La nobleza de rectificar
Una de las caracter¨ªsticas diferenciales de los medios de comunicaci¨®n espa?oles es su incapacidad para rectificar. Todos parecen imbuidos de aquel principio enunciado por Camilo Alonso Vega en el teatro Campoamor seg¨²n el cual en este pa¨ªs el que resiste, gana. La veneraci¨®n a esa resistencia contra toda raz¨®n est¨¢ acreditada de antiguo y tuvo otras formulaciones, arcaicas muy conocidas, como aquella de "sostenella y no enmendalla". Este af¨¢n de resistencia incluso en el error puede rastrearse en el origen de muchos de los conflictos y guerras civiles en las que nos hemos enfrentado. Pareciera que rectificar o dar espacio a las r¨¦plicas de quienes se hayan sentido perjudicados por una informaci¨®n equivaliese a incurrir en el deshonor. Aqu¨ª el que calla, otorga. El que replica -si alcanza a ver publicada su r¨¦plica- comprueba el oscuro rinc¨®n en que aparece, el cuerpo de letra indescifrable en que se imprime y la nota de infamia que se a?ade como castigo a semejante osad¨ªa. Y no digamos del que acude a los tribunales; va servido. Porque el agravio recibido se multiplicar¨¢ con el eco brindado por todos los dem¨¢s medios y adem¨¢s ser¨¢ reiterado cada vez que la demanda judicial pase por las sucesivas vicisitudes procesales.Qu¨¦ ejemplo el de The New York Times rectificando en primera p¨¢gina una informaci¨®n de la v¨ªspera a prop¨®sito de las audiencias celebradas en el Senado cuando se trataba de esclarecer el caso Irangate. Tambi¨¦n puede citarse la actitud de rigor aportada por The Wall Street Journal al anunciar en la columna izquierda de la primera el despido de dos de sus redactores de bolsa porque el diario los encontr¨® culpables de haber manipulado informaciones tendenciosas para alterar la cotizaci¨®n de las acciones de algunas compa?¨ªas y favorecer a las competidoras, que generosamente les hab¨ªan sobornado o, si se prefiere el eufemismo taurino, gratificado por su trabajo. Discuten los autores si esta aversi¨®n a rectificar tan arraigada en los medios es una planta aut¨®ctona o procede de otras ¨¢reas como la pol¨ªtica. En ese ¨¢mbito la incapacidad de rectificar es tambi¨¦n pavorosa. Estos ¨²ltimos d¨ªas han puesto de manifiesto dos ejemplos dignos de analizar. Primero el del portavoz del PNV Joseba Egibar, silente ante el j¨²bilo por la liberaci¨®n de Jos¨¦ Antonio Ortega Lara y locuaz poco despu¨¦s para justificar la acci¨®n de los terroristas y sembrar la duda sobre la v¨ªctima, atribuy¨¦ndole tareas indebidas a las que los secuestradores s¨®lo habr¨ªan dado su merecido. Semejante vileza en lugar de ser desautorizada por los ¨²ltimos responsables de un partido de inequ¨ªvocas se?as de identidad democr¨¢tica como el PNV ha suscitado un incre¨ªble respaldo con alusiones al antivasquismo de Madrid a cargo de Xabier Arzalluz o reducci¨®n del dislate a comentarios sin importancia seg¨²n I?aki Anasagasti. El propio lehendakari Jos¨¦ Antonio Ardanza fue incapaz de contenerse y matiz¨® su alivio por el rescate del secuestrado con alusiones a la inconveniencia pol¨ªtica penitenciaria del ministro Jaime Mayor Oreja.
En tono menor respecto de la negrura del crimen anterior, el segundo ejemplo reciente es el de la amnistia fiscal a los amiguetes. De nada han valido las conclusiones de la Comisi¨®n de Investigaci¨®n constituida en el Congreso de los Diputados. Cada vez que se ha preguntado al presidente del Gobierno (v¨¦ase la entrevista de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar con Isabel San Sebasti¨¢n del domingo en Abc) sobre la evaporaci¨®n de los amiguetes como destinatarios de favores ha sido imposible obtener una respuesta formulada desde la nobleza de la rectificaci¨®n. Y lo peor de los ejemplos es que cunden. Por abajo cada uno saca la lecci¨®n para aplicarla al campo que le es propio. Si Aznar se obstina en resistir sin rectificar, en mirar para otro lado cuando surgen asuntos en Zamora, en Baleares, en Barcelona o donde sea, enseguida todos sacar¨¢n las consecuencias de c¨®mo han de comportarse. Vendr¨¢ la tentaci¨®n de se?alar el precedente de los abusos socialistas y el p¨²blico de a pie pensar¨¢ que para esto no les hemos votado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.