El alem¨¢n de La Moncloa
No es preciso que los estrategas del Partido Popular hayan le¨ªdo a Carl Schmitt -aunque muchos de ellos lo habr¨¢n hecho para que apliquen su modo de pensar: la oposici¨®n no es un adversario, sino un enemigo. La pol¨ªtica es una guerra -civil- en la que hay que acabar con el que se sit¨²a enfrente. Schmitt, en El concepto de lo pol¨ªtico, lo expresa con meridiana claridad: "La distinci¨®n pol¨ªtica espec¨ªfica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos pol¨ªticos, es la distinci¨®n de amigo y enemigo".Schmitt es un pensador de gran inter¨¦s, aunque no cabr¨¢ nunca olvidar que inspir¨® y apoy¨® al nazismo de Hitler. A pesar del antiliberalismo del alem¨¢n, el liberal franc¨¦s Raymond Aron lo apreci¨® y mantuvo relaciones intelectuales con ¨¦l, mientras Alexandre Koj¨¨ve lleg¨® a decir que "Schmitt es la ¨²nica persona en Alemania con, quien vale la pena hablar". Hoy Schmitt ve sus obras reeditadas en Alemania y publicadas en Estados Unidos, mientras vuelven a abundar los estudios sobre este enemigo del liberalismo, como le llama The New York Review of Books. Lo que no era de esperar -o s¨ª, seg¨²n se vea, pues tuvo su influencia en la Espa?a de anta?o- es que su visi¨®n fuera puesta en pr¨¢ctica en la pol¨ªtica espa?ola.
Pero as¨ª es. La pol¨ªtica espa?ola entr¨® hace tiempo en la senda schmittiana de una larvada guerra entre enemigos, a veces de trincheras, otras de movimientos. Desde este Gobierno -o al menos su parte monclovita- no cabe pactar con la oposici¨®n, sino intentar destruirla, arruinarla, deshacerla. Distingo, ergo sum, que dec¨ªa Schmitt, en una :Interpretaci¨®n amplia en la que se lamentaba de la neutralizaci¨®n que introduce el concepto liberal de la pol¨ªtica, frente a la idea cainita y autoritaria que lleva a pensar que todo es pol¨ªtico, es decir, digno de la dualidad amigo/ enemigo.
Francamente, quiz¨¢s es hora de cambiar de pensador alem¨¢n; de pasar de Schmitt a ese otro rico polit¨®logo que ya hace a?os citara el maestro Manuel Garc¨ªa Pelayo y cuyas renovadas ideas nos ha aproximado su mano traductora e introductor Fernando Vallesp¨ªn: Niklass Luhmann. Pues su concepto de la democracia nos servir¨ªa mucho m¨¢s que el pol¨¦mico de Schmitt. Para Luhmann, la democracia no es s¨®lo dominio del pueblo sobre el pueblo, o elecciones regulares. La mayor originalidad de Luhmann es que considera que "en democracia, la pol¨ªtica funciona con el c¨®digo Gobierno / oposici¨®n: un fracaso del Gobierno se apunta en el activo de la oposici¨®n, y a la inversa. Un ataque a la incompetencia del Gobierno demuestra ya casi la competencia de la oposici¨®n". Pero aqu¨ª, el Gobierno no se percata de que necesita a la oposici¨®n; de que va incluso en. su propio detrimento el intentar aplastarla a lo Schmitt.
Y, recordaba Luhmann, "en una democracia no se puede tratar al oponente pol¨ªtico como inelegible". Y el pueblo, seg¨²n Luhmann, suele reaccionar de forma inesperada cuando se intenta hacer a la oposici¨®n inelegible. Este alem¨¢n pone el ejemplo del macarthismo en Estados Unidos, que acab¨® en el mismo momento en que la acusaci¨®n de comunismo -es decir, de inelegibilidad- se extendi¨® al Partido Dem¨®crata. Algo similar le ocurri¨® al PSOE cuando aludi¨® a la naturaleza del PP de derecha en su sentido preconstitucional.
"El cortocircuito", concepto importante para este autor, "consiste en la t¨¦cnica de representarse a s¨ª mismo en la cr¨ªtica del otro". Y Luhmann va mucho m¨¢s all¨¢ al aludir a que "en cuanto los pol¨ªticos [ ... ] aspiran a ordenar la sociedad como un todo, entran en dificultades con la democracia. Experimentan la oposici¨®n como un intento por impedir la realizaci¨®n de su tarea".
Y en buena parte es lo que est¨¢ ocurriendo en Espa?a. Con el agravante de que el Gobierno pretende a la vez hacer de Gobierno y de oposici¨®n. De oposici¨®n al PSOE, y m¨¢s en concreto a Felipe Gonz¨¢lez, como si el PP hubiera perdido parte de su propio sentido, o como si le urgiera la constante necesidad de oponerse. Tal estado de ¨¢nimo lleva a conducir obsesionado con el retrovisor, a menudo en detrimento del parabrisas, como nos recuerda el ¨²ltimo Informe Espa?a 1996 de la Fundaci¨®n Encuentro. Lleva tambi¨¦n a obsesionarse con todo los que se mueve o critica, por m¨ªnimamente que sea.
Y es que, en su sentido luhmanniano, la democracia no est¨¢ a¨²n plenamente desarrollada en Espa?a. Veinte a?os son a¨²n pocos cuando se compara con la riqueza de la vida democr¨¢tica en el Reino Unido, hoy sometida a revisi¨®n por los propios brit¨¢nicos. Esta carencia en la cultura pol¨ªtica espa?ola es tambi¨¦n fruto de que este pa¨ªs ha tenido ya dos ocasiones en los ¨²ltimos a?os de entrar en una experiencia de gobierno de coalici¨®n. No ha sido posible. Principalmente porque el presidente de la Generalitat y l¨ªder de CiU, Jordi Pujol, no ha querido. Sobradas razones puede haber tenido, algunas m¨¢s razonables que otras, como queda estos d¨ªas de manifiesto. Pero es ¨¦sta una experiencia que le falta a esta Espa?a de la democracia. No es que vayan a resolverse as¨ª todos los problemas -como se puede apreciar en el ¨¢mbito local del Pa¨ªs Vasco-, pero podr¨ªa servir para educar, relativizar y dejar a Carl Schmitt, aunque sea un pensador de inter¨¦s, fuera de la pol¨ªtica espa?ola, en la que ya tuvo su tiempo.
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