Proa al Atl¨¢ntico
Este espol¨®n de Pe?alara permite otear un vasto panorama y conocer un reducto de vegetaci¨®n atl¨¢ntica
Tal vez hayan visto ese spot de una compa?¨ªa de seguros en el que gentes de diversa edad y condici¨®n (aunque mayormente de ciudad) no se aclaran sobre cu¨¢l es la especie a la que corresponde el t¨®tem corporativo de la entidad: si un roble o un Quercus ratundifolia, si un frutal o un ¨¢rbol a secas, si un madro?o o -ibingo!- una encina.Con los madrile?os y el Guadarrama se verifica pareja confusi¨®n: todav¨ªa hay quien toma a los pinos silvestres por abetos -cuando ¨¦stos no se dan ni por asomo en nuestras monta?as-; raro es el que sabe llamar por su nombre a un fresno, un rebollo o un acebo, y si se hiciera una encuesta para determinar su conocimiento de otros tipos de bosque en la sierra que no sean pinares o robledales, habr¨ªa por respuesta un silencio tan denso como un pur¨¦ de patata.
No queremos ponernos metaf¨®ricos ni parecer oportunistas, pero el bosque es una naci¨®n fr¨¢gil y compleja cuyo futuro depende tanto de la preservaci¨®n de sus grandes masas como del conocimiento y custodia de sus m¨¢s peque?as comunidades; sus hechos diferenciales, vaya. Una de esas singularidades, por lo que respecta al Guadarrama, son los reductos de vegetaci¨®n atl¨¢ntica: rodales de especies umbr¨®filas -abedules, tejos, acebos, ¨¢lamos temblones, serbales...-, propias de latitudes m¨¢s norte?as, que arraigan en la vertiente septentrional de la cordillera, en el fondo de vaguadas donde la h¨²mida niebla casi se puede cortar con cuchillo. La Cancha de los Alamillos, en la falda occidental de Pe?a Citores, constituye uno de estos dep¨®sitos de clorofila hiperb¨®rea.
Comoquiera que Pe?a Citores es un espol¨®n o contrafuerte de Pe?alara, la ascensi¨®n a esta cima de 2.182 metros deber¨¢ acometerse por la v¨ªa normal de aproximaci¨®n a la reina de las alturas guadarrame?as. Desde el puerto de los Cotos, el, excursionista seguir¨¢ la l¨ªnea del telesilla del Zabala -a pie o dej¨¢ndose llevar por el remonte, esto va en gustos y en fuelle- hasta alcanzar la estaci¨®n superior en que habr¨¢ de tomar una senda que nace a mano izquierda, se?alizada con trazos de pintura blanca y amarilla, para ganar en zigzag la loma cimera de la menor de Dos Hermanas (2.268 metros). Un poco m¨¢s abajo, hacia el Oeste, queda Pe?a Citores, de la que s¨®lo le separar¨¢ al caminante un collado grande, franco y de pasar dulce como el piorno que se dora al sol de junio.
Proa de nao semeja Pe?a Citores, proa rompiendo eternamente contra el oc¨¦ano de pinos de Valsa¨ªn, y el excursionista, en su castillo de roca, argos de cien cumbres diversas, desde la Najarra (a Levante) hasta la Mujer Muerta (a Poniente), atalayando de paso las siete almenas de Siete Picos y la parva desaforada del Mont¨®n de Trigo. Buen lugar eligieron para avizorar al enemigo quienes llenaron esta cresta de trincheras y parapetos durante la guerra civil.
Retrocediendo sobre sus pasos, el caminante volver¨¢ al collado para descender bruscamente hacia el Norte siguiendo el curso impetuoso del arroyo de las Quemadas, que, sin p¨¦rdida posible, le conducir¨¢ primero hasta una pista de tierra y luego hasta otra asfaltada. Por esta ¨²ltima deber¨¢ avanzar hacia la izquierda cerca de siete kil¨®metros -ojo a los hitos kilom¨¦tricos ubicados junto a la calzada- faldeando Pe?a Citores sobre la cota de los 1.500 metros y atravesando sucesivamente las vaguadas por las quecorren los arroyos de Navalasviudas, Valdemente, Camaliebre y Cancho. En todas ellas ver¨¢, entremezclados con el pinar y con alg¨²n que otro a?oso roble, grupos de serbales -hojas compuestas de cinco a siete pares de hojuelas-, acebos -lustrosas y pinchudas y avellanos -redondas, puntiagudas y con ped¨²nculo piloso-; pero s¨®lo en la ¨²ltima podr¨¢ observar el bosquete de ¨¢lamos temblones que ha dado nombre a la Cancha de los Alamillos... Un kil¨®metro m¨¢s adelante surge a la izquierda el camino hacia Cotos, donde comenz¨® esta gira por Pe?a Citores, la proa m¨¢s atl¨¢ntica del Guadarrama.
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