Los responsables y los culpables
Como una piedra arrojada al agua, el crimen provoca ondas conc¨¦ntricas de culpabilidad y responsabilidad de las que es muy dif¨ªcil que mucha gente se salve, a excepci¨®n de las v¨ªctimas. Demasiada gente lleva demasiado tiempo conviviendo con la sangre, contando con ella, contabilizando beneficios pol¨ªticos o simplemente materiales. Hay, desde luego, una sola mano que arroj¨® la piedra, que dispar¨® la pistola, y no quiero hacer literatura sobre lo que sinti¨® o dej¨® de sentir el verdugo en el momento en que mataba. A m¨ª, el alma de los verdugos no me interesa nada: a lo ¨²nico que aspiro es a que los detengan y los juzguen con todas las garant¨ªas legales, y que una vez demostrada su culpabilidad pasen 30 a?os en una c¨¢rcel. As¨ª que me irritan mucho esas blandas vacuidades con las que se distraen algunos literatos sensibles, acerca de las dudas que sufre el que mata o del tormento espiritual que puede aquejarlo.Hay una onda conc¨¦ntrica inmediata de culpabilidad: la de quienes dirigen la organizaci¨®n pol¨ªtica que alienta a los criminales, aprovech¨¢ndose de todas las ventajas de un Estado democr¨¢tico para conspirar m¨¢s regaladamente contra ¨¦l, y tambi¨¦n sus militantes, sus simpatizantes y todos y cada uno de los que le dan su voto. Todos ellos, uno por uno, est¨¢n manchados por la sangre: pero no s¨®lo la de Miguel Angel Blanco, sino la de cada una de todas las v¨ªctimas que le han precedido, y las que no es improbable que vengan despu¨¦s. Esa gente es tan culpable del terror y del sufrimiento como lo fueron de los campos de exterminio los millones de alemanes normales que votaron a Adolf Hitler y que se dejaron arrebatar por su fanatismo de la supremac¨ªa alemana y de la pureza racial.
Es un hecho poco estudiado que los nazis, en su trato con los jud¨ªos, se complacieron a veces en una especie de humorismo que va m¨¢s all¨¢ de lo macabro. Hay fotos de ciudadanos muri¨¦ndose de risa mientras unos jud¨ªos se ven obligados a limpiar los adoquines de una calle utilizando cepillos de dientes. Se trata de una demas¨ªa en la complacencia con el dolor ajeno que da tanto fr¨ªo en el alma como el mismo acto del crimen. De ese humorismo ofrecen muestras frecuentes algunos de los c¨®mplices de los verdugos que mataron anteayer a Miguel ?ngel Blanco: profanan la tumba de Gregorio Ord¨®?ez, por ejemplo, o gritan "por Navidad, turr¨®n De la Viuda" a la mujer de un secuestrado, o publican ese titular que es una vuelta de tuerca en nuestra historia particular de la infamia: "Ortega Lara vuelve a la c¨¢rcel".
Que gocen de tan buen humor viviendo, como dicen que viven, bajo una opresi¨®n intolerable, ya es enigm¨¢tico. Tambi¨¦n revela que carecen por completo no ya del sentido de la culpa, sino tambi¨¦n del de la responsabilidad. En eso no est¨¢n solos: forman parte de un universo ideol¨®gico y moral del que la responsabilidad personal est¨¢ excluida. El nacionalismo tiene la ventaja admirable de que vuelve inocentes todas las acciones de sus adeptos, al concederles incondicionalmente el estatuto de v¨ªctimas. Son culpables del crimen, en el mismo grado, quienes disparan las pistolas y quienes los alientan y los votan, pero no carecen de responsabilidad quienes difunden sistem¨¢ticamente una ideolog¨ªa del narcisismo colectivo, de la hostilidad sorda y permanente no ya hacia la idea de Espa?a, sino a la convivencia civil espa?ola, quienes han inventado una historia hecha tan s¨®lo de hero¨ªsmos propios y de agravios ajenos y modifican la geograf¨ªa y hasta la biolog¨ªa para encastillarse en una identidad herm¨¦tica que divide el mundo entre un ellos y un, nosotros irreconciliable. Si uno de nosotros mata, de un modo u otro los responsables son ellos. De ah¨ª que de vez en cuando se observe una par¨¢lisis que puede parecer inexplicable, pero que en el fondo explica perfectamente la confusi¨®n pol¨ªtica y moral en la que viene prosperando desde hace tantos a?os el crimen: el sindicato al que pertenecen unos polic¨ªas vascos asesinados mantiene con toda tranquilidad un pacto de unidad de acci¨®n con el sindicato de los asesinos. Individuos j¨®venes a los que conoce todo el mundo dedican recreativamente el fin de semana a incendiar autobuses, y la polic¨ªa no interviene, y si por un motivo u otro lo hace -por ejemplo, para acallar el esc¨¢ndalo ciudadano ante la impunidad de los v¨¢ndalos-, enseguida aparecer¨¢ alg¨²n juez que declarar¨¢ inocentes a los chicos, etc¨¦tera. As¨ª estaban las cosas hasta el s¨¢bado, y yo no creo que cambien mucho desde ahora. Me parece una afrenta a todas y a cada una de las v¨ªctimas del terrorismo que se diga que con el asesinato de Miguel Angel Blanco todo ha cambiado. ?Por qu¨¦ no despu¨¦s de la matanza de Hipercor, del tiro en la nuca a Gregorio Ord¨®?ez o a Fernando M¨²gica o a ese comandante al que mataron en Madrid cuando abr¨ªa el portal de su casa? ?Por qu¨¦ no despu¨¦s de la muerte de cada una de esas casi mil v¨ªctimas de las que no se acuerda nadie m¨¢s que los familiares que quedaron amputados para siempre por el crimen y fueron injuriados despu¨¦s por la indiferencia o la abierta hostilidad social?
Son responsables todos los que han contribuido con sus palabras o sus actos a que los verdugos usurpen el lugar de las v¨ªctimas. Son responsables los que para vender m¨¢s peri¨®dicos o sacar m¨¢s votos o simplemente para hacerse famosos han negado la legitimidad del Estado en la lucha contra el terrorismo. Son responsables los intelectuales que por pedanter¨ªa fr¨ªvola o por simple imbecilidad a¨²n mantienen los restos de un romanticismo siniestro de la violencia, y confunden el crimen o la brutalidad con la rebeld¨ªa, a condici¨®n, claro, de que ellos, personalmente, no se vean afectados. Son responsables los que desprecian ¨ªntimamente lo que ellos llaman la democracia burguesa, con sus formalidades de legalidad, representaci¨®n, libertades individuales, etc¨¦tera, y siguen aspirando a un para¨ªso total como el que a¨²n disfrutan las masas de Cuba y de Corea del Norte, y creyendo que a veces la revoluci¨®n social hace necesario el sacrificio de un cierto n¨²mero de v¨ªctimas humanas.
Son responsables quienes en los a?os ochenta creyeron, en su delirio de poder, que la eficacia pod¨ªa justificar la ilegalidad y la corrupci¨®n. Son responsables los dirigentes y los partidos progresistas que no han sabido o no han querido presentar una ideolog¨ªa s¨®lida y generosa de la fraternidad civil frente a las sugestiones de unanimidad originaria del nacionalismo, que no se han atrevido a defender una idea abierta y democr¨¢tica de Espa?a
y que incluso han querido omitir ese nombre para no ser acusados de reaccionarios o de centralistas. Una democracia no est¨¢ hecha s¨®lo de libertades y derechos: tambi¨¦n de deberes y de lealtades sin los cuales el delicado tejido civil de la convivencia se desgarra en tribalismos, en una rapi?a, miserable de privilegios y agravios. Por pereza, por embrutecimiento, por oportunismos electorales, los partidos pol¨ªticos han preferido alimentar el halago y los m¨¢s diversos narcisismos comarcales o locales antes que la responsabilidad de lo com¨²n, el sistema de solidaridades sociales y pol¨ªticas que mantiene en pie a un pa¨ªs civilizado, y que es extraordinariamente fr¨¢gil.
Usar¨¦ una expresi¨®n inconveniente, incluso prohibida: patriotismo civil. Por patriotismo, no de la tierra ni de la sangre, sino de la raz¨®n y de la vida, millones de personas se arrojaron el viernes y el s¨¢bado pasado a las calles y desbordaron la ceguera y la mezquindad de una parte de los profesionales de la pol¨ªtica. Despu¨¦s de tantos a?os de indiferencia pol¨ªtica hacia las vidas humanas, la defensa de una sola de ellas nos tuvo en vilo durante 48 horas, y su p¨¦rdida nos sumi¨® en un desgarro de luto y de irrealidad del que ni siquiera hoy hemos despertado. S¨®lo espero que. sobre los culpables caiga todo el peso de la ley, y que los responsables obtengan el grado de desprecio y de remordimiento que corresponda a cada uno. Estuvimos contando ano y medio los d¨ªas de cautividad de Jos¨¦ Antonio Ortega Lara, y el viernes y el s¨¢bado contamos las horas del cautiverio y la agon¨ªa de Miguel ?ngel Blanco. Creo que desde hoy todos los dem¨®cratas tenemos la obligaci¨®n de contar los d¨ªas que faltan para que alg¨²n pol¨ªtico de apariencia respetable vuelva a estrechar la mano sucia de cualquiera de los culpables del crimen, a sentarse cerca de ¨¦l, a sonre¨ªrle, a comprenderlo.
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