Leer, ?Para qu¨¦?
El articulista analiza. los argumentos habitualmente utilizados para el fomento de la lectura de textos literarios: la lectura como modo de entretenimiento, como conocimiento y como veh¨ªculo de cultura
Aun sin ¨¢nimo alguno de hacer Historia parece evidente que nunca la lectura ha gozado de tan un¨¢nime encomio en nuestro pa¨ªs. Y en tal loa se a¨²nan aquellas instancias sobre las que tradicionalmente ha reca¨ªdo el juicio sobre la actividad de leer -la escuela, la Iglesia, el Estado-, los sectores hist¨®rica e intr¨ªnsecamente interesados -lo que bien podr¨ªamos llamar la intelligentzia cultural del pa¨ªs- y, muy recientemente, pero con gran ¨ªmpetu, lo que podemos llamar la inteligencia mercantil.- la industria del ocio y sus servicios adyacentes.No deja de ser curioso que el ¨¦nfasis social del encomio recaiga sobre la actividad tomada en abstracto: leer, sin apenas ninguna referencia concreta acerca del qu¨¦ leer, su por qu¨¦ o su para qu¨¦. Los argumentos para el fomento de la lectura -lectura de textos literarios- son m¨²ltiples y variados, pero a grandes trazos se pueden agrupar bajo tres r¨®tulos: la lectura como modo de entretenimiento, la lectura como conocimiento y la lectura como veh¨ªculo de cultura.
Leer para entretenerse es un argumento que se utiliza con ¨¦nfasis de evidencia: leo para entretenerme. Sin embargo, las dificultades comienzan cuando se trata de buscar qu¨¦ hay debajo de ese entretenerse. Si consultamos el diccionario de la Real Academia veremos que en la salida del t¨¦rmino se encuentran las siguientes acepciones: "Distraer a alguien impidi¨¦ndole hacer algo. 2. Hacer menos molesta y m¨¢s llevadera una cosa. 3. Divertir, recrear el ¨¢nimo de uno. 4. Dar largas, con pretextos, al despacho de un negocio". Como vemos, en la primera y la cuarta acepci¨®n subyace una conciencia difusa de que leer no es un que hacer, sino todo lo contrario: un dejar de hacer. Por recrear el ¨¢nimo debe entenderse la acci¨®n de lograr que ¨¦ste se sienta satisfecho consigo mismo. Divertir, en ese sentido, ser¨ªa alcanzar el contentamiento propio. Lo cual presupone un descontento anterior, una carencia.
De lo hasta aqu¨ª expuesto se desprende que quienes, por mor de entretenimiento, nos incitan a la lectura, o bien quieren que dejemos de hacer aquello que tenemos que hacer, o bien, conscientes de alg¨²n descontento que nos atenaza, desean que satisfagamos nuestra carencia con un suced¨¢neo: la lectura, fomentando as¨ª la irresponsabilidad y el autoenga?o.
Si volvemos a ese entretenerse como hacer menos molesta y m¨¢s llevadera una cosa, cabr¨ªa pensar si esa cosa es una tarea (trabajar ocho horas en una oficina), una situaci¨®n (el desamor, el paro) o una condici¨®n (la mortalidad del hombre), y s¨®lo en funci¨®n de que esa tarea fuera buena (encaminada al bien com¨²n), esa situaci¨®n inevitable e involuntaria y esa condici¨®n irreductible, podr¨ªamos decir que ese entretener ser¨ªa deseable. En cualquier otro caso, lo que se nos estar¨ªa proponiendo so capa de entretenimiento es lo que en castellano recto deber¨ªamos llamar falso consuelo.
Irresponsabilidad, autoenga?o y falso consuelo no parecen argumentos muy v¨¢lidos para una defensa de la lectura. Pero supongamos -y alejemos as¨ª cualquier acusaci¨®n de calvinismo- que, dada la fr¨¢gil condici¨®n humana, pueda ser bueno para el hombre poder en alguna medida y ocasi¨®n ser irresponsable (descansar de la seriedad), o autoenga?arse (descansar de uno mismo), o darse falso consuelo (en medio de un pasar del tiempo que es pasar hacia la muerte). Desde tal suposici¨®n -que por conveniencia o convencimiento parece estar muy extendida- ese entretenerse recobra cierta validez, pero no deja por eso de ense?ar sus insuficiencias. Porque: ?qu¨¦ es lo entretenido? Y en el caso que nos ata?e: ?qu¨¦ lectura, de qu¨¦ libro, es la m¨¢s entretenida? Lo entretenido es una cuesti¨®n de preferencias, y, por tanto, si las instancias y grupos sociales que abanderan ese fomento abstracto de la actividad de leer no definen preferencias -lean esto mejor que lo otro-, lo ¨²nico que est¨¢n fomentando es el todo vale y el arr¨¦glatelas como puedas. Y lo malo del todo vale es que lo que en verdad encubre es que no todo vale lo mismo, que lo que m¨¢s vale es lo que m¨¢s se hace valer, es decir, lo que m¨¢s se promociona. Entretenerse esconder¨ªa as¨ª su verdadero rostro: la aceptaci¨®n de los valores dominantes.
La lectura como medio de conocimiento constituye otro de los grandes ejes de la argumentaci¨®n a favor de la lectura. Por medio de ella, se argumenta, conocemos mundos y vidas a los que no podr¨ªamos tener acceso de otra forma. Es evidente que la lectura puede proporcionar esquemas o pautas para el conocimiento de los mecanismos de las relaciones humanas, la creaci¨®n, manipulaci¨®n y uso de los sentimientos, o para el an¨¢lisis de las relaciones de poder dentro de una sociedad. Aunque tambi¨¦n es evidente que la validez de tales conocimientos estar¨¢ en funci¨®n de la calidad de los textos le¨ªdos, de ah¨ª que la defensa de la lectura por la lectura -sin especificar criterios o t¨ªtulos concretos- no deja de ser un eslogan confusionista.
Se podr¨¢ alegar que en cualquier caso todas las lecturas ense?an, que en todas las lecturas se incorporan conocimientos y que desde ese entendimiento no hay lectura mala. Tal postura responde a un concepto cuarititativo -economicista en el fondo- del conocer que ignora o niega que el conocer humano es un conocer para la acci¨®n y que la bondad de toda acci¨®n viene determinada por su sentido.
La tercera l¨ªnea de argumentaci¨®n a la que se acude para ese encomio de la lectura del que venimos hablando reside en su entendimiento como instrumento de acceso a la cultura, y por eso convendr¨ªa delimitar el contenido de tan evasivo t¨¦rmino. Al menos hasta el siglo XVII cultura era el nombre de un proceso: la cultura (cultivo) de algo: de la tierra, de los animales, de la mente. En el siglo de la Ilustraci¨®n, y a trav¨¦s de un proceso de contaminaci¨®n en el que ocupa un papel relevante la aparici¨®n del t¨¦rmino civilizaci¨®n, la cultura pas¨® a describir un estado, un estadio en el desarrollo humano y as¨ª hab¨ªa personas cultas o incultas del mismo modo que hab¨ªa pa¨ªses civilizados y pa¨ªses salvajes o no civilizados. Pas¨® as¨ª a ser algo conmensurable desde el punto de vista cuantitativo: se ten¨ªa mucha, poca o ninguna cultura. La cultura ya no era, por tanto, el proceso de cultivo y cuidado de las facultades humanas -la imaginaci¨®n, la prudencia, la inteligencia- sino un resultado, es decir, un "capital", una suma de bienes conmensurables y, por tanto, factibles de ser mercantilizados, al modo que hoy se habla, por ejemplo, de la necesidad de contar con "una cultura empresarial". Cierto que el romanticismo introdujo, a modo de contrarr¨¦plica, una propuesta sem¨¢ntica diferente para el concepto de cultura. Frente a esa cultura como algo "exterior", el movimiento rom¨¢ntico propuso un entendimiento de la cultura como un proceso de desarrollo "interior", o "espiritual", o "¨ªntimo". Acceder a la cultura ser¨ªa, por tanto, conocer aquello que hay que conocer (la cultura como conocimientos) y sentir aquello que hay que sentir (la cultura como vida interior).
Desde esta perspectiva, el encomio de la lectura en cuanto v¨ªa de acceso a la cultura lo que traduce es una doble imposici¨®n social: lo que hay que leer y lo que hay que leer -sentir- en lo que se lee. La primera imposici¨®n reflejar¨ªa la pertinencia ilustrada, mientras que la segunda recoger¨ªa la pertinencia rom¨¢ntica. Lo curioso es que el encomio general de la lectura del que venimos hablando escamotea la necesidad de pronunciarse sobre una u otra cuesti¨®n -qu¨¦ leer, qu¨¦ sentir- y en aras de una pretendida neutralidad deja la contestaci¨®n a ambas preguntas en manos del mercado cultural, en manos de lo que hay, y su aparente no imposici¨®n se revela as¨ª como una imposici¨®n sumamente eficaz en cuanto que tira la piedra y esconde la mano. La mano invisible.
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