Tregua
En su discurso del debate sobre el estado de la naci¨®n, el presidente del Gobierno se permiti¨® ofrecer una tregua a las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas para poder afrontar el ingreso en la uni¨®n monetaria europea bajo un clima de consenso y pacificaci¨®n. Los portavoces de los grupos nacionalistas se apresuraron a suscribir la oferta, y hasta el jefe de la oposici¨®n socialista, renunciando a pedir demasiadas cuentas, pareci¨® plegarse a ella, puesto que, expl¨ªcitamente al menos, tampoco la rechaz¨®. As¨ª que el tedioso debate concluy¨® con m¨¢s pena que gloria, dada la indudable victoria pol¨ªtica del se?or Aznar, que sale reforzado a juzgar por las encuestas sin que su inadmisible estilo de ejercer el poder se haya puesto en tela de juicio siquiera.Y si al menos esto hace comprender al Ejecutivo que resulta pol¨ªticamente m¨¢s rentable apostar por la moderaci¨®n constructiva que por la provocaci¨®n intimidadora, bienvenido sea. Confiemos, pues, que la cruzada de represalias cese, las purgas inquisitoriales se detengan, el globo de la crispaci¨®n se pinche y los fantasmas de contienda civil se disuelvan. Pero es lamentable la tardanza en descubrir las ventajas de la tregua, cuando entre tanto la concordia p¨²blica ha quedado malherida. Por eso cabe abrigar alguna sospecha sobre una oferta semejante, por irreprochables que sus intenciones parezcan. Y es que resulta propio de un poder autocr¨¢tico el actuar con la generosidad condescendiente del perdonavidas que aprieta pero no ahoga, empezando por provocar el primero las hostilidades para dignarse despu¨¦s suspender la amenaza con tal de que su v¨ªctima tampoco se defienda.
Pero lo malo del caso es que la v¨ªctima, en efecto, no se defendi¨®. El jefe de la oposici¨®n estuvo lamentable, perdiendo el tiempo con un discurso de estadista jubilado que le impidi¨® centrarse en el an¨¢lisis que todos esper¨¢bamos: la p¨²blica denuncia, cort¨¦s y responsable pero firme y exigente, del flagrante desprecio a la legalidad en que incurre el Gobierno con sus arbitrarios abusos de poder. Es cierto que lo cit¨® de refil¨®n, dejando para el final una t¨ªmida alusi¨®n a tres casos: la instrumentaci¨®n de la Agencia Tributaria, la expropiaci¨®n del f¨²tbol digital y la complicidad con el mot¨ªn de los fiscales. Pero hab¨ªa mucha m¨¢s tela que cortar: por ejemplo, en sanidad y ense?anza. Y hac¨ªa falta sobre todo situar en los abusos de poder el centro de gravedad del debate entero, como era su deber parlamentario como jefe de la oposici¨®n. Bueno, pues no: apenas una nota a pie de p¨¢gina y se acab¨®.
?Por qu¨¦ no supo dar la talla Gonz¨¢lez ni estar a la aItura de las circunstancias? Quiz¨¢ le traicionase su mala conciencia, debiendo reconocer su propia falta de autoridad moral sin necesidad de que Aznar se lo recordase. Y es que la peor herencia dejada por Gonz¨¢lez es el ejemplo que dio con su estilo de gobernar. Mientras el PSOE mantuvo su mayor¨ªa absoluta cay¨® reiteradamente en el abuso de poder, con poco respeto al pluralismo y evidente desprecio por la legalidad. Algo que los responsables socialistas todav¨ªa no han sabido explicar ni han querido reconocer, a pesar de que por esa causa perdieron las elecciones. Y su congreso del pr¨®ximo fin de semana, que deber¨ªa servir para rectificar, eludir¨¢ ol¨ªmpicamente la cuesti¨®n, content¨¢ndose con depurar guerristas en lugar de responsabilidades.
Pues bien, esta lecci¨®n de eficacia pol¨ªtica es la que el se?or se?or Aznar aprendi¨® duramente, al sufrirla en sus propias carnes. Y por eso la devuelve hoy doblada con creces. El electorado no le otorg¨® mayor¨ªa absoluta, pero es como si la tuviera, pues la oposici¨®n carece de autoridad para controlarle. Por eso secuestra la Administraci¨®n, ataca a la prensa, legisla contra la sociedad civil y viola el principio de legalidad: pero no lo reconoce, fingiendo con cinismo un escrupuloso respeto formal por las reglas del juego. Lo malo es que seguir¨¢ ejerciendo este peculiar despotismo mientras el partido socialista no renueve su liderazgo: y a juzgar por lo que se espera de su pr¨®ximo congreso, habr¨¢ que esperar sentados.
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