. Su silencio reclama nuestra atenci¨®n, que el profesor aprovecha para narrar su propia historia. Ocurri¨® hace un a?o en el zoo de San Diego, uno de los pocos que puede presumir de una familia de bonobos a la vista del p¨²blico. Los bonobos son muy parecidos a los chimpanc¨¦s, pero con dos particularidades humanoides: exhiben un notable bipedismo y sus hembras est¨¢n casi siempre receptivas sexualmente. Por lo dem¨¢s, hacen tantas monadas que la mujer de nuestro colega, en un arrebato de excelente humor, se pone a parodiarlas in situ con toda la frescura de una m¨ªmica captada y exagerada en directo en el acto. Tan absorta est¨¢ en su representaci¨®n y tal es el regocijo general de los asistentes, que nadie, excepto su marido, repara en el detalle. Un viejo macho bonobo mira con curiosidad a la improvisada actriz, luego a los miembros de su propia familia y despu¨¦s al grupo visitante... Entonces ocurri¨®. El jefe clava su mirada en el ¨²nico humano que no participa en la fiesta, hace como que pone los ojos en blanco, mueve compasivo la cabeza de izquierda a derecha y termina dejando escapar el aire entre los labios con lento fastidio. S¨®lo le falt¨® decir algo as¨ª como: "...ya estamos otra vez con el viejo truco de imitar nuestros gestos... ?Pero qu¨¦ divertido!".No s¨¦ si la convergencia entre ambas historias es a favor de la estrecha proximidad entre un gorila y un bonobo, entre un f¨ªsico y un neurobi¨®logo o entre un simio y un humano. Los caminos del azar son inescrutables. O quiz¨¢ no tanto. Las experiencias convergentes son dos y a dos de nosotros se nos antoja, mientras el comit¨¦ cient¨ªfico camina hacia el restaurante, que dos es mucho m¨¢s que la suma de uno m¨¢s uno.
Jorge Wagensberges director del Museo de la Ciencia de la Fundaci¨®n La Caixa.
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