Matador de toros
Manuel Caballero puede exhibir con orgullo su t¨ªtulo de matador de toros: los mata. No los mata como los suelen matar, de sartenazo, sino haciendo la cruz e hiriendo por el hoyo de las agujas.Es sorprendente que en plena ¨¦poca del bajonazo hayan aparecido dos d¨ªas consecutivos sendos matadores de toros que matan como Dios manda. Uno de ellos, el susodicho Manuel Caballero; el otro, Canales Rivera.
Los Evangelios no lo dicen a las claras (est¨¢n hechos de par¨¢bolas, ya se sabe) pero se infiere de su atenta lectura que el Verbo Divino no est¨¢ por los bajonazos.
Cuando el Hijo del Hombre mont¨® en c¨®lera y orden¨® "?Fuera los mercaderes del templo!" se refer¨ªa a Las Ventas y a las figuras que cometen all¨ª sacrilegio a la hora de matar; a las que entran a la carrera, se echan descaradamente fuera, pegan un brinco montaraz, meten lateral el acero por las partes blandas del toro y, encima, cobran una millonada.
Pe?ajara / Caballero, S¨¢nchez, Pedrito
Toros de Pe?ajara, con trap¨ªo y romana (varios rebasaron los 600 kilos), bien armados, flojos, de poca casta, la mayor¨ªa aplomados; 4? boyante.Manuel Caballero: pinchazo y estocada (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada (oreja con protestas); estocada y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio). Manolo S¨¢nchez: dos pinchazos hondos y descabello (silencio); herido en una mano al lancear al 5?. Pedrito de Portugal: pinchazo bajo y bajonazo (silencio); cuatro pinchazos, media atravesada y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 14 de mayo. 8? corrida de abono. Cerca del lleno.
Son formas carniceras que en nada se parecen a las de Manuel Caballero cuando ejecutaba la suerte suprema. Perfilado en corto, vaciaba abajo, her¨ªa arriba, y quedaba el estoque hundido en la yema hasta los gavilanes.
Sol¨ªan sentenciar los antiguos cronistas que una buena estocada vale una oreja y si contin¨²a vigente esta norma consuetudinaria, Manuel Caballero mereci¨® la que. le dieron en el cuarto toro y a¨²n la que no le dieron en el quinto, Ahora bien, ¨²nicamente por la forma de matar, no por la de torear.
Respecto a toreo, Manuel Caballero qued¨® por debajo del toro desorejado, y esto es grave. El toro finalmente desorejado desarroll¨® una boyant¨ªa merecedora de suertes ejecutadas con hondura e interpretadas con sentimiento. Y, sin embargo, Manuel Caballero lo tore¨® distanciado; excesivo en el n¨²mero de derechazos, que adem¨¢s le resultaron mediocres; escaso en el de naturales, que le salieron destemplados. De toda la faena lo mejor fue la embestida. Y si no llega a cobrar la gran estocada, en lugar de oreja habr¨ªa recibido un severo recado de la afici¨®n.
Con el primer toro estuvo voluntarioso Manuel Caballero. Con el quinto, muy valiente, oblig¨¢ndole a embestir y aguantando la arrancada cansina, descastada e incierta. A ¨¦ste lo tore¨® m¨¢s por naturales que por derechazos y lo despen¨® mediante un emocionante volapi¨¦ a toma y daca.
El quinto toro correspond¨ªa a Manolo S¨¢nchez, que sufri¨® una cornada en una mano al recibirlo de capa. Hubo de ser doloros¨ªsima, a juzgar por el gesto del diestro, que se retir¨® precipitadamente a la enfermer¨ªa sujet¨¢ndose como pod¨ªa la herida. Fue un accidente doblemente desafortunado pues, sobre la gravedad de la herida, le impidi¨® desquitarse de su deslucida actuaci¨®n en el toro anterior.
La tarde no era precisamente gloriosa para el toreo. Los toreros parec¨ªan re?idos con el arte de torear. La vulgaridad de Pedrito de Portugal en el tercer toro, sus interminables porf¨ªas, su reiterativa insistencia en los mismos pases, su lentitud y su pesadez acabaron poniendo nerviosa a la afici¨®n. La afici¨®n estaba tan nerviosa con Pedrito de Portugal que hasta le pit¨® porque el sexto no embest¨ªa. Obviamente Pedrito de Portugal no ten¨ªa ninguna culpa. El sexto toro era un armario. Ponen un armario en mitad del redondel y habr¨ªa dado lo mismo.
En realidad la afici¨®n se hab¨ªa hecho partidaria de los toros por su cuajo y por su estampa; y ponderaba que cargando un peso inusual -varios se acercaban a los 700 kilos- no se cayeran. La evidencia desment¨ªa ese argumento falaz de los taurinos seg¨²n el cual los toros se caen porque son grandes y varios aficionados lo proclamaban a gritos. No s¨®lo los que pegan bajonazos; tambi¨¦n los taurinos mentirosos eran expulsados del templo. Y quedaba solo, rey y se?or, un aut¨¦ntico matador de toros.
Babelia
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