Transporte colectivo
Daft Punk, las estrellas del 'techno', arrasaron en su actuaci¨®n
S¨®nar calor. Todo estaba oscuro y el movimiento del p¨²blico casi ni dejaba pensar. En el escenario, dos tipos an¨®nimos manipulaban cachivaches con una frialdad que contrastaba con la pasi¨®n danzarina y la entrega absoluta de las 5.000 personas que les miraban como si en escena hubiese un espect¨¢culo sensacional. Quiz¨¢ esperaban una sorpresa, que el d¨²o franc¨¦s extrajese en un inopinado momento un conejo de la chistera, pero no hab¨ªa chistera, y por supuesto falt¨® el conejo. Daft Punk, nuevas estrellas del techno, fueron fieles a s¨ª mismos, y su actuaci¨®n careci¨® de imagen. Pero arrasaron.El ¨¦xito de la primera noche de S¨®nar fue concluyente. Una simple mirada a las matr¨ªculas de los veh¨ªculos aparcados en el exterior del recinto daba pruebas de que el festival ha traspasado las fronteras de Catalu?a. Ya dentro, la disparidad de idiomas era absoluta, pero como siempre las miradas actuaban de traductor simult¨¢neo.
La gigantesca rave estaba tomando altura, y ni tan siquiera las duras condiciones ambientales dificultaban el ¨¦xtasis colectivo. Es m¨¢s, incluso parec¨ªan favorecerlo con aquellas riadas de sudor y frotamientos casuales. El delirio hedonista espoleado por el combinado de moda, Red Bull con whisky, ofrec¨ªa un panorama de hacinamiento de final de milenio seg¨²n c¨®mo estremecedor. Pero era igual, en el escenario estaban Daft Punk y eso bastaba.
Aun a riesgo de bordar lo trasnochado, m¨¢s de uno pens¨® que para tal viaje no eran precisas semejantes alforjas. La actuaci¨®n de Daft Punk reprodujo las atm¨®sferas de cruce de su disco hasta tal extremo que bien podr¨ªan haberlo pinchado y ahorrarse as¨ª la presencia sobre el entarimado. Al fin y al cabo, si alguien se sube a un escenario es porque ofrece algo que merece ser contemplado a?adiendo un plus de disfrute al hecho puramente musical. Daft Punk no deben de pensar eso, y su presencia esc¨¦nica es tan inexistente que resultaba inadecuado dirigirles la mirada. Como el p¨²blico tampoco estaba iluminado, la ¨²nica opci¨®n razonable consisti¨® en mirarse la punta del zapato o el cuerpo que justo al lado te propinaba caderazos.
Los extranjeros miraban la escena con los ojos dilatados hasta alcanzar el di¨¢metro de un giradiscos. Lo que en sus pa¨ªses est¨¢ prohibido resulta estar en Espa?a auspiciado por las instituciones p¨²blicas, que aceptando el car¨¢cter cultural del asunto omiten cualquier otra consideraci¨®n. Ni tan siquiera la guardia urbana objet¨® nada a los propietarios de una furgoneta que con un equipo m¨®vil de sonido convert¨ªa la acera en una discoteca abierta a los que no pod¨ªan entrar en el pabell¨®n. S¨ª, se pod¨ªa pensar, por fortuna seguimos siendo diferentes.
La primera noche del S¨®nar tambi¨¦n fue diferente a todas las de las tres ediciones precedentes, y la diferencia no la marc¨® tan s¨®lo la por otra parte deseable masificaci¨®n. Si el S¨®nar hab¨ªa sido hasta ahora un festival genuinamente catal¨¢n, cuidado hasta el detalle y pensado hasta la extenuaci¨®n, el Pabell¨®n de la Mar Bella se antoj¨® un recept¨¢culo desnudo y casual. La balconada que da al mar pod¨ªa ser, tal y como dijo un madrile?o, una terraza de la Castellana, y el interior del local parec¨ªa un recinto rockero en espera de una estrella, con sus miles de focos.
El acceso a la playa resultaba imposibilitado por varias barandillas y la potencia del equipo de sonido era insuficiente para llenar de vatios los o¨ªdos de tantos miles de personas. As¨ª pues, s¨®lo quedaba mirar, y antes de perder el tiempo mirando a dos an¨®nimos programadores de trastos, result¨® mucho m¨¢s educativo mirar c¨®mo 5.000 personas observaban algo que no merecer¨ªa ser mirado.
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