Una ciudad
El pasado fin de semana visit¨¦ una ciudad. Esa Ciudad, alegre, luminosa, mediterr¨¢nea, me ha encantado siempre por el se?or¨ªo de sus avenidas centrales, a las que se asoman edificios altoburgueses, algunos de ellos con la firma y la impronta de un arquitecto original¨ªsimo, inimitable. Casas que albergaron a empresarios ricos desde los tiempos decimon¨®nicos de la revoluci¨®n industrial, en ocasiones, y que seguramente no acogen hoy inquilinos o propietarios pobres.Pero tambi¨¦n hay bulevares donde vivieron y contin¨²an viviendo las clases medias, y a sus espaldas, a diestra, y siniestra, barrios pobres, m¨¢s bien canallitas ellos, de calles angostas en las que apenas penetra la luz del sol, donde s¨¢banas, bragas o vaya usted a, saber penden sobre la cabeza del transe¨²nte, de fachada a fachada, y en cuyos balcones, milagrosamente -dada, la casi total ausencia del astro rey-, proliferan aut¨¦nticos bosquecillos de enmara ?adas enredaderas, geranios, cintas, plantas del dinero, ale gr¨ªas de la casa y otras viejas glorias de la jardiner¨ªa familiar urbana. He dicho que estos barrios son algo canallitas, pero debo confesar que a m¨ª siempre me hicieron til¨ªn. Jam¨¢s experiment¨¦ en ellos la m¨¢s m¨ªnima sensaci¨®n de inseguridad ciudadana, acaso por inconsciencia, y en cambio me produjeron muchas ¨ªntimas alegr¨ªas derivadas de la contemplaci¨®n de sus gentes, a veces en verdad extra?¨ªsimas, el olor a guisote exhalado por algunos de sus figones o la infantil euforia que siempre sent¨ª en sus tradicionales, cachondos, ingenuos y tiern¨ªsimos nidos de arte. Y en la larga noche de los tiempos idos, cuando se nos obligaba, a ser castos por decreto-ley, las en aquella ciudad impert¨¦rritas tiendas de "gomas y lavajes" me produc¨ªan una reconfortante, una salvaje sensaci¨®n de libertad.
De modo que no es nada extra?o que yo vuelva siempre a dicha ciudad -que, como seguramente habr¨¢n adivinado ya los lectores, se llama Barcelona- con un sentimiento de gozo. Esta vez, sin embargo, he batido todos los r¨¦cords del deleite. Qu¨¦ delicia caminar por las aceras del paseo de Gr¨¢cia, las de siempre, o iguales a las de siempre, con todas, las baldosas en su sitio, como siempre. Qu¨¦ gentes tan felices se cruzaban con nosotros, o eran contempladas desde las terrazas por otros ciudadanos, nativos o for¨¢neos, que, igual de risue?os y relajados, consum¨ªan en ellas enormes cantidades de viandas, cervezas o refrescos a cualquier hora, intempestiva o no. Uno de los madrile?os que me acompa?aban opin¨® que todo esto resultaba "provinciano", yo opin¨¦ que ¨¦l era imb¨¦cil y me acord¨¦, tristemente, del genial chiste de Forges le¨ªdo y re¨ªdo d¨ªas antes: "Ya, pero luego dicen ustedes los turistas que los madrile?os estamos hist¨¦ricos ...".
Simult¨¢neamente, comprend¨ª la raz¨®n de ese ¨¦xtasis que me acompa?aba desde que tornarnos tierra: es que la ciudad de Barcelona est¨¢ terminada; las aceras son aceras, las calzadas son calzadas, los bulevares son bulevares, y as¨ª sucesivamente. Todo lo dem¨¢s cae por su propio peso. Nosotros, los madrile?os, fuimos otrora simp¨¢ticos, hospitalarios y dicharacheros. La presencia de una persona forastera, y no digamos for¨¢nea, activaba nuestros mejores y m¨¢s nobles impulsos. Nos enorgullec¨ªa no s¨®lo orientar, sino incluso acompa?ar al alien despistado. Nos sent¨ªamos realizados ayudando al pr¨®jimo. Si ahora nos hemos vuelto hura?os, hoscos, moh¨ªnos, mis¨¢ntropos, ce?udos, es porque somos espejo de la destrucci¨®n urbana acometida simult¨¢neamente desde las administraciones auton¨®mica y municipal sin reparar en gastos, ni en neurosis y angustias para los madrile?os, sacrificados en aras de un futuro "progreso".
Y, ya digo, se me hab¨ªa olvidado c¨®mo era una ciudad, me ha reconfortado reconstruir mi memoria y vuelvo a Madrid dispuesto a refrescar la de! mis amigos y deudos. Me siento como el abuelo superviviente en La peste escarlata, de Jack London. La epidemia se hab¨ªa llevado todo por delante, y ¨¦l contaba a sus nietos, ya salvajes, c¨®mo fue la civilizaci¨®n. Ellos, obtusos y escasos de vocabulario, no lograban entenderle.
"Abuelo, ?qu¨¦ es civilizaci¨®n?". Pues eso. ?Qu¨¦ es una ciudad?
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