Verbenas
"Las verbenas ya no son como antes...", que dir¨ªan los amargados viejecitos del anuncio televisual, pero vuelven en primavera y verano, invocando o no el nombre del santo de turno. Travestidas, casi irreconocibles a veces, con muchas de sus antiguas atracciones en trance de desaparici¨®n, se apuntan hoy al v¨¦rtigo que desatan motores an¨®nimos y desalmados. Las brujas que animaban los "trenes fantasma" con sus escobas se han jubilado mayoritaria mente para dejar paso a sos¨ªsimos mu?econes "extragalacticos", los infortunados ponis de carne y hueso que giran y giran en los tiovivos de hoga?o sirven para iniciar a los ni?os de este extra?o pa¨ªs en el gozo o al menos la indiferencia ante el sufrimiento de los animales, los refrescos (le T¨ªo Sam reemplazan la sangr¨ªa, el vino pele¨®n y la "limon¨¢" de anta?o, y as¨ª sucesivamente.?Claro que no son como antes! Yo recuerdo con especial afecto la de La Moncloa (que era a la saz¨®n una explanada, jovenzuelos), y no s¨®lo por las c¨¢ndidas emociones de paradas por los coches de choque, los carruseles, columpios, norias, g¨¹itema, etc¨¦tera, sino por la inolvidable felicidad que me produc¨ªan aquellas cenas familiares transportadas reverentemente en sus tarteras hasta el primer quiosco del paseo de Moret, junto a las frondas del parque del Oeste, muy cerca del lugar donde hoy reside una numerosa comuna de mendigos y realiza sus gracietas cotidianas un exhibicionista bastante bien dotado, seg¨²n numerosos testimonios, pues tampoco el parque del Oeste es como antes. De la verbena de San Antonio conservo rememoranzas tirando ya a p¨²beres, y mis gozos, ?qui¨¦n fuera Jesul¨ªn-gui?ol!, resultan m¨¢s dif¨ªciles de definir, aunque intentar¨¦, al menos, plasmarlos. Ver¨¢n, desde la ermita al Puente de los Franceses, entre el Manzanares y la avenida de Valladolid, una extensa "terra de nadie" arbolada proporcionaba generoso cobijo a las gentes de la far¨¢ndula, as¨ª como ciertas posibilidades pecaminosas (o, al menos, "ocasiones pr¨®ximas de pecado", que dec¨ªan los "padres espirituales") a los muchachitos madrile?os en los albores de la adolescencia. El sa?udo ataque frontal a las chicas que pilotaban cochecillos de choque ten¨ªa siempr¨¦, aunque a¨²n no se hubiera le¨ªdo a Freud, visos de violaci¨®n en grado de tentativa, el m¨¢s sosegado y baboso ojeo de columpios y similares "por si las bragas" era todo un ejercicio de voyeurismo, y as¨ª sucesivamente. Sin embargo, nada de esto pod¨ªa compararse con el rijoso deambular por entre los carromatos-vivienda de la trashumancia atisbando el cotidiano vivir de sus moradores. Porque los salidos chavales de entonces ¨¦ramos, qui¨¦raslo o no, hijuelos del franquismo y los buenos hermanos maristas, se nos impon¨ªa la castidad por decreto-ley, pero, jo, ?qui¨¦n le aseguraba a uno que no pudiera de pronto asomarse a la puerta de su morada ambulante una de estas mujeres, n¨®madas y libres como los p¨¢jaros,- prendarse en el acto de ti o invitarte a seguirla al interior de sus aposentos, recurriendo quiz¨¢ a la frase "chat¨®rum, moren¨®rum, ven?, ven?", popularizada por un chiste de la ¨¦poca? Jam¨¢s sucedi¨®, pero la esperanza es lo ¨²ltimo que se pierde. Adem¨¢s, cierta ma?ana de atroz can¨ªcula sorprendimos a una mozuela gitana y m¨¢s bien garrida (o, al menos, eso nos pareci¨®), en enaguas, haciendo sus abluciones con ayuda de una palangana. Fue una jornada memorable y casi nos da un s¨ªncope.
Pero eso no es nada. Pocas noches despu¨¦s, mis mayores (?milagro!) me permitieron volver a la verbena con la ¨²nica protecci¨®n y compa?¨ªa de un tal Manolo, yerno de la portera, borrach¨ªn y algo pendenciero, qu¨¦ guay (expresi¨®n que no se hab¨ªa inventado todav¨ªa). Entramos en un modesto cub¨ªculo de lonas, iluminado p¨¢lidamente por un farol de carburo, para contemplar los "misterios de la naturaleza", que as¨ª rezaba el r¨®tulo. La protagonista del misterio era una se?ora o se?orita al parecer pre?ad¨ªsima, tumbada panza arriba, y sobre la susodicha panza cabalgaba una especie de periscopio. Mirando por la lente se ve¨ªa el presunto feto que llevaba en sus entra?as, ?caray! Y luego el teatrillo, tipo saloon del Oeste, en cuyo escenario se meneaban unas mujeres gordas: ?el vaiv¨¦n', gritaban los espectadores, enfervorizados, y ellas, adorables, mov¨ªan risue?as los senos y hasta los cosenos, caray y caray.
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