Memoria sobre algunos ejemplos para la transici¨®n pol¨ªtica en la obra de don Gaspar Melchor de Jovellanos
La figura de Jovellanos, ocupante temprano de la "V" que hoy heredo, me reclamaba desde esa inquietante expresi¨®n que muestra en el famoso retrato de Goya. ?C¨®mo no sucumbir a su embrujo? Me tocaba suceder, al cabo de doscientos a?os, al mejor y m¨¢s representativo miembro de nuestra Ilustraci¨®n. Un reformista y un modernizador, palabras que todav¨ªa suenan como s¨ªmbolos de rebeld¨ªa en esta Espa?a tan proclive a resistirse al progreso. Un sano esp¨ªritu liberal, que hizo compatible la moderaci¨®n de sus convicciones con la energ¨ªa a la hora de defenderlas frente a los ataques de la envidia y el odio. Demasiadas coincidencias con nuestra historia reciente, y me temo que a¨²n con la por venir, para no usar de ellas.Es frecuente confundir o equiparar a los intelectuales con la oposici¨®n pol¨ªtica; no con la alternativa a tal o cual partido, sino con una contestaci¨®n radical a la estructura jur¨ªdica y social, a la que por otra parte pertenecen. Pero es una injusticia incurrir en tal equ¨ªvoco. Los intelectuales son la conciencia cr¨ªtica de la sociedad, no una nueva y diferente opci¨®n de gobierno. Jovellanos particip¨® en gran medida de estas caracter¨ªsticas y sus contradicciones se agigantaron por las dificultades que encontraba para acomodar esa conciencia cr¨ªtica, a veces expresada de forma radical e inmisericorde, con las necesidades de su rango o con su pragm¨¢tico posibilismo. Como hombre de Estado superaba con mucho a cualquiera de sus concurrentes, amigos o enemigos, pues gozaba de una fortaleza ¨¦tica que le convert¨ªa en incombustible frente a las intrigas de sus adversarios. Pero la misma firmeza de sus criterios le hac¨ªan insoportable el yugo del compromiso, la renuncia y aun la humillaci¨®n que comporta el ejercicio del poder. Decidido a romper con el despotismo ilustrado de la ¨¦poca, su talante innovador y su celo contrarrevolucionario dotaron a toda su existencia de una condici¨®n cuasi dial¨¦ctica, premonitoria en muchos aspectos de las tensiones violentas y visibles que acumul¨® el devenir de Espa?a durante el siglo pasado. ( ... )
Siendo tan abundante y dispersa su obra, mi prop¨®sito se ci?e aqu¨ª y ahora a contemplar tres aspectos muy concretos, ilustrativos del talante modernizador del personaje. Son cuestiones que mucho tienen que ver con la actualidad de nuestros d¨ªas o con mi condici¨®n de periodista y de profesional dedicado a los medios de comunicaci¨®n: su actitud hacia la mujer, que le ha merecido el apelativo de feminista; la Memoria sobre los espect¨¢culos p¨²blicos, de rabiosa vigencia en un mundo cada d¨ªa m¨¢s gobernado por Hollywood, y su frustrado intento de publicar un peri¨®dico econ¨®mico. Del an¨¢lisis, obligatoriamente somero, de estos temas emerger¨¢ la figura de Jovellanos como precursor y como hombre de transici¨®n, prendas por las que tuvo que pagar un alto precio. ( ... )
Es evidente que en ¨¦ste, como en tantos otros puntos, don Gaspar sufr¨ªa la confusi¨®n dial¨¦ctica entre las exigencias de la educaci¨®n adquirida ( ... ) y las de su ambici¨®n de construir un sistema de convivencia basado en la raz¨®n y en el derecho. En cualquier caso, la lucha por la liberaci¨®n de la mujer suele acompa?ar la mayor¨ªa de los momentos revolucionarios de la moderna historia de la humanidad. Naturalmente, sus protagonistas son v¨ªctimas frecuentes del exceso ut¨®pico y del radicalismo violento que toda revoluci¨®n conlleva ( ... ).
"El estado de libertad es una situaci¨®n de paz, de comodidad y de alegr¨ªa; el de sujeci¨®n lo es de agitaci¨®n, violencia y disgusto; por consiguiente, el primero es durable; el segundo, expuesto a mudanzas. No basta, pues, que los pueblos est¨¦n quietos; es preciso que est¨¦n contentos, y s¨®lo en corazones insensibles o en cabezas vac¨ªas de todo principio de humanidad y aun de pol¨ªtica puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo". Quiz¨¢ sea la Memoria para el arreglo de la polic¨ªa de los espect¨¢culos y diversiones p¨²blicas, que Jovellanos redactara por encargo de la Academia de la Historia, el texto m¨¢s estimulante y moderno de cuantos salieron de su temblorosa mano. Es adem¨¢s, y sin lugar a dudas, uno de los que mereci¨® mayor atenci¨®n por parte de su autor y el mejor exponente de la calidad y claridad indiscutibles de su prosa. Se muestra en este documento absolutamente contrario al abuso reglamentista, t¨ªpico del despotismo , ilustrado, que trataba de ordenar la vida social mediante un exceso normativo, tan arbitrario en sus decisiones como caprichoso en su fundamentaci¨®n.Algo que no ha de extra?arnos cuando la man¨ªa intervencionista sigue siendo el atributo de los bur¨®cratas
?C¨®mo no avizorar en estas m¨¢ximas el viento cercano de la revoluci¨®n que Jovellanos trataba de ahuyentar? La libertad, la autonom¨ªa de la decisi¨®n popular, resplandece como ¨²nica respuesta posible a los atropellos y vej¨¢menes del poder, empe?ado en que la vida se adecue a normas que no emanan de un inter¨¦s general que se entienda como suma y corolario de los intereses particulares. ( ... ) As¨ª lo expresa el redactor de la Memoria: "Un pueblo activo y alegre ser¨¢ precisamente activo y laborioso y, si¨¦ndolo, ser¨¢ morigerado y obediente a la justicia... Este pueblo tendr¨¢ m¨¢s ansia de enriquecerse, porque sabe que aumentar¨¢ su placer al paso de su fortuna. En una palabra: aspirar¨¢ con mayor ardor a su felicidad, porque estar¨¢ m¨¢s seguro de gozarla. Siendo, pues, ¨¦ste el primer objeto de todo buen Gobierno, ?no es claro que no debe ser mirado con descuido ni indiferencia? Hasta lo que se llama prosperidad p¨²blica, si acaso es otra cosa que el resultado de la felicidad individual, pende tambi¨¦n de este objeto".( ... ) .
Llama, por lo dem¨¢s, la atenci¨®n el ¨¦nfasis puesto por don Gaspar en dos cuestiones mayores que todav¨ªa afectan a los peri¨®dicos de nuestros d¨ªas: la primera, su circulaci¨®n. "Cuando se trata de una gaceta", insiste, "debemos entender un papel que se aprecie, que se busque, que se compre y que se lea; en una palabra, un papel que interese a un gran n¨²mero de lectores", a fin de que no caiga en el hondo abismo "donde se han sumido tantos diarios, cuya reputaci¨®n ha sido tan ef¨ªmera como general su desprecio y eterno su olvido". He aqu¨ª otra vez la preocupaci¨®n por el mercado, el otorgamiento al p¨²blico lector del veredicto supremo sobre la pervivencia o no de los productos, aun si se trata de frutos del intelecto. El paso del tiempo no hace desmerecer estas amonestaciones. En la historia del periodismo topamos a menudo con el indignado lamento de aquellos profesionales que fracasan al difundir sus propias gacetas, de las que pregonan la independencia pero no la calidad, y que una vez hundidos en la sima donde fueron despe?ados su empresa y su reputaci¨®n como periodistas claman como si hubieran sido v¨ªctimas de un siniestro designio que les persegu¨ªa. Cuando, en realidad, sucumbieron al juicio del p¨²blico contra el producto desmochado, tosco y vituperable, que se empe?aban en ofrecerle.
Jovellanos no era un revolucionario, ni siquiera un revoltoso. Fue s¨®lo un hombre atento a las grandes transformaciones que experimentaba el mundo a su alrededor, un intelectual, un pol¨ªtico y un empresario ( ... ).
Ser¨ªa injusto decir que el destino de Jovellanos es el de todos los ilustrados espa?oles que en la historia han sido, pero ser¨ªa ingenuo negarse a la probabilidad de que cuantos de entre nosotros se empe?en en reformas como las que ¨¦l promovi¨® habr¨¢n de v¨¦rselas, nuevamente, con el furor por el mando y la pasi¨®n del poder. Esa pasi¨®n tan fuerte y arrogante que ni siquiera en democracia puede escapar a la jactancia de no doblegarse a las presiones: ni a las que vienen del pueblo, ni a las de la opini¨®n p¨²blica, ni a las m¨¢s atendibles que emanan del entendimiento.
(Extracto del discurso de ingreso de Juan Luis Cebri¨¢n).
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