O C¨¦sar o nada
Las v¨ªsperas del 34? Congreso del PSOE han dedicado poco espacio a debatir las causas de la derrota electoral socialista y a examinar los nuevos problemas planteados (o las nuevas respuestas exigidas) a la izquierda por los cambios pol¨ªticos, culturales y econ¨®micos en la sociedad espa?ola y europea. El caracter¨ªstico ensimismamiento de las organizaciones burocratizadas ha convertido la permanencia de Guerra como vicesecretario general en el ombligo de la discusi¨®n; un manifiesto de profesores, escritores y artistas y la carta d¨¦ un significativo grupo de militantes socialistas han apoyado la continuidad en el cargo del veterano dirigente.El PSOE es congruente con la tradici¨®n de canibalismo de los partidos espa?oles a lo largo de los ¨²ltimos a?os: el estallido de UCD, las purgas dentro del PCE, la defenestraci¨®n de Garaikoetxea por el PNV, la escabechina (le los seguidores de Hern¨¢ndez Mancha en el PP, la ca¨ªda en desgracia de Roca en CDC y la limpieza ¨¦tnica de IU por Anguita ejemplifican esa arraigada costumbre antrop¨®faga. Pero, si la brutalidad de las organizaciones pol¨ªticas para machacar a sus disidentes invita a sentir compasi¨®n por las actuales tribulaciones de Guerra, tambi¨¦n es necesario recordar la crueldad, la arbitrariedad y la implacabilidad mostradas por el -todav¨ªa- vicesecretario del PSOE durante dos d¨¦cadas al frente del aparato a la hora de silenciar cr¨ªticos, disciplinar rebeldes y expulsar discrepantes; el mensaje dirigido por Jes¨²s a quienes trataban de impedir de forma violenta su prendimiento en el huerto de Getseman¨ª -"todos los que empu?en espada, a espada perecer¨¢n" (Mateo 26, 52)- no fue un vengativo llamamiento a desquitarse de pasadas ofensas, sino una prudente advertencia para evitar futuras desgracias.
La trinchera menos protegida de Guerra es su numantina cerraz¨®n ante cualquier f¨®rmula de compromiso que le permitiera seguir en la direcci¨®n del PSOE, pero en otro puesto. Si la divisa de C¨¦sar Borgia Aut Caesar, aut nihil fue hecha suya por el barojiano personaje C¨¦sar Moncada (un regeneracionista que trataba de sanear la pol¨ªtica espa?ola), Guerra plantea un dilema semejante: la ¨²nica alternativa a su continuidad como n¨²mero dos del PSOE ser¨¢ el exilio voluntario a la militancia de base. El desafiante ultimatum de todo o nada lanzado por Guerra a los delegados del 34' Congreso s¨®lo tiene dos desenlaces posibles: la aceptaci¨®n de sus exigencias implicar¨ªa la antidemocr¨¢tica victoria de la minor¨ªa sobre la mayor¨ªa; el rechazo de esa extorsi¨®n, el socavamiento del PSOE a cargo de una corriente movida no tanto por altruistas motivaciones ideol¨®gicas o program¨¢ticas como por rencorosos sentimientos de desposesi¨®n de los recursos materiales y pol¨ªticos del partido mantenidos hasta ahora bajo control guerrista.La bicefal¨ªa del PSOE ten¨ªa sentido mientras Felipe Gonz¨¢lez y Guerra eran el anverso y el reverso del mismo o proyecto pol¨ªtico y cada uno se presentaba como el alter ego del otro; una vez separadas las aguas, resulta absurdo, sin embargo, que el vicesecretario encargado de sustituir en sus ausencias al secretario general est¨¦ situado en sus ant¨ªpodas. Partidario hasta ayer de la homogeneidad de la ejecutiva y de la disciplina f¨¦rrea de la militancia, la aspiraci¨®n de Guerra a desempe?ar la vicesecretar¨ªa con car¨¢cter vitalicio parece s¨®lo justificada por sus imaginarios derechos hist¨®ricos a la jerarqu¨ªa: el PSOE ser¨ªa una empresa con dos propietarios-fundadores que ostentar¨ªan id¨¦nticos t¨ªtulos de dominio. Una vez repartidos los papeles de Marx y Engels en la historia mitificada del PSOE refundado en Suresnes, los dem¨¢s dirigentes socialistas ser¨ªan meros contratados temporales: el temor de Guerra a la sustituci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez por cualquiera de esos empleados advenedizos (ll¨¢mense Solana, Borrell o Almunia) explica su compulsivo aferramiento a una vicesecretar¨ªa general que pueda mantenerle al menos simb¨®licamente como n¨²mero dos dentro de la l¨ªnea sucesoria.
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