La otra mejilla
Me he quitado de en medio, con la venia del lector, mudo pero alerta, y disfruto del sol en la costa del ¨ªdem. He cambiado los ruidos de la barredora-regadora 702 ("por un Madrid verde y limpio") por incre¨ªbles 'silencios nocturnos que s¨®lo rompe la sinfon¨ªa de las ranas, en la a¨²n boscosa y media virgen vaguada de ah¨ª abajo, mientras sobre mi cabeza fulgen estrellas y luceros como pu?os. Por el d¨ªa contemplo desde la terraza de la casita el Mediterr¨¢neo a la izquierda, seg¨²n se mira, m¨¢s all¨¢ del campo de golf, pero si cambio el acimut puedo otear esos cerros pelados y fragantes de tomillo a espaldas de la urbanizaci¨®n, tan del Far West que siempre parece como si fuera a emerger desde detr¨¢s de las cimas una avanzadilla de jinetes comanches. Despu¨¦s de un curso duro-duro, la eclosi¨®n sempiterna de buganvillas e hibiscos contribuye a serenar el ¨¢nima del urbanita madrile?o, y hasta comienzan a borrarse de la mente las im¨¢genes m¨¢s atroces de esa macr¨®polis nuestra que han ido haci¨¦ndonos cada vez m¨¢s deshumanizados e inhabitables.Y, sin embargo, fijense que ahora cuando podr¨ªa ser feliz al cien por cien y rehacer mi vida, me acometen otras preocupaciones relativasa mi p¨²eblo, me acucian preguntas espinosas, como ?qu¨¦ es Madrid?, ?qui¨¦nes somos los madrile?os?, ?qu¨¦ pintamos en la "aldeal global"?. Debe tratarse de una crisis de identidad o de un ataque de autocompasi¨®n.
Es que ?hay que ver! Durante el franquismo, los no madrile?os nos tacharon sistem¨¢ticamente de "centralistas" -l¨¦ase mandones, enchufados o regiministas-, y acaso no hubo en la historia sambenito m¨¢s injusto, porqu¨¦ las pocas autopistas existentes a la saz¨®n se originaban por lo menos a 200 kil¨®metros de la capital y se dirig¨ªan indefectiblemente a la privilegiada periferia, y porque nuestros pueblos tuvieron que esperar al advenimiento de la democracia, hoy declinante, para conseguir beneficios tan elementales como el agua o la luz el¨¦ctrica, y no digamos el tel¨¦fono, la sanidad o la escolarizaci¨®n. Que se lo pregunten a los habitantes de nuestra ex sierra pobre, y no digamos a los de los suburbios marginales de la capital. Cuando lleg¨® el Estado de las autonom¨ªas, nos privaron sin consultarnos de nuestra condici¨®n hist¨®rica de castellanos, y como nosotros nos dejamos hacer de todo, pues eso, nos dejamos. Lo que no es ¨®bice para reconocer, aqu¨ª y ahora, que los habitantes de Garganta de la Olla tienen m¨¢s raz¨®n que un santo: ?c¨®mo van a ir diciendo por ah¨ª que son madrile?os"? Y ya qued¨® consignado en esta columna que, mucho antes de tan extra?os acontecimientos, Madrid y los madrile?os fueron bombardeados con sa?a hasta el final de la contienda, no como otros amn¨¦sicos que ahora se las dan de h¨¦roes y m¨¢rtires.
Somos El Pupas, sin que al parecer tengamos arreglo. Seguimos siendo los habitantes de la (para eso, s¨ª) capital de Espa?a, y nos la cargamos siempre. Llegan los mineros de no s¨¦ d¨®nde y colapsan nuestras calles -ya de por s¨ª bastante colapsadas- para expresar su protesta. Llegan los ganaderos de vaya usted a saber y nos taponan la Cibeles con ovejas, o los agricultores de las m¨¢s insospechadas procedencias para arrojar tomates contra nuestros edificios p¨²blicos, y nosotros siempre hemos de poner la otra mejilla, no sea que vayan a tacharnos otra vez de "centralistas". Somos d¨®ciles buenos y aplicados, alumnos ejemplares de la democracia, escribimos aplicadamente "Otegi" en vez de "Otegui" para que no se enfade el se?or Otegi, pero el se?or Otegi se enfada siempre, mata, le absuelven, le desabsuelven, se larga, y as¨ª, pues. Escribimos "Eg¨ªbar" para que no se enfade el se?or Egu¨ªbar, aunque ¨¦ste siga soltando horribles destemplanzas por su boquita, y "pasaia" por "pasajes", aunque nos reviente, pero eso no aplaca a nadie, y el nombre de "Madr¨ªs" contin¨²a siendo esgrimido, por cierto con ping¨¹es beneficios, como sin¨®nimo del Coco, el hombre del saco o el Duque de Alba en los Pa¨ªses Bajos.
Mr. Clinton acaba de visitar nuestro Madrid para hablar de paz rodeado de armas mort¨ªferas que proteg¨ªan su preciosa existencia. Se ha ido muy contento el hombre, ha felicitado profusamente a nuestras primeras autoridades por la perfecta organizaci¨®n de la Cumbre Atl¨¢ntica, y los madrile?os ni siquiera nos hemos preguntado "y para nosotros, ?qu¨¦?"
Insisto: ?qui¨¦nes, qu¨¦ cosa, somos los madrile?os?
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