Caramelos con droga
No s¨¦ cu¨¢ndo llegaron a mi barrio las pastillas; imagino que estar¨ªan desde siempre. Recuerdo, sin embargo, el advenimiento de las c¨¢psulas, porque nos llamaba la atenci¨®n la posibilidad de abrirlas para sustituir por otro su contenido original. Es lo que hicieron m¨¢s tarde, en Norteamerica, algunos asesinos c¨¦lebres, pero la idea fue nuestra. La Prospe, sin ser Nueva York, estaba llena de temperamentos criminales que en otras circunstancias pol¨ªticas menos adversas habr¨ªan hecho carrera. En cualquier caso, cuando conocimos esta clase de envoltura medicinal, ya ¨¦ramos muy mayores. Yo quer¨ªa referirme a la ¨¦poca de transici¨®n entre la pastilla y la c¨¢psula, que fue la de los caramelos envenenados. De repente, nos hab¨ªan empezado a decir que no acept¨¢ramos dulces de se?ores desconocidos porque podr¨ªan contener alguna droga. No sab¨ªamos qu¨¦ eran las drogas, ni nos interesaba demasiado (quiz¨¢ porque el Optalid¨®n colmaba todas nuestras expectativas), pero ten¨ªamos pasi¨®n por los se?ores que intentaban envenenar a los ni?os. Eran esos momentos en los que se empieza a construir la identidad y uno busca desesperadamente modelos de comportamiento en el mundo de los adultos. Los se?ores de los caramelos ten¨ªan un atractivo especial y si nos hubieran preguntado si quer¨ªamos ser como ellos o como nuestros padres, no habr¨ªamos dudado.El problema es que nadie los hab¨ªa visto jam¨¢s para contarnos c¨®mo eran, aunque los imagin¨¢bamos altos delgados y con gabardina. Los m¨¢s fantasiosos aseguraban haber reconocido a alguno de estos seres maravillosos en los servicios del cine L¨®pez de Hoyos, aunque sus lugares naturales de actuaci¨®n eran los colegios, las iglesias y las paradas de autob¨²s. Tropezarse con ellos se consideraba entonces un privilegio semejante al de tener hoy trato sexual con extraterrestres, aunque no llegaran a ofrecerte ning¨²n dulce (la abducci¨®n ni se hab¨ªa inventado).
Un d¨ªa, el prefecto de disciplina me hizo ir a su despacho para llamarme la atenci¨®n por algo que hab¨ªa hecho o dejado de hacer, aunque al ver mi cara de susto me ofreci¨® un caramelo que extrajo con cierta ceremonia del bolsillo de la sotana. En ese instante supe, como se saben las verdades fundamentales de la vida, que se trataba del hombre de los caramelos. Me sorprendi¨® que nadie se hubiera dado cuenta antes, porque era alto, delgado, con los ojos un poco saltones, y daba la impresi¨®n de estar consumido por pasiones que no pertenec¨ªan a este mundo o, por lo menos, a aquel barrio. Sin duda, actuaba bajo la cobertura de sacerdote para estar cerca al mismo tiempo de las aulas y de la, iglesia, sus lugares preferidos.
Guard¨¦ el caramelo en el bolsillo y al salir del despacho comprend¨ª oscuramente que en el futuro tendr¨ªa que vivir con aquel secreto porque si se me ocurr¨ªa ir diciendo por ah¨ª que el hombre que daba drogas a los ni?os era un cura, lo m¨¢s probable es que tuviera problemas con las instituciones. En cuanto al caramelo, lo guard¨¦ varios d¨ªas en la cartera, desenvolvi¨¦ndolo a, ratos para olerlo. Hasta lo chup¨¦ un poco con la punta (le la lengua, pero me mare¨¦ ligeramente y no me atrev¨ª a continuar. Por fin, despu¨¦s de innumerables dudas, se lo di a una vieja llena de moscas que sol¨ªa tomar el sol cerca del colegio y me escond¨ª para observar sus reacciones: estaba muy intrigado por saber c¨®mo actuaban las drogas sobre el organismo. Desde luego, no se retorci¨® ni ech¨® espuma por la boca, sino que pareci¨® sumirse en un sue?o agradable, as¨ª que al poco me aburr¨ª y me fui a casa. Al d¨ªa siguiente supe que la anciana, hab¨ªa muerto y viv¨ª aterrado durante varios meses por la posibilidad de que alguien me hubiera visto d¨¢ndole el caramelo envenenado. En aquella ¨¦poca se hablaba mucho de la autopsia y de las cosas incre¨ªbles que pod¨ªan llegar a descubrirse en las v¨ªsceras de la v¨ªctima.
Afortunadamente, nunca me descubrieron y, pese al miedo que hube de soportar, he conservado el orgullo ¨ªntimo de haber sido el ¨²nico ni?o de la ¨¦poca que, reparti¨® caramelos con droga a los adultos. En un medio menos ¨¢spero, como Chicago, Nueva York, o como el barrio de Salamanca, por no irnos tan lejos, habr¨ªa hecho sin duda una carrera criminal envidiable. Por eso estoy a favor de la igualdad de oportunidades.
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