La buena alma de Jospin
Es un grave error equiparar el triunfo de los socialistas de Lionel Jospin y su alianza de la izquierda plural en Francia (radical socialistas, comunistas y ecologistas), en las elecciones del 1 de junio, con el triunfo en Gran Breta?a de Tony Blair y los laboristas que puso fin a 18 a?os de gobierno conservador.Esta ¨²ltima fue una decisi¨®n sensata de los electores del Reino Unido, destinada a garantizar las reformas liberales que han hecho de la econom¨ªa brit¨¢nica la m¨¢s pujante de Europa occidental y la m¨¢s r¨¢pida generadora de empleos y a castigar a un partido conservador, que, bajo el mediocre liderazgo de John Major, hab¨ªa quedado secuestrado en manos de un pu?ado de ultranacionalistas (Redwood, Portillo, Lilley) cuya demagogia hubiera podido provocar una ruptura definitiva entre el Reino Unido y la Uni¨®n Europea, que absorbe ya el 60% de las exportaciones brit¨¢nicas. El resultado electoral en Francia es el testimonio de la confusi¨®n y el desvar¨ªo en que se debate desde hace 20 a?os una sociedad que, pendulando de izquierda a derecha y de derecha a izquierda en cada consulta electoral, se ha visto una y otra vez frustrada a causa de unas pol¨ªticas que, sistem¨¢ticamente, van aumentando el desempleo, las cargas sociales, los impuestos, la debilidad de las empresas para competir en los mercados mundiales y atenuando la influencia internacional de Francia. Es este fracaso de las dos grandes corrientes ideol¨®gicas -conservadores y socialistas- lo que ha permitido la alarmante progresi¨®n del extremismo nacionalista y xen¨®fobo del Front National de Le Pen (15% en la ¨²ltima elecci¨®n).
La decadencia de Francia no tiene otra explicaci¨®n que el anacronismo y la cobard¨ªa de su clase pol¨ªtica, y, dentro de ¨¦sta, principalmente, la de una derecha iliberal, que, habiendo sido plebiscitada por el pueblo franc¨¦s luego de la desaparici¨®n de la hipoteca Mitterrand con la mayor¨ªa m¨¢s aplastante que haya tenido un gobierno de la Quinta Rep¨²blica, no se atrevi¨® a hacer una sola -repito: ni una sola- de las reformas b¨¢sicas de su estructura econ¨®mica y social (esas mismas que a partir de 1979 hizo en Gran Breta?a la se?ora Thatcher) para modernizar a Francia y prepararla a entrar por la puerta grande en el siglo XXI. Por eso, Francia tiene todav¨ªa el Estado m¨¢s grande e intervencionista y las leyes laborales m¨¢s r¨ªgidas de Europa -lo que explica que su ¨ªndice de desempleo sea del 13%, en tanto que en Inglaterra es s¨®lo del 6%- y un sistema impositivo tan elevado que, como consecuencia, el incremento de su econom¨ªa informal. o sumergida vaya alcanzando velocidades italianas.
?Por qu¨¦ hubieran renovado el mandato que les pidi¨® Chirac unos electores que, en los cuatro anos de gobierno de la derecha, vieron frustradas todas las expectativas que les hizo concebir ese gobierno con sus irreales promesas populistas? El se?or Chirac, recordemos, prometi¨® aumentar el empleo y bajar los impuestos, asegurar el crecimiento y reforzar el Estado Benefactor, as¨ª como defender la "identidad francesa" contra los riesgos de que la empobreciera o da?ara la peligrosa globalizaci¨®n. Como esas promesas eran incompatibles entre s¨ª, no las cumpli¨®, y, adem¨¢s, para colmo, se distrajo haciendo estallar bombas at¨®micas en el atol¨®n de Mururoa en una costosa operaci¨®n de subido rid¨ªculo. Pronto fue evidente, para el mundo entero y para los propios franceses, que esa derecha era conservadora, s¨ª, pero te?ida a muerte con el liberalismo, y que, m¨¢s bien, muerta de p¨¢nico de ser acusada de "ultralibetal" y "Thatcheriana", daba confusos manotazos negando con los hechos lo que pretend¨ªa estar haciendo en los discursos de sus l¨ªderes. ?stos, por boca de Balladour primero, y luego de Jupp¨¦, hablaban de la necesidad de privatizar el sector p¨²blico, pero, cada vez que el mero anuncio de una privatizaci¨®n generaba una reacci¨®n sindical -Air France, por ejemplo, durante el gobierno del primero, o los transportistas durante el segundo- daban r¨¢pidamente marcha atr¨¢s y les faltaba muy poco para pedir disculpas por su temeridad. Una de dos, pues: o nunca creyeron en la necesidad de esas reformas o su pusilanimidad y oportunismo coyuntural fueron m¨¢s fuertes que sus convicciones (yo me inclino a creer que ambas cosas conjugadas, ya que, en gran parte por culpa del nacionalismo gaullista y su defensa del Estado grande, el liberalismo fue siempre una flor ex¨®tica en la derecha francesa).
Lo extraordinario es que, seg¨²n los comentaristas de la prensa pol¨ªticamente correcta del mundo entero, Chirac y los suyos fueron destronados por sus "pol¨ªticas ultraliberales". ?Cu¨¢les? ?D¨®nde est¨¢n esas pol¨ªticas? Ellas no se detectan ni con ayuda de los m¨¢s penetrantes microscop¨ªos. ?No tiene Francia, ahora, un sistema social prebendario m¨¢s robusto que el que ten¨ªa cuando Mitterrand? ?Han disminuido o aumentado desde entonces las llamadas "prestaciones sociales"? ?Cu¨¢ntas empresas p¨²blicas significativas han sido transferidas al sector privado en los ¨²ltimos cuatro a?os? ?El reglamentarismo e intervencionismo que ahogan su vida institucional y econ¨®mica se han reducido un ¨¢pice? ?Se paga menos o m¨¢s impuestos? ?Se ha recortado en un solo cargo la frondosa burocracia o ¨¦sta luce m¨¢s oronda y numerosa que nunca? Si ¨¦sas son las pol¨ªticas ultraliberales, ?qu¨¦ apelativo habr¨ªa que utilizar para las que, en el Reino Unido, a lo largo de la d¨¦cada del ochenta, cortaron de ra¨ªz el declinar de la econom¨ªa brit¨¢nica, abri¨¦ndola al mundo y sane¨¢ndola gracias a la competencia y el mercado, y devolviendo a la sociedad civil la responsabilidad de crear riqueza que le hab¨ªan expropiado el bur¨®crata y el pol¨ªtico? ?Cu¨¢ntos nuevos propietarios han creado en Francia los se?ores Balladour y Jupp¨¦? En Gran Breta?a, varios millones en menos de tres lustros, gracias a unas privatizaciones que permitieron una masiva diseminaci¨®n del accionariado entre los consumidores, dando realidad y sentido a la noci¨®n de ese "capitalismo popular" sobre el que existe hoy, por fortuna, un consenso del que participan -como en Chile o en Nueva Zelanda, donde ha tenido lugar una revoluci¨®n liberal parecida- conservadores y laboristas por igual. ?Acaso se ha hecho algo ni siquiera remotamente similar en la "cara Lutecia" de Rub¨¦n Dar¨ªo?
El enormer m¨¦rito de Tony Blair -por el que todo liberal genuino hubiera votado en Gran Breta?a para atajar ese nacionalismo que, como un tumor venenoso, hab¨ªa proliferado en el seno de los tories poniendo en peligro los logros alcanzados por sus gobiernos- consisti¨® en renovar al Partido Laborista, coloc¨¢ndolo a la altura de la formidable transformaci¨®n experimentada por el Reino Unido y, m¨¢s a¨²n -un verdadero salto dial¨¦ctico- convirti¨¦ndolo en el mejor garante de aquellos cambios que han rejuvenecido y dinamizado extraordinariamente a un pa¨ªs que, hace s¨®lo veinte a?os, parec¨ªa tan son¨¢mbulo y atrasado como Francia ahora. A diferencia del socialismo franc¨¦s, que todav¨ªa cree en el rol empresarial del Estado, desconf¨ªa de la empresa privada, defiende una seguridad social p¨²blica y un mercado laboral cautivo, el laborismo de Blair ha optado resueltamente por las pol¨ªticas de mercado y de empresa privada, renunciando a las nacionalizaciones y admitido que la mejor manera de acelerar la creaci¨®n de empleo es flexibilizando el mercado laboral. En vez de mirar con el torvo resentimiento y la desconfianza con que el socialismo franc¨¦s (todav¨ªa trufado de nacionalismo econ¨®mico y cultural) contempla la interdependencia y la globalizaci¨®n ("deshumanizada" llam¨® a esta ¨²ltima en uno de sus discursos de campa?a el se?or Jospin), los laboristas brit¨¢nicos ahora celebran ese fen¨®meno como la mayor oportunidad abierta a los pa¨ªses pobres para dejar de serlo y a los pa¨ªses pr¨®speros para alcanzar mayores cuotas de desarrollo y civilizaci¨®n. Y, por ello, defienden una pol¨ªtica proeuropea (moderada, eso s¨ª, por una muy leg¨ªtima preocupaci¨®n por la vocaci¨®n dirigista y burocr¨¢tica que la. proliferaci¨®n de gobiernos socialistas contagi¨® a Bruselas). La modernizaci¨®n del laborismo brit¨¢nico bajo el liderazgo de Tony Blair ha llegado, incluso, a admitir que, en el campo de la educaci¨®n -¨²ltimo basti¨®n del estatismo ideol¨®gico. socialista y social dem¨®crata- pod¨ªa ser sano, democr¨¢tico y eficaz, la competencia entre la escuela p¨²blica y la privada y, en el seno de ambas, y en dar cada vez m¨¢s a los padres de familla la libertad de elecci¨®n. Si esto es "socialismo" todav¨ªa, ?qu¨¦ falta hacen ya los partidos liberales? Lo cierto es que el triunfo de Blair en Gran Breta?a ha sido la m¨¢s estupenda victoria de la se?ora Thatcher, la m¨¢s contundente demostraci¨®n de que las valerosas reformas que llev¨® a cabo son ya irreversibles, un patrimonio que ha hecho suyo el conjunto de la sociedad brit¨¢nica.
El se?or Lionel Jospin no es Tony Blair sino su ant¨ªpoda, una reliquia decimon¨®nica en las postrimer¨ªas del siglo XX. Es un, alma buena y c¨¢ndida, cuya honradez -pas¨® sin contaminarse por un gobierno abundoso en piller¨ªas de la era Mitterrand- y frugalidad est¨¢n fuera de toda duda. No ha cambiado su coche en diez a?os y sigue viviendo en el modesto departamento que ten¨ªa cuando era profesor de colegio. Eso s¨ª, su programa de gobierno, si piensa aplicarlo, y no opta por traicionar a sus electores haciendo exactamente lo contrar¨ªo de lo que les prometi¨®, lo que ser¨ªa el mal menor para su pa¨ªs, dar¨¢ un nuevo empuj¨®n a la decadencia francesa y atizar¨¢ a¨²n m¨¢s eso que los franceses se han acostumbrado a llamar "la crisis". Ha prometido, entre otras lindezas, combatir el desempleo creciente creando 700.000 empleos con dineros p¨²blicos, sin haberse percatado a¨²n, por lo visto, de que crear puestos artificiales gast¨¢ndose en ello los recursos del Estado, no s¨®lo no resuelve el paro, sino, m¨¢s bien, agrava los problemas econ¨®micos y sociales de los que el paro es un mero efecto o consecuencia. Tambi¨¦n se propone "reformar" Maastricht para que los requisitos impuestos a los pa¨ªses miembros de ortodoxia monetaria y Fiscal den cabida a "las pol¨ªticas de solidaridad", bella expresi¨®n que, en la primera semana de su gobierno, ya provoc¨® una ca¨ªda generalizada de las bolsas europeas y unos s¨ªntomas visibles de retracci¨®n inversora en Francia. A este paso, muy pronto veremos, como en los dos primeros a?os de la presidencia de Mitterrand, a los prudentes ahorristas franceses en una carrera desalada hacia la banca suiza y los para¨ªsos fiscales del mundo entero. Con mucha convicci¨®n el se?or Jospin ha prometido que pondr¨¢ "fin" a las privatizaciones -como si hubiera alguna en marcha- y sin duda que, en esto al menos, no se desdecir¨¢. Es incluso, muy posible que bajo su gobierno las "prestaciones sociales" aumenten y que por lo tanto lo hagan tambi¨¦n los tributos, con las previsibles reverberaciones sociales y econ¨®micas que llevar¨¢n a los electores franceses, dentro de cuatro a?os, exasperados por la ca¨ªda de sus niveles de vida, el aumento del paro y la agitaci¨®n social consiguiente, a decapitar a esta alma buena y reemplazarla por un conservador tan cavernario y paleol¨ªtico como el socialista que acaban de elegir.
Este juego no puede prolongarse ilimitadamente sin provocar, en un momento dado, uno de esos cataclismos hist¨®ricos de que est¨¢ repleta la bell¨ªsima historia del pa¨ªs que invent¨® la guillotina (bell¨ªsima para leerla en tratados y ficciones, pero no tanto para vivirla). La semilla del pr¨®ximo cataclismo ya ha sido sembrada. Se llama Le Front National, y, regada y abonada por la crispaci¨®n y la inseguridad en que se ven sumidas capas cada vez m¨¢s numerosas de una sociedad que por la ineptitud de su clase dirigente se resiste a hacer la indispensable reforma liberal de sus instituciones y de su cultura pol¨ªtica, ha venido implant¨¢ndose en todo el territorio nacional y convirti¨¦ndose en un factor determinante de las consultas electorales. Si este proceso contin¨²a, ya no es s¨®lo el empobrecimiento y atraso econ¨®mico de la sociedad lo que se perfila en el horizonte del pa¨ªs que -?oh paradoja!- fue la cuna de los pensadores liberales m¨¢s l¨²cidos en los siglos XVIII y XIX, y de algunos valios¨ªsimos en el XX. Es, pura y simplemente, el riesgo del desplome -expl¨ªcito encubierto- de su sistema democr¨¢tico.
En una c¨¦lebre met¨¢fora, durante los incendios de la Comuna de Par¨ªs, Marx celebr¨® el idealismo de los franceses asegurando que estaban empe?ados en "asaltar el cielo". Todo indica, que, en los umbrales del tercer milenio, esos tercos so?adores se niegan a apartar los ojos del cielo y, maleducados por sus pol¨ªticos mediocres y cortoplacistas, se resisten todav¨ªa a mirar el mundo concreto y real en el que viven. Mientras m¨¢s demoren en hacerlo, m¨¢s terrible ser¨¢ su despertar.
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