Mil camisas azules en torno a Jaime Campmany
El periodista Jaime Campmany -director de ?poca, columnista de Abc y firmante de la denuncia contra la empresa Sogecable ha retado recientemente a quienes discrepan con ¨¦l a encontrarse en las hemerotecas. El historiador Javier Tusell se ha asomado a ellas.
"Jaime, ?qu¨¦ hacemos con estas, camisas?". Con esta frase se inicia el m¨¢s resonante art¨ªculo escrito por Jaime Campmany. La pregunta se atribuye a su mujer y las camisas eran las azules de Falange. Campmany reconoc¨ªa tener no s¨®lo una, sino cinco, y aprovechaba la ocasi¨®n para embestir no s¨®lo contra. "los melanc¨®licos de fuera y los nost¨¢lgicos de dentro" -es decir, los opositores que no pod¨ªan defenderse-, sino contra aquellos otros, dentro del propio r¨¦gimen de Franco, que hab¨ªan acabado despoj¨¢ndose de ese s¨ªmbolo de la versi¨®n espa?ola del fascismo.Aparecido el art¨ªculo bajo el t¨ªtulo Camisa azul el 20 de septiembre de 1966, le vali¨® a su autor, 10 d¨ªas despu¨¦s, un homenaje de los suyos que fue titulado de id¨¦ntica manera que este art¨ªculo.
Jaime Campmany hab¨ªa sido durante cuatro a?os corresponsal en Roma, de donde regres¨® en 1964. El r¨¦gimen franquista a estas alturas segu¨ªa siendo una dictadura, tal y como permaneci¨® hasta el final, pero se despojaba de aquellos signos que le identificaban con su pasado. Frente a la capacidad de adaptaci¨®n del otro articulista del r¨¦gimen, Emilio Romero, Campmany represent¨® la inasequible resistencia del partido ¨²nico a perdurar y a mantenerse lo m¨¢s fiel posible a sus or¨ªgenes.
Un ideario impuesto por la fuerza
La nostalgia es un sentimiento noble y libre, pero siempre que no afecte a los dem¨¢s. En el caso de Campmany, as¨ª suced¨ªa porque representaba la perduraci¨®n de un ideario impuesto por la fuerza. Pero al articulista el panorama espa?ol le parec¨ªa id¨ªlico. "Ma?ana es 18 de julio", -escrib¨ªa en el aniversario del estallido de la guerra, "pero ma?ana no tendr¨¢ que alzarse ning¨²n espa?ol... El pueblo se entretiene hoy en contar su paga extraordinaria, en decidir a cu¨¢l escuela profesional debe enviar a sus hijos, en calcular los plazos para comprar un televisor, la moto o el seis cientos de segunda mano, en preparar el pasaporte para Ale mania, en ahorrar dinero para volverse de Alemania, en ordenar su casa limpia y sosegada, en adiestrarse en el oficio". De acuerdo con esta visi¨®n, ninguna nube empe?aba la vida de los espa?oles. Pero para evitar la hab¨ªa una doctrina que les licenciaba de estas preocupaciones. Polemizando con un con tradictor mon¨¢rquico, Campmany le asegur¨®: "Es excesivo decir que yo he coadyuvado de manera efectiva a la censura por haber sido secretario par ticular de un director general de prensa". "Claro", a?adi¨® a continuaci¨®n, "que a veces la censura es un mal menor" (Arriba, 6 de enero de 1967). Este g¨¦nero de mal menor, a ¨¦l le permit¨ªa atribuir, sin posible r¨¦plica, a los estudiantes que entonces nos manifest¨¢bamos una violencia que m¨¢s bien padec¨ªamos en nuestras costillas o denominar "tullido pol¨ªtico" a un joven articulista monarquico sin que ¨¦ste le pudiera responder. Se llamaba Luis Mar¨ªa Anson.De lo que abominaba Campmany era, sobre todo, de la Monarqu¨ªa. Para ¨¦l los Borbones eran culpables de todo lo malo de la historia de Espa?a, desde la pobreza secular a la p¨¦rdida de Gibraltar. A lo sumo llegaba a escribir art¨ªculos a favor de "un pr¨ªncipe prudente"... pero ¨¦ste era don Alfonso, el futuro marido de la nieta de. Franco, que tanto adul¨® a Falange. De ah¨ª sus versos crueles cuando muri¨® do?a Victoria Eugenia.
En versos privados recomend¨® despedir a "este saco de hemofilia" con "un cuesco soberano". Pero, en cambio, no desaprovech¨® la ocasi¨®n de manifestarse en p¨²blico cuando se hizo cargo del principal diario falangista.
En el peri¨®dico de Jos¨¦ Antonio
Tras haber sido director de Pyresa, la agencia de prensa del Partido, Campmany fue, en efecto, nombrado director de Arriba a mediados de abril de 1970, permaneciendo en este puesto algo m¨¢s de un a?o. En su toma de posesi¨®n dej¨® claro cu¨¢l era su idea de la libertad de prensa: el diario -dijo- "no es ni quiere ser independiente por cuanto dependencia son siempre... la lealtad al origen falangista y al Movimiento" (23 de abril de 1970).Hubiera sido posible, quiz¨¢, atender a estas fidelidades de otra manera, pero la forma en que lo hizo result¨® peculiar. Eran ya tiempos en que la sociedad espa?ola ped¨ªa un cambio pol¨ªtico, y no ya la oposici¨®n sino las propias organizaciones profesionales solicitaban el respeto a los derechos de la persona. Campmany estuvo en otro campo, muy distinto, y dej¨® rastro escrito de ello en el diario.
Poco despu¨¦s de acceder a la direcci¨®n del diario, el ministro de Asuntos Exteriores alem¨¢n visit¨® Espa?a y celebr¨® varias entrevistas oficiales. Recibi¨® tambi¨¦n a algunos dirigentes de la oposici¨®n e inmediatamente Arriba embisti¨® contra ellos reproch¨¢ndoles radical carencia de patriotismo. "No, se puede arriesgar nada de lo conseguido en las relaciones exteriores de Espa?a", dec¨ªa Campmany, "con el prurito cr¨ªtico de una postura de grupo que, en el mejor de los casos, s¨®lo puede ser calificada de minoritaria. Y en este caso lo que est¨¢ en juego no es solamente una raz¨®n de prestigio del pa¨ªs, sino sus mismas posibilidades econ¨®micas y las mayores perspectivas de futuro" (26 de abril de 1970). Nada patriotas, los opositores resultaban, pues, culpables de condenar a la pobreza a los espa?oles. El tiempo demostrar¨ªa, no obstante, que estos vituperados adversarios de Franco ten¨ªan m¨¢s apoyo del que les atribuy¨® Campmany. Se llamaban Ruiz Gim¨¦nez, Areilza, Tierno Galv¨¢n y Satr¨²stegui; recibieron, cuando hubo libertad, centenares de miles de votos en opciones pol¨ªticas diferentes, desde la derecha a la izquierda; y no pudieron, de -momento, responder a esos insultos financiados con dinero p¨²blico. No fueron los ¨²nicos. Semanas despu¨¦s se reun¨ªa en Le¨®n el Congreso de la Abogac¨ªa y en ¨¦l fueron aprobadas peticiones de amnist¨ªa y de un Estado de derecho que hoy nos resultan elementales. Pero Campmany, en su diario, atribuy¨® esas reivindicaciones a "un sector muy concreto, de una actividad m¨¢s pol¨ªtica que profesional". Asegur¨®, adem¨¢s, que "el preso pol¨ªtico y social existir¨¢ mientras as¨ª lo determinen los tribunales" y que "lo que no se puede hacer, en aras de un liberalismo demasiado vecino a la anarqu¨ªa, es dar un salvoconducto a la subversi¨®n".
A fines de a?o, con ocasi¨®n del juicio en Burgos de terroristas, se puso en cuesti¨®n de nuevo en Espa?a y ante Europa la peculiaridad del r¨¦gimen de Franco. Aquellos cr¨ªmenes fueron y son repugnantes, pero la ausencia de garant¨ªas judiciales tambi¨¦n result¨® patente. A pesar de que uno de los miembros del tribunal desenvain¨® su espada al enfrentarse con los procesados, Campmany asegur¨® que el juicio "ha puesto de manifiesto la serenidad, el equilibrio, la dignidad y el honor del Ej¨¦rcito" y los jueces hab¨ªan mostrado "una clara postura de ecuanimidad". Cuando se declar¨® el Estado de excepci¨®n le pareci¨® "una medida m¨ªnima", pero realmente cuando se esponj¨® de entusiasmo fue con las manifestaciones en la plaza de Oriente en torno a Franco. "Ayer como siempre el pueblo volvi¨® a explicar, con grandiosidad hist¨®rica, que est¨¢ con ¨¦l", proclam¨®. Y complet¨® su juicio asegurando -en el editorial y en art¨ªculo con firma- que cuando los espa?oles "quer¨ªan demostrar su lealtad, su genio y su firmeza" cantaban el Cara al sol, "el himno de paz de todos los espa?oles" (11, 15 y 18 de diciembre de 1970). Otros falangistas hab¨ªan evolucionado en un grado mayor o menor. Campmany, en cambio, cre¨ªa en la victoria en la guerra civil como fundamento del Estado. Era ¨¦sta "una conmemoraci¨®n que tiene que permanecer como norte y gu¨ªa de un pueblo que se dispuso resueltamente a vivir hace ahora 35 a?os", asegur¨®. "El 1 de abril", concluy¨®, "culmina una empresa militar gloriosa: un pueblo dolorido, fatigado, roto en bander¨ªas, y en desesperanza se ech¨® al monte para encontrarse a s¨ª mismo".
Cesado en junio de 1971, Campmany tuvo un papel menos resonante en la prensa durante los ¨²ltimos a?os de la vida de Franco. Director de Carta de Espa?a, revista de] Instituto de Emigraci¨®n, trasmit¨ªa a los espa?oles del exterior, con financiaci¨®n p¨²blica, las bondades de un Gobierno como el de Arias "que contin¨²a adelante en su papel impulsor... sin decaer en el empe?o de una Espa?a diversa, pero m¨¢s unida, m¨¢s grande y m¨¢s libre" (febrero de 1975). Pero fue tambi¨¦n una importante jerarqu¨ªa del sindicalismo oficial, presidente a dedo del Sindicato del Espect¨¢culo, aunque en esa tarea hay que reconocer que no le acompa?¨® la suerte.
La ordenanza laboral de los sacristanes
A comienzos de febrero de 1975 se empez¨® a negociar el nuevo convenio de los actores de teatro, que result¨® m¨¢s complicado que la ordenanza laboral de los sacristanes, tambi¨¦n aprobada por aquellas fechas. Los actores formaron una comisi¨®n en la que figuraban figuras tan destacadas como Jos¨¦ Mar¨ªa Rodero y Luis Prendes. Quer¨ªan algo tan elemental como que fuera ella la que decidiera sobre el contenido del acuerdo, pero desde los sindicatos oficiales se repudi¨® este prop¨®sito que hac¨ªa desvanecer por ensalmo la utilidad del no representativo organismo oficial. Se produjo la huelga y Campmany advirti¨® en declaraciones a la prensa: "Al haber ido los actores al paro... el problema se sale de la esfera sindical y pasa a la competencia de la Direcci¨®n General de Seguridad" (5 de febrero de 1970). Para hacer estas afirmaciones no hac¨ªa falta ser profeta: a?os antes un art¨ªculo de Emilio Romero diciendo que para asegurar la libertad era preciso "cortar lenguas" precedi¨® en horas la suspensi¨®n por cuatro meses de Triunfo. Ahora varios actores y actrices -Tina Sainz y Jos¨¦ Carlos Plaza, por ejemplo- pasaron por la c¨¢rcel y recibieron severas multas, medio mill¨®n de pesetas de entonces. Todo esto cuando ya Franco hab¨ªa padecido su primera enfermedad y cuando faltaban tan s¨®lo ocho meses para su agon¨ªa.Campmany ha seguido escribiendo en la prensa, y ese mero hecho prueba lo generosa que fue nuestra transici¨®n a la democracia. Con el paso del tiempo ha incrementado los decibelios de los insultos al adversario, pero ¨¦stos siempre han derivado de una actitud pol¨ªtica de fondo, un talante y una ejecutoria que vienen de muy atr¨¢s. El insulto envilece a quien lo profiere y a quien lo lee con fruici¨®n. A los destinatarios desde hace tiempo nos produce, m¨¢s que indiferencia, hast¨ªo.
Hay que reconocer que, cuando hace unos d¨ªas escribi¨® que no hay peor adversario de quienes escriben que las hemerotecas, ten¨ªa, por una vez, toda la raz¨®n. Sucede, sin embargo, que quien ha hecho y escrito cuanto antecede y, despu¨¦s, no se ha disculpado, ni explicado, ni arrepentido, ni callado, carece de la m¨¢s remota apariencia de autoridad moral para emitir juicios de valor sobre los dem¨¢s y m¨¢s a¨²n para pretender arrogarse la representaci¨®n de los intereses colectivos.
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